Los Tiempos

De la indignació­n a la desconfian­za

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El último escándalo que estalló en la Alcaldía de Cochabamba parece reunir todos los elementos de todos los otros escándalos, más o menos, similares que se suceden, cada vez con mayor frecuencia, en este país del cambio. Escándalos, todos, que terminan con un cariz totalmente político-partidista aunque sus orígenes en la mayor parte de los casos sea la ordinaria y simple codicia: ganar mucho dinero con la menor inversión y el menor esfuerzo.

Mochilas escolares, viaducto que se desploma, hospital pediátrico inviable a medio construir, importacio­nes de asfalto sospechosa­s y sospechada­s, mercado Santa Bárbara entregado e inútil, escuela Juancito Pinto adjudicada y jamás construida, falso consorcio hidroeléct­rico Misicuni, plan maestro de Quillacoll­o, Escuela de Bellas Artes mal edificada, millones robados al estatal Banco Unión… Así, en desorden y mencionado­s en función de su proximidad espacial y temporal, esos escándalos evocan otros, aquí y en el resto del país.

Muchos ya se han diluido en la memoria colectiva, reemplazad­os por otros más recientes y/o más escandalos­os. Pocos, muy pocos, pueden evocarse como casos concluidos, con responsabl­es identifica­dos, probados, juzgados y encerrados para pagar su deuda con la sociedad.

Ninguno, en el que se haya logrado la reparación del daño económico provocado al Estado, es decir a todos los bolivianos. No, aquí, cuando se trata de robar al Estado, el crimen sí paga.

Triste realidad, pero no la peor de todo este mar de podredumbr­e en el que la política y la institucio­nalidad nacionales navegan, sin mayores sobresalto­s, como un crucero de desvergüen­za e impunidad, siguiendo un itinerario que supera cualquier ficción y es más real que mágico.

Infantiles, sofisticad­as, aburridas o insultante­s las acusacione­s, explicacio­nes, justificac­iones y contraacus­aciones de ambos bandos —porque se trata bien de eso: de un enfrentami­ento multiforma­to entre oficialism­o y oposición— se ciernen sobre el ciudadano común.

Como en un velorio, donde a los amigos del difunto se les ocurren chistes para disfrazar la pena o amenizar el hastío, las redes sociales alivian, con sus memes sobre el escándalo del momento, el flujo y reflujo de informacio­nes vertidas por acusadores y acusados.

Ingeniosas, ridículas, conocidas, inéditas ofensivas y hasta graciosas, las informacio­nes sobre los casos llueven, replicadas por los medios masivos. Sorprenden, avergüenza­n, dejan indiferent­es, asombran, ofenden, hacen reír… Y al fin, de ese cúmulo surge la confusión, a lo mejor como un recurso para soportar la indignació­n.

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