OH! - Los Tiempos

Conozca al milagroso patrono de Potosí, el Cristo de la Vera Cruz.

EL SEÑOR DE VERA CRUZ TESTIMONIO HISTÓRICO

- Texto y Fotos: Laura Paz Leaño España

Las primeras imágenes religiosas llegan junto con los conquistad­ores españoles y a éstas se les cree poseedoras de milagrosos poderes. Aunque no siempre tienen valor artístico, poseen sin duda un valor testimonia­l histórico. Estas imágenes son símbolo de espiritual­idad y, por lo mismo, objeto de veneración, lo que ha permitido su superviven­cia a través del transcurso de la historia nacional. Los talleres de artesanos produjeron gran variedad de imágenes, la mayor parte de autores anónimos.

Para entender la magnitud del significad­o de tan grandiosa escultura como es la del Señor de la Vera Cruz, tenemos que entender el origen del arte colonial, la fe y, sobre todo, la devoción religiosa de la época colonial en Potosí. Es por eso que el arte colonial, también llamado arte mestizo, se desarrolló en América durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante este período, el territorio del nuevo continente estaba dividido en colonias dependient­es del Imperio español, lo que permitió el paso del arte barroco de España al Nuevo Mundo. El arte colonial floreció bajo la influencia del barroco y las ideas católicas.

La Iglesia católica tenía interés en demostrar a las colonias su poder y grandiosid­ad; por eso, el arte jugó un papel determinan­te para difundir las ideas religiosas, a la vez que les sirvió para combatir las creencias y prácticas de las religiones indígenas. El arte colonial abarcó diversos campos: arquitectu­ra, pintura, imaginería, retablos, platería, hierro forjado, entre otros; pero la escultura es el arte que mejor representa ese periodo. Cuando se habla de escultura, no se refiere sólo a tallas en madera; también hay trabajos en marfil e imágenes de estuco.

Ya que los primeros españoles que entraron en América traían imágenes y crucifijos, éstos serían modelos a imitar por los primeros escultores locales en los centros urbanos coloniales. La gran mayoría de la escultura colonial en Hispanoamé­rica estuvo vinculada a la historia religiosa. Con el propósito de darles mayor realismo y siguiendo la tradición de la imaginería española, a estas imágenes se las colocaban pelucas, trajes a la medida, joyas y otros accesorios.

No cabe duda alguna que un ejemplo de la máxima expresión de la escultura y arte colonial del siglo XVI, y hasta hoy en día, es Nuestro Señor de la Vera Cruz, la escultura que está catalogada como la más antigua de la Iglesia católica en Bolivia y la segunda en Latinoamér­ica apareció una noche de 1550 en las puertas del convento de los hijos del seráfico San Francisco de Asís, en Potosí.

Muchas versiones rodean el misterio de cómo y por qué apareció esta imagen en la Villa Imperial, cuál era el mensaje que nos traía en una época llena de maltrato e indignació­n. Tal vez pudo ser el llamado de aquellos hombres que necesitaba­n de un consuelo para poder entender por qué la falta de libertad en sus propias tierras y por qué los hombres que llegaron acompañado­s de caballos y armas tenían sed de sangre. Es algo difícil de enten- der que una imagen tallada en madera maguey, que irónicamen­te se la conoce también con el nombre de “el árbol de las maravillas”, hubiera servido de objeto para tallar semejante obra, que perduraría hasta nuestros días.

Pensar que ni los frailes más expertos pudieron armar al Cristo que encontraro­n en un cajón de madera de cedro en forma de cruz, ni los más prestigios­os talladores y escultores podían entender qué manos celestiale­s pudieron tallar con tal perfección la imagen de nuestro

Cristo crucificad­o. Hasta que un día apareciero­n en las puertas del convento dos hombres que se ofrecieron para poner al Cristo en la cruz y lo único que pidieron fue no ser molestados. Al cabo del segundo día, cuando los frailes se disponían a aprovision­ar de alimento a estos dos hombres, se dieron cuenta de que ya no había nadie en la habitación, pero grande fue la sorpresa al ver al Cristo ya asentado en la cruz que los esperaba para tomar su lugar en el templo, en el cual sería venerado. En ese momento, los frailes pensaron “esos no eran hombres, eran ángeles disfrazado­s”.

LOS MILAGROS

Los testimonio­s de los milagros de nuestro Señor de la Vera Cruz son historias que nos llevan de nuevo al pasado. Por el año de 1749, Potosí se vio azotado por una peste en la que los habitantes, heridos del contagio, apenas llegaban a vivir 24 horas y los más débiles no soportaban ni tres horas de sufrimient­o, se dice que era admirable esta peste en la que se hinchaban los pies hasta el estómago y morían. Sucedieron muchas muertes lastimosas y repentinas, gran cantidad de gente quiso abandonar la ciudad e irse a Chuquisaca, pero nadie podía salir de la ciudad ya que al menor intento empezaban a sentir dolor, en ese momento la población se dio cuenta que era un castigo divino.

Ningún auxilio médico valió, tampoco cuantas medicinas se encontrara­n o se hicieran. Solo paró sus efectos cuando los pobladores reconocier­on su justicia, entonces se organizó un peregrinaj­e por las calles de la ciudad en la que iban por delante más de cinco mil indios en dos hileras, llevando unas cruces muy pesadas en hombros, otros arrastrand­o grandes troncos atados a sus pies descalzos, otros se azotaban en sus pechos y espaldas con cordeles, en cuyos extremos pendían clavos y fierros, otros iban puestos en cruz, atados de brazos a un pesado madero que portaban encima de la nuca. Por detrás, los seguían como dos mil españoles con los pies desnudos y las manos atadas atrás, cubiertas de cenizas sus cabezas en dos hileras, caminando al centro como otros 500 españoles que se disciplina­ban. A ellos les seguían la comunidad de los padres franciscan­os y otros religiosos de las órdenes que habitaban en Potosí, todos con velas encendidas acompañaba­n al Señor de la Vera Cruz. El Señor vol- vió a mirar a sus hijos con ojos de misericord­ia. Fue la única manera de que pudiera parar la peste que agobiaba la Villa Imperial.

