Alalay y las inundaciones
Entre los muchos problemas que Cochabamba no logra resolver, y que lejos de encaminarse hacia una solución no hacen más que agravarse con cada año que pasa, está el de las pocas lagunas urbanas que quedan en nuestra ciudad y sus alrededores. Es el caso de las lagunas Alalay y Coña Coña que, como lo señala una nota periodística publicada en nuestra edición de ayer, están siendo condenadas a una lenta agonía porque ninguna de las instituciones encargadas de velar por el futuro de nuestra ciudad y región, como la Alcaldía Municipal y la Gobernación, están dispuestas a destinar para esa causa los recursos económicos necesarios.
Mientras esa actitud se mantiene, las consecuencias de tanta desidia se manifiestan con creciente rigor año tras año en cuanto se inicia la época de lluvias. Las inundaciones que afectan a cada vez más barrios de la ciudad, por ejemplo, son directa consecuencia de la falta de una política urbana de prevención de esos desastres.
La directa relación entre el proceso de destrucción de la laguna Alalay y las inundaciones que afectan a la zona sur de la ciudad, por ejemplo, es por demás conocida. Por eso, hace ya más de un siglo, en la década de 1910, el gobierno municipal de nuestra ciudad se propuso ampliar una laguna denominada T’ago Laguna. El proyecto recibió un notable impulso durante la década de 1930, pues a los prisioneros paraguayos de la Guerra del Chaco se les dio la tarea de excavar para aumentar la profundidad y área de esta laguna, a la que desde entonces se llamó Alalay.
El propósito principal de esa obra era regular el flujo del río Rocha, cuyas crecidas solían inundar muchas zonas de la ciudad. Para eso se construyó el canal aductor que atraviesa el cerro San Pedro. Esas obras dieron a nuestra ciudad un gran alivio, pues se evitaron así las frecuentes inundaciones.
Muy ligada a lo anterior estuvo la creación del Parque Nacional Tunari (PNT) para evitar la degradación de la vegetación, la erosión y evitar así los grandes volúmenes de agua que bajan de la cordillera hacia el valle cochabambino.
Ahora, casi un siglo después de los primeros esfuerzos hechos para evitar los desastres causados por las lluvias, el estado de la laguna Alalay y de las demás lagunas urbanas es toda una prueba de lo pésimamente mal encaminado que está el desarrollo de nuestra ciudad. Y lo mismo puede decirse del Parque Tunari.
Desgraciadamente, como los hechos lo confirman, nada de eso preocupa a nuestras autoridades ediles y departamentales. Es de esperar que sea necesaria una tragedia de grandes proporciones para que enmienden su negligente actitud.