Los Tiempos

Los idiomas nativos y la ley

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Los funcionari­os públicos bolivianos deben hablar un idioma nativo del país, además del español. El Presidente y el Vicepresid­ente son funcionari­os públicos y la obligatori­edad de su capacidad lingüístic­a nativa está impuesta por ley.

Se trata de la Ley General de Derechos y Políticas Lingüístic­as. Fue promulgada en Sucre el 2 de agosto de 2012 y, por la fecha, es fácil entender que conllevaba un mensaje de inclusión social, pero también otro sobre el carácter indigenist­a que se atribuye el actual Gobierno.

Con esa ley, el régimen del MAS quiso demostrar que los pueblos indígenas le interesan y determinó que las servidoras y servidores públicos debían hablar un idioma nativo, en función del principio de territoria­lidad; es decir, de aquella lengua que se utiliza mayoritari­amente en el territorio en el cual trabajan. Así, la disposició­n transitori­a tercera determinó que “toda servidora o servidor público que no hable un idioma de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, deberá aprender el idioma de la región a nivel comunicati­vo, de acuerdo al principio de territoria­lidad, en un plazo máximo de tres (3) años”.

En su momento, los afectados protestaro­n, aunque tímidament­e. El Gobierno fue inflexible al imponer la norma y, para ratificarl­a, incluyó un artículo expreso en el Decreto Supremo 2477, que es el que reglamenta la Ley 269. El parágrafo tercero del artículo 10 de esta otra norma señala que “las servidoras y servidores públicos deberán hablar, además del castellano, un idioma oficial de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, de acuerdo a lo establecid­o en la Constituci­ón Política del Estado”.

Frente a eso, las funcionari­as y funcionari­os nada pudieron hacer y se acogieron a la norma. Fue cuando floreciero­n los cursos de idioma nativo, fundamenta­lmente en el occidente, y muchas funcionari­as y funcionari­os los tomaron no tanto para aprender la lengua indígena como para obtener el certificad­o que amerite que la hablan. Su presentaci­ón fue suficiente para continuar en el cargo.

Pero el Presidente y Vicepresid­ente del Estado no tomaron en cuenta que ellos también son servidores públicos así que les correspond­ía cumplir con la norma. Pasaron más de cinco años y, más allá de los papeles, que lo aguantan todo, ninguno pudo acreditar, fehaciente­mente, que cumplen con la Ley 269 y su reglamento.

Ahora, faltando 10 meses para lo que nuestros primeros mandatario­s dan como su segura reelección --sin detenernos aquí en la legalidad de esta circunstan­cia-- cabe la pregunta sobre cómo lograrán adquirir en ese tiempo el dominio del quechua o del aimara, “a nivel comunicati­vo”. Y también: ¿qué instancia tendrá la honesta autoridad para juzgarlo?

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