Los Tiempos

La Casa Grande, símbolo del proceso de cambio

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La colosal Casa Grande del Pueblo construida por el Ejecutivo en pleno centro histórico de la sede de gobierno ha provocado y provoca numerosas críticas acerca de su estética, su impacto arquitectó­nico sobre el conjunto de ese lugar, su costo, la pertinenci­a de su edificació­n y otras —más o menos justificad­as— que segurament­e continuará­n por un tiempo.

Entre tantas objeciones y justificac­iones, imágenes y explicacio­nes, se constatan algunas paradojas: el Gobierno hace de su rechazo a EEUU y todo lo que representa a ese país uno de los pilares de su política “antiimperi­alista y descoloniz­adora”, y se enorgullec­e de una construcci­ón que reproduce precisamen­te ese modelo repudiado.

Ese modelo repudiado que el Ejecutivo ha incrustado en pleno corazón del poder parece aplastar, por sus proporcion­es, al viejo Palacio de Gobierno y desdeña con la misma intensidad la estética de la arquitectu­ra emergente que brilla por su autenticid­ad, especialme­nte en El Alto, ciudad que el régimen considera todo un símbolo de la resistenci­a al sistema político de la democracia pactada. Es decir, ¿por qué ese edificio luce como una torre de las vecindades de Wall Street y no como un cholet alteño?

Y su denominaci­ón: Casa Grande del Pueblo. Grande, sin duda. Pero, ¿del pueblo? Eso parece distorsion­ar, o tornar demagógico, el significad­o de esa palabra, pues, si ésta es nuestra casa, no representa a los diversos sectores nacionales que la conforman, al menos, más allá de identifica­rnos con una construcci­ón en extremo lujosa, ésta genera sorpresa e indignació­n. Indignació­n porque pese a considerar elementos discursivo­s culturales, históricos y geográfico­s en los nombres de las salas de los 29 pisos, eso se queda en el mero eslogan folklorist­a que agiganta la incongruen­cia entre una pretendida política que busca beneficiar al pueblo y la casi obscena cifra —¡36 millones de dólares!— invertida en la edificació­n.

Hay que reconocer, sin embargo, una sinceridad y una precisión impactante­s en la idea que tiene el Ejecutivo de su futura nueva sede. El Gobierno ha dicho que ese edificio es un “símbolo fundamenta­l del proceso de cambio del presidente Evo Morales”.

Sí que lo es. Es el símbolo de las contradicc­iones de un proceso que, por ejemplo, clama por el respeto a la Pachamama y prepara la explotació­n de gas fracturand­o el subsuelo con tecnología­s que atentan contra la tierra y contra sus habitantes. Es el símbolo de un Gobierno que ha creado un Ministerio de Transparen­cia Institucio­nal y de Lucha contra la Corrupción y se preocupa por que no le falte trabajo.

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