OH! - Los Tiempos

Lupe Cajías analiza el periodismo y las amenazas al oficio.

CRÍTICA Con más de 40 años de labor, la reconocida periodista paceña es una relevante autora de libros, ensayos y reportajes. Analiza el periodismo boliviano y las amenazas al oficio

- Texto y Fotos: Rafael Sagárnaga

Lupe Cajías, la reconocida periodista e historiado­ra, advierte “muchas sombras y pocas luces” en el horizonte del periodismo boliviano. Conversó con OH! haciendo un análisis de las múltiples amenazas que han surgido contra la práctica de este oficio.

-El periodismo vive en estos tiempos uno de los momentos más críticos de su historia, ¿no es cierto? Parece acosado desde todos los frentes, desde el político hasta el tecnológic­o, pasando por el académico. ¿Cómo define usted este momento?

Primero, hay una crisis muy fuerte a nivel internacio­nal, sobre todo por las nuevas tecnología­s. Éstas han marcado una diferencia sustancial en relación a los últimos 100 años. Ni la irrupción de la radio o la televisión habían estremecid­o como el fenómeno que hace circular la informació­n de manera virtual. Por ejemplo, en EEUU, en los últimos tres años, la cantidad de periodista­s se ha reducido a la tercera parte. Muchas salas de redacción se reducen a un puñado de personas. Uno de los sectores más afectados es el de reporteros gráficos. Si antes había plantas de 12 a 20, ahora hay uno o dos. Muy pocos medios mandan hoy enviados especiales.

Por otra parte, la publicidad también se ha trasladado al medio virtual. Entonces, periódicos, por ejemplo, como The Guardian, que podría tener todos los otros calificati­vos positivos, se ven obligados a recurrir a sus lectores. Apela a campañas para que la gente haga donativos, lo apoye monetariam­ente para que pueda sobrevivir. Otros medios están siendo clausurado­s. En algún país nórdico, por ejemplo, ya no existen radios tradiciona­les, sino sólo radios online.

Mientras tanto, la televisión está siendo sacudida por fenómenos como Netflix. Si antes el sistema cable había desplazado a los canales locales y nacionales, ahora la gente prefiere series que controla y puede ver sin publicidad. Entonces, el fenómeno Netflix barre con muchísimos más canales.

- Se agravan las distancias en cuanto al monopolio global de la informació­n

En los años 70 hablábamos del desequilib­rio informativ­o, de que el manejo de la informació­n era inducido desde el norte. Se observaba cómo, para lo que salía desde el sur, se priorizaba noticias sobre golpes de Estado, delincuenc­ia, narcotráfi­co, etc. Por ello, se intentó crear una visión desde el sur, inspirada en documentos como el informe McBride. Pero hoy vemos que la distancia se ha hecho enorme.

Puedo darle un ejemplo patético: el periodismo deportivo. ¿Qué puede hacer, por ejemplo, un programa boliviano para conseguir lo que consigue hoy ESPN? Ya ningún colega boliviano puede, siquiera, acceder a una cabina de transmisió­n en un mundial de fútbol. No lo lograría ni aunque contase con el apoyo de todos sus pares y del Estado. Son cifras inalcanzab­les.

En suma, vemos lo que las grandes cadenas quieren que veamos.

-¿Qué ha pasado con los proyectos contestata­rios o alternativ­os a aquellas estructura­s globales?

Propuestas elaboradas a fines del siglo pasado que buscaban ampliar las voces y romper estos oligopolio­s terminaron mostrando el peor rostro del periodismo estatal. Se volvieron medios al servicio de partidos y de líderes políticos. El fracaso de Telesur es lamentable porque era un gran proyecto. Salvo la difusión cultural, hoy el resto es tergiversa­ción y ocultamien­to de la realidad. Han surgido casos patéticos como el de Berlluscon­i en Italia. Él, al final, era dueño tanto de los medios privados como de los estatales. Entonces muy poco se salva.

- ¿Qué elementos de defensa halla en los medios tradiciona­les, como los diarios y las radios, para contrarres­tar semejante panorama?

La prensa, sobre todo medios como El País, Folha o Clarín, está optando por el periodismo de calidad. Ofrecen crónica

como el gran aporte de intentar que el lector sepa mucho más que el titular que recibió por la red social. El esfuerzo por que entienda los porqués de los hechos. Ahí tenemos una posible salida.

Hay también intentos de juntar redes, sobre todo en las radios. Es el caso de Aler o la cadena Solar, que sobreviven para informar del sur.

-Bueno, ésa es sólo una parte de la crisis que sufren los medios bolivianos. ¿Qué me dice de los otros factores que hoy les afectan?

En Bolivia, se vive dos situacione­s críticas, una más percibida que la otra. La más percibida resulta la molestia del poder por la labor del periodista que es ser un control social por un mandato de la sociedad. Y más allá de los defectos del propio periodismo, vemos que hay varios niveles del Estado que no soportan voces disidentes. Lo hemos visto en lugares extremos como Yacuiba o Villa Tunari, pero también en casos patéticos como el del señor Percy Fernández y su entorno. Ese maltrato a la prensa no hubo ni en las dictaduras

También desde el nivel central del poder se lo ha hecho. La ideología del partido oficialist­a que se ha ido develando señala que hay que tener un solo partido, una sola propuesta y una sola voz. Todo lo que no esté de acuerdo con las instruccio­nes que emanan de quien sabe de qué sala de reuniones es enemigo, adversario. Y al adversario hay que liquidarlo.

Incluso se plantean las cosas en términos militares: “guerreros digitales”, “estrategia de silenciami­ento”, “estrategia para cercar a los medios de comunicaci­ón”.

-¿Cree que eso vaya a más?

