Macbeth de Kuerzel, una obra radical y perturbadora
La película dirigida por Justin Kuerzel está disponible para verse en la plataforma Netflix
Shakespeare en un escritor del Reino Unido que vivió hace 400 años, hizo 37 obras de teatro y unos 150 sonetos. Es un escritor del renacimiento, por lo tanto, es un sabio muy influenciado por el drama y el pensamiento griego. Por eso, para él, “el universo se encuentra en el hombre mismo”, es decir, nosotros ya no somos el centro del universo sino que él se encuentra en cada uno de nosotros. Es un escritor del que todos han oído hablar y sin duda, han visto alguna adaptación de sus obras, y muy pocos lo han leído de fuente directa; es para muchos el mejor y más conocido escritor de la lengua inglesa ( el menos inglés de los ingleses, según Borges). Pero también a ciencia cierta nadie sabe quién fue William Shakespeare, y es que existe demasiada neblina sobre su vida, él mismo se ocupo de dar pistas falsas sobre sí mismo, hasta el extremo de que algunos intelectuales con cierto prestigio manejan la teoría conspirativa de que él nunca existió realmente y sus escritos fueron una creación de libreros; se habla y discute de lo mal habido de su fortuna y también se pone en duda la autoría y sobre todo la originalidad de los argumentos de cada una de sus obras, a lo que el escritor respondió y sentenció con la máxima que no envejece y es válida hasta nuestros días: “La historia pertenece a quien mejor la cuenta”.
Para cuantificar o al menos imaginar, aun cuando sea un intento vano, la influencia de su trabajo en nuestro tiempo y en el cine, podemos recapitular todas sus adaptaciones oficiales: se calcula que las películas de las que se puede dar fe y se han estrenado en circuitos comerciales realizadas con sus obras casi llegan a 1.500.
“Macbeth” es la obra más corta que él hizo, no se publicó como pocas obras suyas, sino hasta después de su muerte, por lo que es más difícil atribuirle una versión definitiva y por la que muchos consideran que hay partes que le faltan; según otros estudiosos, no es que la obra esté incompleta, sino que es la pieza que utiliza más y con gran atrevimiento las elipsis. La elipsis es de todas las figuras literarias la que más se usa y abusa en el cine. De ser esto cierto, es más fácil entender por qué fue la obra preferida por muchos maestros del cine para hacer su versión: Orson Welles ( 1948), Akira Kurosawa (“Trono de sangre”, 1957), Andrzej Wajda (“Siberian Lady Macbeth”, 1962) Glauber Rocha (“Cabezas cortadas”, 1970), Roman Polansky ( 1971), Kenneth Branagh ( 2013). Sin contar las obras inspiradas en su trama o personajes, como por ejemplo la famosa miniserie “House of Cards” ( 2013) de David Fincher.
Victor Hugo decía: “Decir simplemente que ‘ Macbeth’ es la ambición, es no decir nada. Antes bien ‘ Macbeth’ es el hambre y ¡ qué hambre! El hambre de monstruo siempre posible en los seres humanos, algunas almas tienen dientes, cuidado de estimular el hambre de ellas”. Y la obra trata del hombre, de cómo se puede en él “banalizar el mal” y se pregunta si es que posible lavarse las manos de la sangre vertida por culpa de la traición, o si más bien ésta se espesa hasta demostrar que cuando se mata no se mata un cuerpo, no se mata la vida, que es una sombra que pasa; sino se mata los sueños, se mata el mañana, se mata la cordura; se mata en quien mata, la confianza, que es el mejor enemigo de los mortales. ¿ Puede el tirano lavarse las manos de sangre? ¿ A quiénes les salpica la sangre derramada?, ¿ Y ellos podrán lavarse? ¿ Se diluye ésta con el ejercicio del poder o más bien se torna espesa?
En este caso, tan de moda está en cuidarse de no dar spoilers de la trama, por suerte todos saben el final de esta historia, como son todos los finales de los tiranos: el bosque cerca su palacio y todos lo traicionan y le dan muerte.
Justin Kurzel, un joven director australiano, acepta el desafío de adaptar “Macbeth” ciñéndose al texto original ( en el estreno en Cannes, muy pocos entendían el inglés antiguo con acento escocés y muy pocos leían los subtítulos en francés), manteniendo la estructura y las elipsis que hizo Shakespeare en 1606, se despreocupa de la tensión narrativa “que debería tener todo film” y de la verosimilitud del relato y gracias a una inolvidable e impresionante fotografía y una adecuada banda sonora, nos invita a ser testigos de una hipnótica pesadilla, alejada de cualquier surrealismo, de una obra radical y perturbadora. Incuba en nosotros la belleza cinematográfica, tan venida a menos en el cine comercial.