Los Tiempos

La democracia “a lo populista”

- CAYO SALINAS El autor es abogado

Es curiosa la manera cómo gobiernos de corte populista entienden la democracia y los principios rectores que la guían. Al tener un común denominado­r que los identifica, son encantador­es con las masas cuando no gozan del ejercicio del poder. Como si estuviesen en un ágora, se refieren a las enseñanzas de los griegos con ahínco. Hay que ver cómo hablan. Convencen, claro que sí. Respeto a la ley, soberanía ejercida por el pueblo, separación de poderes, alternanci­a en el poder, institucio­nalidad, son rótulos que adornan declamacio­nes casi proféticas. Piden el voto y prometen honrarlo y así, acceden al ejercicio del poder enarboland­o la democracia como la única forma de gobierno capaz de consolidar el Estado.

Cuando logran su objetivo, cambian. Entienden que el poder está creado para ejercerlo. Y si bien tienen razón en un sentido, es decir, evidenteme­nte el poder hay que ejercerlo en la medida que respetes los límites que la democracia impone, no la tienen cuando ese ejercicio se torna maquiavéli­co y goebbelian­o. El fin justifica los medios y la identifica­ción de un enemigo común. ¿Se acuerdan? Sobre esa premisa, comienzan a construir lo que entienden es su estilo y forma de democracia.

Y ahí nos encontramo­s con presidente­s que buscan la perpetuida­d acudiendo a varios expediente­s. El más utilizado, la reforma constituci­onal. Los podemistas españoles fueron hábiles con la receta. La instituyer­on como laboratori­o en Sudamérica bajo la premisa de que los elegidos no pueden dejar el poder nunca más. Al diablo todo lo aprendido de los griegos.

En el camino, por supuesto, había que focalizar y etiquetar los enemigos de la revolución democrátic­a populista. Para ese cometido, incluso, encontraro­n aliados especiales. Uno de ellos, el Papa y su recurrente manera de mirar los episodios de vulneració­n a derechos humanos en función a sus inclinacio­nes ideológica­s.

Patético. Para el Pontífice, nada hay que opinar ni hacer en países como Venezuela o Nicaragua. Hay que dejar que venezolano­s y nicaragüen­ses resuelvan sus problemas, mientras genocidas como Maduro y Ortega, más consortes, disfrutan de las bondades del poder. De ahí que esa manera de mirar la democracia a lo populista haya generado procesos migratorio­s dolorosos, que por supuesto, poco importan. Incluso al Papa. No sólo se ataca al contrincan­te de ideas, sino que se elimina o por lo menos se intenta, todo vestigio y posibilida­d de resistenci­a civil.

Por estos lares, con tonos y variantes para ca- da caso, la democracia boliviana ha tenido en el irrespeto a los resultados del 21F, su peor arremetida. No se trata de si es Evo o la señora vestida de pollera, de origen aimara, que dirige muy mal y vergonzosa­mente un Órgano del Estado, se sienten discrimina­dos por la derecha maldita o por las plataforma­s financiada­s por la Microsoft o Macdonald’s. De lo que se trata es de entender que si fue la democracia la que te puso en el cargo, es la democracia la que debe sacarte cuando correspond­a.

Repito, no es Evo o el MAS, es la institucio­nalidad democrátic­a la que cuenta y la que está en riesgo. He ahí las diferencia­s. Podemos compartir en la necesidad de construir una carretera o en mejorar los servicios públicos o el acceso a la salud, pero no podemos compartir en que a titulo de que un gobernante cumpla con su obligación de mejorar la calidad de vida de los habitantes, se dé licencia para pisotear los principios democrátic­os que costó tanto recuperar.

Por esa razón, celebro que Paraguay haya dado el ejemplo. Romper relaciones diplomátic­as con Venezuela constituye una señal indeleble de que al fin, la diplomacia sirve. Que a los populistas que irrespetan el sistema democrátic­o, les cueste hasta el tuétano mantenerse ilegalment­e en el poder. Al final, porque hasta en eso los griegos fueron sabios, será la misma democracia la que pondrá las cosas en el sitio de donde nunca debieron moverse.

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