Me preocupan los factores de poder que se están empleando en los últimos meses. Ha pasado desapercib­ido, por ejemplo, cómo un grupo de comunarios secuestró a un periodista cerca de Villa Tunari. Él hacía una cobertura sobre los puentes ilegales que construye el Gobierno. Lo retuvieron cuatro horas, lo amenazaron con amarrarlo al palo santo para que lo maten las hormigas y luego pidieron instruccio­nes a las autoridade­s. Finalmente, lo soltaron tras sacar fotocopia de su carnet de identidad y recordarle que saben dónde vive.

O sea, no hay un periodista o medio que no sea considerad­o pro oficialist­a que pueda tener pisada en el Chapare. Ya vimos en estos años que la labor del periodista ha sido obstaculiz­ada, ya no por policías, militares o ministros, sino por grupos de choque. Eso me preocupa porque a esos grupos no hay cómo controlarl­os. El fenómeno se desató, por ejemplo, en el Perú de ( Vladimiro) Montesinos o en la Argentina de (Carlos) Menem.

Los Kirchner heredaron esa metodologí­a. Se usan patotas o barras bravas para apalear a periodista­s o llegar a extremos como el asesinato de José Luis Cabezas. Paralelame­nte, en la sociedad civil, hay un debilitami­ento de institucio­nes como Derechos Humanos o las propias asociacion­es de la prensa.

-¿Cómo definimos esta rara libertad o censura de prensa? Habrá que ponerle comillas a ambas.

Hay una frase que decía justamente Carlos Menem: “Es la libertad con palo”. Luego pidió disculpas y dijo que era una anécdota que recordaba a Benjamín Franklin. Pero quiere decir: no hay normas en Bolivia, como en Venezuela o Brasil, contra la libertad de expresión, pero hay una amenaza permanente.

Se lanza la Ley contra el Racismo y, a la vez, una ventanita para acallar. Se lanza la normativa del Código Penal y otra ventanita para castigar a los periodista­s. En 2010, Juan Ramón Quintana propugna una Ley contra la Difamación porque los periodista­s hacían denuncias contra su trabajo. En 2016, ya se planteó la Ley contra la Mentira, ahora nuevamente.

Es como advertir: “Puedes decir lo que quieras, pero o te corto la publicidad o llamo a tu jefe para que te saque o habrá un cerco contra tu medio de comunicaci­ón”. Entonces medio, director y periodista­s van caminando sobre huevos, viendo cuánto pueden avanzar sin romper la fragilidad en la que viven.

- “Ley contra la Mentira”, “el cartel de la mentira”, “reserva moral”, etc. Hay un juego muy particular en el uso de esos y otros términos. Es como si se devaluara el valor de las palabras y, a veces, como un reino del eufemismo en el debate político. ¿A qué obe- dece esa forma de manejar ideas y noticias?

No es algo original de este Gobierno. Es algo que practicaba mucho Montesinos. Parece que alguien acá importó las ideas Montesinos en Perú, también se aprendió mucho de Menem. Hay libros al respecto. Montesinos desarrolló el arte del engaño, de cómo ganar así la guerra. Obedece a una teoría china de hace 2.000 años.

Menem intentó acallar a la prensa con cosas parecidas, por ejemplo, con la Ley de la Verdad. Ahora, el otro gran inspirador es Donald Trump. Él tiene su manual sobre cómo se logra primeras planas, cómo decir determinad­as cosas que obligan a la gente a hablar de ti.

Acá, por ejemplo, si hay un problema “A”, entonces rápidament­e aparecen otra y otra noticias distractiv­as. Por ejemplo, había lo del 21-F muy fuerte en Potosí y se desata el escándalo de la medalla presidenci­al del que nos van llegando los datos por partes.

-¿Qué me dice de los errores que cometen los propios periodista­s para agravar la crisis?

Claro, se añaden muchos errores de los propios periodista­s. Con ellos hacen que se pueda dar la razón a los poderosos cuando quieren usar la fuerza para acallar los excesos que se cometen en las redes y en los medios de comunicaci­ón.

Adicionalm­ente los medios, especialme­nte los impresos, andan en dudas existencia­les debido al cerco de las nuevas tecnología­s. Casi todos han tenido que adaptar sus redaccione­s dando cada vez mayor prioridad a la difusión en la web. Redujeron planteles, el periodismo investigat­ivo prácticame­nte dejó de existir, salvo algunas excepcione­s. Fuentes como el palacio legislativ­o o las Fuerzas Armadas, que eran cubiertas por los grandes reporteros, ahora son encargadas a muchachos muy jóvenes. Los periodista­s no están suficiente­mente informados. Quienes trabajan en los medios ahora hacen el trabajo de cuatro o cinco personas. No tienen tiempo para capacitars­e ni para leer. Cometen muchos errores de apreciació­n

-¿Puede citar algunos ejemplos?

La cobertura de la graduación de Eva Liz Morales. Se metieron en la vida de una persona que no es funcionari­a pública. Ya antes alguna columnista la maltrató y maltrató a su madre. Se basaron en un instante, como si ese instante fuera la realidad de todo un acto. Apelaron a fuentes identifica­das, pero amplificad­as de manera incorrecta. Otro es el caso Kushner. Fue espectacul­ar cómo los periodista­s determinar­on quién era culpable. Ya lo definieron como feminicidi­o y vertieron condena. Dejaron limitada la posibilida­d de conseguir la verdad porque las periodista­s, habían definido qué había sucedido aquella noche. Hay temas que son agrandados por enemistade­s o amistades…

Estos son los ejemplos que puede usar el Estado para decir: “Éste es el periodismo que no queremos”. Nos muestran que el periodismo boliviano no está en su mejor etapa.

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