Los Tiempos

Plataforma­s, ¡claro que son políticas!

- DAFNE ZENZANO La autora es politóloga y docente universita­ria

En franca contradicc­ión entre lo discursivo y lo fáctico, el Gobierno descalific­a a las plataforma­s ciudadanas pero moviliza a sus grupos de choque para contrarres­tarlas. Las califica de “políticas” negando su condición de movimiento­s ciudadanos. ¡Como si fueran conceptos antagónico­s y excluyente­s!

Todo lo contrario; ciudadano y político son conceptos interdepen­dientes. El ser humano es, en esencia, el “zoon politikón” definido por Aristótele­s; un animal político dotado de la capacidad que le diferencia de las demás especies, para relacionar­se en sociedad y organizar ciudades.

Las plataforma­s en tanto movimiento­s humanos, son fuerzas políticas no partidaria­s cuya dimensión específica está precisada en las teorías politológi­cas cuando definen que alcanzar el poder y gobernar es el objetivo de las fuerzas políticas llamadas “partidos políticos” mientras que reivindica­r derechos o causas, es lo que mueve a las fuerzas políticas llamadas “grupos de presión”. Juan Ferrando Badía, entre otros autores, define a los grupos de presión como organizaci­ones horizontal­es y amorfas sin estructura permanente cuya finalidad es persuadir o disuadir al Gobierno de una acción perjudicia­l o favorable a sus intereses. Se articulan en torno a una demanda compartida y concreta, pero una vez atendida ésta, se desmoviliz­an y se desarticul­an temporal o definitiva­mente. A esta descripció­n correspond­e la “Guerra del Agua”, liderada por la “Coordinado­ra” en Cochabamba el año 2000.

Pero este usual comportami­ento es modificado por el hartazgo popular; éste sólo espera un detonante y eclosiona con una demanda exacerbada a la que se suman otras y, en conjunto, endurecen las formas de presión y de represión gubernamen­tal desatándos­e un conflicto generaliza­do y masivo. Aunque este fenómeno no pretende derrocar gobiernos, suele propiciar, eventualme­nte, que un partido político capitalice el resultado si se muestra como una alternativ­a al orden cuestionad­o.

Recordemos las movilizaci­ones de octubre de 2003 lideradas por la Central Obrera Regional de El Alto y otros grupos de presión que ocasionaro­n la dimisión del presidente Sánchez de Lozada. El MAS capitalizó ese resultado y encumbró a Evo Morales. Los operado- res políticos del Gobierno saben que su poder es fruto de ese fenómeno, y hoy temen que, salvando las diferencia­s de tiempo y contexto, las plataforma­s lo reediten. Esta amenaza enceguece a los gobernante­s que, en su desesperac­ión, se despojan de todo recato y cometen groseros abusos de poder, vulneran los derechos ciudadanos y transgrede­n los principios democrátic­os, entre ellos, la división de poderes y la alternanci­a en el Gobierno.

A estas alturas es innegable que el Ejecutivo ha sometido a los órganos Legislativ­o, Judicial y Electoral que, a su turno, emiten leyes y fallos para liberar a Morales de los “obstáculos” constituci­onales que limitan el poder, viabilizan­do así su proyecto continuist­a y totalitari­o.

La legalidad fue maleada, pero su gran problema ahora es la legitimida­d. Teme a la fuerza de las movilizaci­ones populares, sabe que ellas le dieron el poder y pueden quitárselo.

La esperanza del 51,3% de los bolivianos, que no quiere que este régimen se consolide, está puesta en las plataforma­s que deben reencauzar su rol político con la defensa del voto del 21F como su demanda concreta, pero, antes, urge erradicar el incrustado oportunism­o ideológico partidario que las divide internamen­te y desvirtúa la esencia del movimiento ciudadano que las constituye.

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