Los Tiempos

El Guajojó

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Hace unos días, circuló un video por las redes sociales. Una insólita aparición en plena plaza principal “alarmó” a los habitantes de un pueblo en el Beni, al punto que se escucharon voces que clamaban por el “mal agüero”, “algo malo va a pasar”, “qué cosa más fea”. ¿Se trataría de un ovni? ¿Un fantasma? ¿Un politiquer­o corrupto? Pues no. Era un Guajojó (Nyctibius griseus), mítica ave de climas cálidos y bosques tupidos.

El Guajojó es una de las expresione­s más nítidas y bellas de lo increíblem­ente extraordin­aria que es la naturaleza. Encarna cabalmente en la sabiduría que nos legó Darwin. Su mecanismo de defensa es un camuflaje perfecto que lo mimetiza en los troncos secos de los árboles. Cada pluma del pá- j a r o, cada recodo de su cuerpo, se acomoda a ello, forjando maravillos­a simbiosis con el entorno que le rodea. En ese sentido, es un ser que, mediante su extraña apariencia, nos habla de bosques, de sabanas, de enormes árboles.

El Guajojó no representa ningún peligro para el ser humano. Es un pajarito insectívor­o, que caza por las noches. No obstante, tiene una particular­idad: posee un canto muy peculiar, lastimero, que a los oídos humanos suena dulcemente triste. Ello ha significad­o que en torno a él circulen leyendas en Perú, Ecuador, México, Argentina, Bolivia.

Yo supe de uno de esos mitos por mis padres y abuelos, todos oriundos del oriente boliviano. Cuenta la leyenda que la hija de un cacique indígena se enamoró de un joven de una tribu rival. Para consumar su deseo, la pareja escapó monte adentro, pero fueron alcanzados por el autoritari­o padre, quien mató al joven. La muchacha, en su dolor, se transformó en animalito alado que busca el alma de su amor a través de la selva. En el canto del Guajojó yacería un llamado, una búsqueda.

Arrullada tantas veces con canciones de Gladys Moreno, pude escuchar que

la leyenda se volvió canción a partir de la magia transporta­dora de la voz de la cantante y la inspiració­n del compositor Percy Ávila.

Así, cada vez que voy al trópico o al llano, suelo atisbar en los troncos secos, quién sabe se me dé el privilegio de toparme con ese ser tan emblemátic­o y sorprenden­te, inspirador de tradicione­s orales remotas y de melodías mansas.

El pasado 5 de mayo fue el Día Mundial de Avistamien­to de Aves y gracias al esfuerzo de menos de 100 ciudadanos, Bolivia está entre los 10 países que más avistamien­tos obtuvo, consagrand­o el sexto puesto que ocupamos en diversidad de aves en el planeta. En Colombia, país cuya formación social reviste una historia de dura violencia, desde el Estado se está promociona­ndo el avistamien­to de aves como uno de los más importante­s incentivos turísticos. En Bolivia, ostentando el sexto lugar con más aves en el mundo, ¿qué nos falta para ese tipo de políticas?

Pero no. Olvidé que por estos lares, al tiempo que se proyecta diezmar las selvas y bosques mediante las más irresponsa­bles políticas extractivi­stas, estamos muy atareados pro- curando calmar una t r au- mada y p a t é - ti- ca autoestima promociona­ndo el turismo con shows cortoplaci­stas y f atuos, que parece que saldrán muy caros, dado el despilfarr­o de recursos públicos que implican ( ello sin contar la “cuota” que conllevan “misteriosa­s” adjudicaci­ones de algunas obras y afines). Mientras tanto, al no escasear los que se “alarman” por la aparición de magníficos y pacíficos seres vivos, cabe confirmar que sí, verdaderam­ente, debemos ser “tierra de campeones”. Campeones en corrupción y estupidez será.

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