Evo, un mínimo Estado y un máximo de sociedad civil
Así como en estos tiempos de urgencias democráticas y de lucha constante por ser librepensante ya no interesa un pepino si eres de derecha o de izquierda, o como sostenía José Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.
Las dos opciones, desde luego, traen la misma concepción original de la estupidez elevada al cubo. La historia lo demuestra y los nefastos personajes que lo llevaron y aún llevan a cabo lo refrendan son sobrado descaro. No debe dejar de preocuparnos la macabra intromisión del Estado en nuestras vidas que diariamente se ven desgastadas por su rol acaparador, corrupto(r) e inoperante. Único criminal del siglo XX y XXI que compra conciencias, las regala, las soborna, las corrompe y las rifa a su antojo. Hay pues, un afán maquiavélico del aparato estatal de querer destrozar la integridad, los derechos y la dignidad de la sociedad civil en pro de una imposición monolítica caudillista, valiéndose del poder que le otorga el monstruo del Estado, que ignora y hace añicos el bienestar, la convivencia y, sobre todo, las aspiraciones y potencialidades democráticas del individuo.
12 años de Gobierno evista han demostrado, con más pena que gloria, que el Estado se ha constituido en un quebrantador del bien. Tu Gobierno, presidente Evo Morales Ayma, se caracteriza por un estatocentrismo en beneficio de pocos oportunistas y vivillos que cada vez más se convencen de que tu “proceso de cambio” es una oportunidad irrepetible e intransferible, en desmedro de los intereses y las oportunidades de la real sociedad civil, el grueso de la mano de obra y el capital humano fundamental para abrir espacios de prosperidad, pero todo eso vale menos que un soberano cacahuate.
Tu Gobierno no sólo se ha encargado de crear escepticismo y descrédito en la figura presidencial, sino también en el Estado mismo, ese que está para servir a los demás y no servirse de los demás. El Estado como regulador político y social que armonice en la justa medida los conflictos internos. Pero no, tu Gobierno se ha ocu- pado de cooptar conciencias, amordazar aspiraciones y anquilosar al individuo. Citando a Ortega y Gasset: “El hombre masa, sintiéndose vulgar, reclama con orgullo el derecho a su vulgaridad”. En efecto, Ortega no sólo alerta sobre la inercia que provoca el hombre masa, sino también sobre el comportamiento peligroso que significa su conformismo y su indiferencia frente a los problemas que deterioran las condiciones más elementales del individuo. Querido: ¿qué es peor? ¿La ignorancia o la indiferencia? No sé ni me interesa.
“Este es el peligro más grave que amenaza hoy la civilización: la intervención del Estado; la absorción de todo esfuerzo social espontáneo por parte del Estado, es decir, de l a acción histórica espontánea que a largo plazo sostiene, nutre e impulsa los destinos humanos”.
La política tradicional, entendida como un tipo de acción y racionalidad gubernamental concreta en nuestro medio, ha perdido, presidente Morales, su peso histórico de cara a los intereses de los ciudadanos. Mientras tú insistes en que te debes a “tus sectores sociales” y viceversa ( elites de poder), mientras te gastas la plata en millonarios elefantes azules que benefician a un puñado de personas, mientras ejerces la función de un ogro filantrópico como estrategia para mantenerte vigente y necesario, pretendiendo convencer sobre una política asistencial que ya hace aguas por todos lados; mientras tanto, el grueso de la sociedad civil boliviana batalla por ser libre, ser mucho mejor, hacer de su entorno un espacio más próspero, construir un futuro en el presente, luchar para que sus derechos sean atendidos así como son demandadas sus obligaciones. Lucha en medio de una desprotección democrática. Reclama mejor calidad de vida, bienestar, oportunidad, equidad, inversión en cultura, salud y justicia.