“Søren”: el cine como spot, Bolivia como eslogan
Debo decir, de buenas a primeras, que “Søren”, el nuevo filme de Juan Carlos Valdivia, no me gusta. Imagino que, a estas alturas, esto no sorprende ni espanta a nadie. Pues, por lo que sé, es una película casi milagrosa, en el sentido de que disgusta tanto a los que la han visto como a los que no. Despotrican contra ella quienes la han padecido y los que buscan justificar su decisión de no verla por un mandamiento casi principista ( parece que el caballero Valdivia debe plata a los que trabajaron con él en la producción y eso ha activado una solidaridad sectorial). Me disculparán esos activistas del trabajo asalariado en el cine nacional, pero yo los emplazaría a que vayan nomás a ver “Søren”. Porque si la causa que los une es desacreditar y odiar a su director, el visionado de su más reciente obra es un acicate nada despreciable.
La cinta de marras se presenta como la tercera parte de una trilogía que nació con “Zona Sur” ( 2009) y siguió con “Yvy Maraey” ( 2013), dos películas temáticamente planteadas para revelar las tensiones sociales y culturales de la Bolivia posterior al ascenso de Evo Morales al poder. Con ellas, Valdivia encaminó la reorientación de su obra respecto a sus trabajos anteriores (“Jonás y la ballena rosada” y “American Visa”), que procuró asimismo encontrar un nuevo lenguaje visual, el cual se hace más patente en “Zona Sur”, mediante la reinvención del plano secuencia circular — ese tan reivindicado por Jorge Sanjinés, quien, por si acaso, no es mi pariente—. Poco de ese planteamiento formal quedaba en “Yvy Maraey” y en “Søren” no parece haber rastro alguno. Lo que sí une a las tres, además de su interés por hablar — aun tangencial y atolondradamente— del proceso de cambio, es una resuelta estetización del ( pluri) encuentro con el otro, el indio. Sin embargo, lejos de complejizarse, el discurso y las formas de la “trilogía plurinacional” de Valdivia se han simplificado en el peor de los sentidos, hasta degenerar en un ostentoso spot publicitario de los sitios y experiencias turísticas que ofrece el país del proceso de cambio.
“Søren”, un spot empaquetado como largometraje de autor, se entrampa en el relato de un trío hedónico- amoroso entre un hijo de la nueva burguesía chola ( Amaru), la hija de la vieja burguesía oriental ( Paloma) y un hippie sin patria hijo de la burguesía de los manuales de la autoayuda ( Søren). Si en las dos primeras películas de la tríada había una voluntad expresa por intentar pensar al país, en esta última se impone una renuncia infantil a cualquier pretensión intelectual en sentido estricto, por más que parezca lo contrario en vir- tud de su colección de sentencias “( pluri) existenciales” y su propio título, que se lo debe a Kierkegaard. No por nada, Amaru, el rey de la fiesta ( pluri) sensual, en un momento inquietante del relato, espeta a su ( pluri) amada ave mensajera: “El pensamiento es un sentimiento”. Es que si la factura visual del Valdivia renacido el 22 de enero de 2006 deviene en un trip “psicopublicitario” por esa “Bolivia Corazón del Sur” ( lago Titicaca, Rurrenabaque, salar de Uyuni…) que nos promete la cinta apenas comenzada; su artefacto discursivo se reduce a una batería de eslóganes de micro bien aceitada para vender la ( pluri) experiencia Bolivia al resto del mundo.
Así vistas las cosas, quizá no debiera molestarnos tanto la simplificación del cine y de Bolivia que ensaya Valdivia. Después de todo, puede que su “target” no sea el ( pluri) público boliviano, sino los concursos y ferias de turismo que cada vez con más frecuencia premian nuestras postales plurinacionales, que no nuestro cine.