Anónimas Mujeres que crearon y hombres que se llevaron el mérito en la historia
Un recuento de casos emblemáticos en la historia del arte y ciencia, en los que las mujeres quedaron relegadas
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Me atrevería a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer”, es una de las frases más famosas de Virginia Wolf, autora de “A room of one’s own”. En esas 17 palabras se esconde el destino de obras de mujeres con gran talento que tuvieron que abandonar su autoría por razón de su sexo.
Anónimo podía ser una mujer, pero a veces detrás de un nombre masculino también se escondía la verdadera autora de la pieza.
En algunas ocasiones sus maridos o compañeros se asignaban la obra como propia y en otras, los nombres de las mujeres se borraron y sus aportaciones en colaboraciones fueron minimizadas.
Walter Keane recibía cheques muy abultados, palmaditas en la espalda y numerosos halagos por sus obras pictóricas en la década de los 60 del pasado siglo.
Era uno de los artistas más vendidos en esa época y sus personajes con grandes ojos fueron descritos como “el arte más popular que se produce en el mundo libre” en la revista Life, en 1965.
El señor Keane decía que se inspiraba en los niños huérfanos que había visto en sus supuestos viajes tras acabar la Segunda Guerra Mundial.
Los ojos de sus pinturas, esos ojos cuatro veces más grandes de lo que deberían ser, fueron los que encandilaron al mundo. Según recoge la revista Time, Keane dijo: “Nadie puede pintar ojos como El Greco y nadie puede pintar ojos como Walter Keane”.
El problema es que los ojos de esos cuadros, y los cuadros en sí, los pintaba otro Keane. Su mujer, Margaret.
En un principio, Walter le dijo que los lienzos tendrían más salida y mejor acogida si iban firmados por él. Ella llegaba a pintar 16 horas por día, instigada y controlada por su marido, al que además definió como violento.
Acabaron divorciándose y ella lo demandó por la autoría de los cuadros. En el juicio, el juez pidió a ambos que pintasen uno. Ella completó el suyo y su ya exmarido se negó a hacerlo diciendo que le dolía un hombro.
Margaret tuvo que ser recompensada con cuatro millones de dólares, pero no llegó a recibir nada porque su exmarido ya se había dilapidado toda la fortuna que ella se había ganado a golpe de pincelada.
Walter Keane mantuvo hasta el día de su muerte que él era el verdadero autor de los cuadros de los grandes ojos.
Sontag, Rieff y Freud
Susan Sontag llegó a la Universidad de Chicago ( EEUU) antes de cumplir la mayoría de edad. Allí, según se cuenta en una nueva biografía “Sontag: Her life and Work”, de Benjamin Moser, impartía clases Philip Rieff. Un día el profesor se acercó a ella y la invitó a salir. En menos de dos semanas estaban casados y unos meses después, nació su hijo.
En el tiempo que estuvieron juntos, según las evidencias textuales y anecdóticas que Moser recoge en el libro, escribieron a cuatro manos “Freud: The mind of the moralist”, la obra cumbre de Rieff.
En la primera edición, la aportación de Sontag se recogía en un escueto “agradecimiento especial hacia Susan Rieff”, en el que se usaba el apellido de su marido, que ella nunca adoptó como propio.
Siempre se ha mantenido que la influencia de Sontag era indis