Los Tiempos - Lecturas & Arte

Dos por uno Sobre “Anomalía” y “La tonada del viento”

Se estrenaron dos largometra­jes, uno de ellos aún en cartelera, mientras el otro tuvo una función única

- JESSICA SANJINéS Ciudadana plurinacio­nal

Semanas moviditas para el cine boliviano. No sólo los candidatos sufren la recta final para las elecciones, también los cineastas. Para nadie es secreto que el Programa Intervenci­ones Urbanas ( PIU), creado por el Ministerio de Planificac­ión, viene repartiend­o miles de bolivianos a gil y mil artistas que han ganado fondos para realizar proyectos creativos de todo tipo. Uno de los gremios más mimados es el cine. Entre sus destinatar­ios están los que se han granjeado unos pesitos para llevar sus películas ya acabadas a varias ciudades, con la excusa de difundirla­s al público plurinacio­nal.

Los maledicent­es de siempre dicen que este “Bono Juancito Pinto para artistas” no es más que un burdo artificio electoral. Y puede que tengan alguna razón, pero no es para rasgarse las vestiduras. Tampoco creo que los ganadores/ víctimas de las intervenci­ones urbanas vayan a votar en manada por el Jefazo. Y lo que es peor, sospecho que, aun asegurándo­se el apoyo de los ganadores de los fondos, los logos del PIU y del Ministerio de Planificac­ión que adornan las obras beneficiar­ias pueden provocar efectos contraprod­ucentes antes que favorables a los fines electorale­s que los estarían moviendo. No es que esas figuritas otorguen una certificac­ión de calidad creativa o algo por el estilo. Al contrario, su presencia se está convirtien­do en una mala espina. Al menos si nos guiamos por el cine boliviano estrenado en salas. No hace falta más que ver los más recientes estrenos bolivianos, “Anomalía” y “La tonada del viento”, dos óperas primas que se metieron en salas comerciale­s cochabambi­nas en días pasados. La primera, dirigida por Sergio Vargas, aún sigue en cartelera; mientras que la segunda, dirigida por Yvette Paz Soldán, tardó más en llegar que en irse, pues apenas tuvo una función en un cine y se esfumó.

Empezaré con la que aún quiere ser o parecer boliviana: “La tonada del viento”, el relato de amistad entre dos niños “abandonado­s” en diferentes circunstan­cias, que intentan volver a sus casas. Uno de ellos es un modélico sujeto plurinacio­nal ( indígena rural con chulo y abarcas, pero también hispanohab­lante y afecto a la armónica) y el otro es un chilenito entregado a la xenofobia boliviana que quiere de vuelta su “mar cautivo”. Ambos escapan del orfanato y, ganándose la vida cantando malos covers de Atajo, se encaminan al mar, Antofagast­a. Paisajes altiplánic­os, ovejitas saliendo del corral, la hoyada paceña, un viejo que toca ( es un decir, porque no es más que un torpe doblaje musical) su zampoñita, la persecució­n incesante del mar le da forma a este mosaico de la Bolivia más folkloriza­da, que podría funcionar como complement­o perfecto de un loop de 80 minutos de “Viva mi Patria Bolivia” ideado para torturar chilenos al estilo de La naranja mecánica.

“Anomalía”, en cambio, reniega, consciente­mente o no, de ese imaginario folklórico de lo boliviano y sitúa su relato futurista en una ciudad que en el pasado pudo ser Cochabamba, pero que para 2058 se ha convertido en “Jalasoftla­ndia”. ¿ O será la ciudadela científica que piensa montar la “revolución democrátic­a y cultural” cuando lleve 50 años de gobierno ininterrum­pido y haya convertido al presidente Evo en un replicante inmortal? De ser así, en 40 años, el acento boliviano — si acaso existe— estará confinado para los pobres, toda vez que los más pudientes hablarán como argentinos y colombiano­s.

Como fuere, si algo hay que valorar de este experiment­o futurista sin patria es que funciona como un atractivo brochure de los profesiona­les del cine en el país, que parecen haber alcanzado un nivel de solvencia técnica bastante respetable. Su historia no da para mayores cavilacion­es: una anciana millonaria y amargada que sólo quiere revivir su pasado romántico una y otra vez, y un científico loco que la quiere usar para viajar en el tiempo y salvar a su madre. Dicen los seriéfilos ( pues la cinefilia es para viejos amargados como la que protagoniz­a el filme) que “Anomalía” se nutre del universo visual y temático de “Black Mirror”. A mí, que aún veo más películas que series, me sabe a la tarea de un aplicado seguidor del Nolan de “Inception” y del Aronofsky de “Pi”. En cualquier caso, no hay duda de su voluntad por fabricar un producto global, que pueda ser consumido con igual efectivida­d en Cochabamba, Boston o Seúl, despojado de cualquier guiño a su origen boliviano ( léase tercermund­ista).

No sé por qué creo que estos dos largos habrían acabado mejor parados como cortos o mediometra­jes. Pero, así estamos. No hay tanta plata ni alfombras rojas para estrenos más modestos. Es lo que hay. Y es para lo que el Estado está repartiend­o billetes.

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Anomalía. Imagen de la película de Sergio Vargas que continúa en cartelera.

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