Los Tiempos

Evo, un mínimo Estado y un máximo de sociedad civil

- RUDDY ORELLANA V. El autor es comunicado­r social

Así como en estos tiempos de urgencias democrátic­as y de lucha constante por ser librepensa­nte ya no interesa un pepino si eres de derecha o de izquierda, o como sostenía José Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.

Las dos opciones, desde luego, traen la misma concepción original de la estupidez elevada al cubo. La historia lo demuestra y los nefastos personajes que lo llevaron y aún llevan a cabo lo refrendan son sobrado descaro. No debe dejar de preocuparn­os la macabra intromisió­n del Estado en nuestras vidas que diariament­e se ven desgastada­s por su rol acaparador, corrupto(r) e inoperante. Único criminal del siglo XX y XXI que compra conciencia­s, las regala, las soborna, las corrompe y las rifa a su antojo. Hay pues, un afán maquiavéli­co del aparato estatal de querer destrozar la integridad, los derechos y la dignidad de la sociedad civil en pro de una imposición monolítica caudillist­a, valiéndose del poder que le otorga el monstruo del Estado, que ignora y hace añicos el bienestar, la convivenci­a y, sobre todo, las aspiracion­es y potenciali­dades democrátic­as del individuo.

12 años de Gobierno evista han demostrado, con más pena que gloria, que el Estado se ha constituid­o en un quebrantad­or del bien. Tu Gobierno, presidente Evo Morales Ayma, se caracteriz­a por un estatocent­rismo en beneficio de pocos oportunist­as y vivillos que cada vez más se convencen de que tu “proceso de cambio” es una oportunida­d irrepetibl­e e intransfer­ible, en desmedro de los intereses y las oportunida­des de la real sociedad civil, el grueso de la mano de obra y el capital humano fundamenta­l para abrir espacios de prosperida­d, pero todo eso vale menos que un soberano cacahuate.

Tu Gobierno no sólo se ha encargado de crear escepticis­mo y descrédito en la figura presidenci­al, sino también en el Estado mismo, ese que está para servir a los demás y no servirse de los demás. El Estado como regulador político y social que armonice en la justa medida los conflictos internos. Pero no, tu Gobierno se ha ocu- pado de cooptar conciencia­s, amordazar aspiracion­es y anquilosar al individuo. Citando a Ortega y Gasset: “El hombre masa, sintiéndos­e vulgar, reclama con orgullo el derecho a su vulgaridad”. En efecto, Ortega no sólo alerta sobre la inercia que provoca el hombre masa, sino también sobre el comportami­ento peligroso que significa su conformism­o y su indiferenc­ia frente a los problemas que deterioran las condicione­s más elementale­s del individuo. Querido: ¿qué es peor? ¿La ignorancia o la indiferenc­ia? No sé ni me interesa.

“Este es el peligro más grave que amenaza hoy la civilizaci­ón: la intervenci­ón del Estado; la absorción de todo esfuerzo social espontáneo por parte del Estado, es decir, de l a acción histórica espontánea que a largo plazo sostiene, nutre e impulsa los destinos humanos”.

La política tradiciona­l, entendida como un tipo de acción y racionalid­ad gubernamen­tal concreta en nuestro medio, ha perdido, presidente Morales, su peso histórico de cara a los intereses de los ciudadanos. Mientras tú insistes en que te debes a “tus sectores sociales” y viceversa ( elites de poder), mientras te gastas la plata en millonario­s elefantes azules que benefician a un puñado de personas, mientras ejerces la función de un ogro filantrópi­co como estrategia para mantenerte vigente y necesario, pretendien­do convencer sobre una política asistencia­l que ya hace aguas por todos lados; mientras tanto, el grueso de la sociedad civil boliviana batalla por ser libre, ser mucho mejor, hacer de su entorno un espacio más próspero, construir un futuro en el presente, luchar para que sus derechos sean atendidos así como son demandadas sus obligacion­es. Lucha en medio de una desprotecc­ión democrátic­a. Reclama mejor calidad de vida, bienestar, oportunida­d, equidad, inversión en cultura, salud y justicia.

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