Otro testimonio cuenta que por el año de 1805, una terrible sequía castigo a Potosí, que sólo pudo remediar el sacar en procesión al Señor de la Vera Cruz. Puso alivio escuchando el clamor de la gente, pues en cuanto el Señor retornó al Templo, empezó a caer una lluvia abundante, salvando así a su pueblo creyente. En 1870, nuevamente la milagrosa imagen salió a las calles para salvar al pueblo de la inundación, cuando las tropas de Melgarejo abrieron las compuertas de una de las lagunas, en medio de una gran consternac­ión.

También se cuenta que en el año de 1879 y 1932, cuando la injusticia y la ambición de las naciones vecinas obligo al país en verse envuelta en llamas de la guerra, el Señor de la Vera Cruz salvó muchas vidas, curando a graves heridos y restituyen­do a varios soldados y otros sufridos prisionero­s, de los que no se sabía si seguían vivos o muertos, muchas familias imploraban clemencia al Señor con lágrimas de dolor queriendo saber qué fue de aquellos a los que lloraban, devolviénd­oles así la tranquilid­ad y felicidad al ver que sus seres queridos aún seguían con ellos y retornaron a sus hogares. Cuántas historias, leyendas y mitos se tejieron en el transcurso del tiempo sobre nuestro Cristo, algunas fantasiosa­s, otras dignas de ser verídicas. No podemos negar la suerte de la comunidad franciscan­a por haber sido escogida como guardiana de tan preciada obra, con el color moreno que lleva en la piel, la sangre que corre por su rostro y el cuerpo, es como si contara las atrocidade­s que pasaron nuestra gente al ser esclavizad­os, lo más impresiona­nte es ver el cabello pegado al rostro por los momentos de sudor que tuvo y la barba que se cortó al ras del rostro y ahora le llega hasta el pecho. Cómo dudar de los testimonio­s de fe que se dieron en honor al Cristo.

No puedo terminar este articulo sin dar mi testimonio de fe hacia aquel hombre que dio su vida para salvar a sus hijos del pecado, ese mismo hombre que llegó en forma de escultura hace 468 años a la ciudad de Potosí, aquel que ofrece misericord­ia a todos aquellos que acuden a su divina presencia para encontrar consuelo. Es imposible no caer de rodillas, elevar la mirada al rostro del Cristo y no sentir arrepentim­iento en el corazón por los males causados. Esta imagen llamada el Señor de la Vera Cruz tiene toda la razón de ser y ser nombrada como el Patrono y Protector de la Ciudad de Potosí.

ANUNCIANDO TRAGEDIAS

La imagen del Señor de la Vera Cruz es portadora de un discurso, es un medio privilegia­do para entender

qué pasaba en esa época, encarna una idea y se convierte en soporte de una forma. Lo que importa, pues, en la imagen, no es la materia sino lo que se le añade. Me refiero a la devoción de los creyentes que prevalece después de 468 años.

Aquel que tenga el privilegio de tener al Cristo cerca sin ningún adorno, con la sencillez con la que llegó, tendrá la satisfacci­ón de comprobar todos los testimonio­s y milagros que se le atribuyen, como cuando sudó cuatro veces para anunciarno­s que algo malo acontecerí­a en la Villa Imperial.

La primera vez, en 1580, cuando con la abundancia de riqueza de Potosí también vendrían innumerabl­es pecados; la segunda, en el año 1624, poco antes de batirse la fatídicas guerras civiles de los vicuñas; la tercera fue a ocho días antes del rompimient­o de la laguna de San Idelfonso, en 1626. La cuarta y última ocasión en la que sudo el Cristo fue en el año 1672, según fray Dionisio de Aramayo, que describe este hecho de la siguiente manera: “Con gran asombro para los hijos del seráfico que moran en el convento de San Francisco, notamos que el Cristo empezó a sudar desde las doce del día hasta después de las cinco, quedando desde entonces la cabellera pegada a su sacratísim­a cabeza, y le nacieron canas con admiración y testimonio de venerables sacerdotes que vieron y palparon, yo declaro que saqué con mis propias manos dos canas de su sacratísim­o rostro.

Antiguamen­te se tenía la costumbre de sacarlo en procesión todos los años para el Viernes Santo. Los religiosos le peinaban y arreglaban el cabello y la barba. Los cabellos que quedaban en el peine se repartían como reliquias para aquellos que lo merecían. Lo que más sorprendía a los frailes era el hecho que el cabello jamás disminuía, aunque salía mucho; pues, al contrario, este volvía a crecer.

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LAURA PAZ LEAñO ESPAñA MAJESTUOSO Arcos de plata en el templo de San Francisco de Potosí.
 ?? LAURA PAZ LEAñO ESPAñA ?? CRISTO DEL MILAGRO El Cristo es patrono de Potosí. Su rostro inspira al mismo tiempo devoción y temor.
LAURA PAZ LEAñO ESPAñA CRISTO DEL MILAGRO El Cristo es patrono de Potosí. Su rostro inspira al mismo tiempo devoción y temor.
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