Un oceánico sentimiento
Una bandera boliviana ondea en el Pacífico a la vera de las arenas en Iquique, nosotros la hemos plantado. La reacción es inmediata. Los veraneantes nos miran con desaprobación, algunos comentan cosas en voz baja, rápidamente se siente una sutil hostilidad en el aire. En estos días ya se han terminado los alegatos en la Corte Internacional de Justicia de La Haya tanto de Chile como de Bolivia por el tema marítimo. En este verano en la costa de mi país de nacimiento, decidí que el 23 de marzo haría ondear la tricolor como acto simbólico y transgresor. La idea me la brindó Juan Cristóbal Ríos antes de partir de viaje.
Es inevitable no mirar la tele chilena. Todos los canales pasan en vivo las gestiones diplomáticas chilenas en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Constato además, la cobertura periodística y no dejo de sorprenderme por los comentarios y críticas al sueño boliviano de una salida al mar. El discurso se generaliza luego de que Sacha Llorenti, coagente de Bolivia en La Haya, manifiesta que el mar forma parte de la identidad de un país y remata con la posición favorable de nada más y nada menos que del poeta chileno Vicente Huidobro. Al instante los alegatos mediáticos afirman que el país mediterráneo debe aceptar que no tiene derecho a una salida marítima y además que los argumentos en esta corte internacional son sentimentaloides y care- cen de coherencia.
En la cúspide de ese patrioterismo pleno de repeticiones del tratado de 1904, los chilenos, vale decir mis compatriotas, no cesan de repetir de memoria eslóganes neopatrióticos en los espacios cotidianos y los mediáticos. Otro epítome se da cuando Raúl Florcita Alarcón Rojas, más conocido como Florcita Motuda, músico y diputado del Partido Humanista chileno, se constituye en una de las voces, quizá de las pocas, en manifestar que el tema puede encontrar solución cuando Perú, Bolivia y Chile se sienten a la mesa para resolver este tema histórico y además plantea su posición favorable para una salida al mar. La respuesta no se hizo esperar, nuevamente comentarios exacerbados increparon al diputado tanto en la televisión como en la calle. El diputado tiene una de las posiciones más razonables al igual que la del escritor Pedro Lemebel que escribió en el 2004 un contundente texto en “Canción para un niño boliviano que nunca vio la mar”. Esto brinda cierto alivio, porque sí hay voces disonantes en este aparente discurso totalizador que no aprueba ningún tipo de negociación.
Cabe decir, en este contexto, que un tratado no se escribe en piedra. Hay una legalidad que no es negociable, pero los derechos ante todo son humanos y la tierra y el mar son patrimonio de todos. Somos los salvaguardas de este mundo lleno de fronteras que nosotros mismos hemos creado y esta titularidad condice mal con la posición que descalifica una demanda por denominarla imposible y sentimental. Quizá una educación sentimental es lo que se precisa en este momento, una nueva forma de entender la geopolítica, los argumentos de la razón desfavorecen la demanda, pero son descartables cuando entra el componente humano en juego. En el epílogo hago mías las palabras de Carolina Grekin, quien en la sección de cartas al director del prestigioso periódico chileno The Clinic, escribe: “Negarle mar a un país vencido en una guerra de intereses económicos es pecado de lesa humanidad, más allá de acuerdos de paz firmados y requetecontra firmados (…) el que se haya ganado una guerra no inmoviliza el fluir de la historia de los pueblos”.