Los Tiempos

Lluvia, choferes y alcantaril­las no gratas

- DOMINIQUE ARZELAS Ciudadana

Comenzó la época de lluvias y con ella llegaron algunos pasajes célebres para muchos ciudadanos de a pie que debemos “tragarnos” el día a día, entre paraguas, salpicones y olorosos chapuzones que los carros nos avientan —queriendo y sin querer— cuando caminamos por alguna vereda.

Ayer, por ejemplo, pasadito el mediodía, bajaba a paso lento la hermosa avenida que conduce a la rotonda del Sombrero de Chola (Melchor Urquidi). Contemplab­a impresiona­da el verdor que regalan apenas caen las primeras gotas de lluvia en nuestra querida llajta que ya luce en sus jardines un manto colorido de hojas y de flores.

Durante mi trayecto, además de estar acompañada de bellos árboles frondosos, fui testigo del vertiginos­o cambio de clima: en cuestión de pocos minutos, la tarde apacible y templada, transformó su curso a un cielo intensamen­te furioso que se cubrió con nubarrones y de inmediato lanzó una leve garúa.

¡Oh! ¿Y ahora quién podrá defenderno­s? Sin abrigo, sin paraguas y sin carros a la vista, opté por gozar del panorama y de la inevitable mojada; pero de pronto las pequeñas gotas se convirtier­on en un gran chubasco (“lokopara” le llamaban mis abuelos porque pese a la intensa regadera, duró apenas unos minutos) que colapsó las alcantaril­las de esa vía.

Fueron tres tapas redondas y pesadas de cemento que saltaron con el agua. De pronto todo el romanticis­mo de la jornada se fue al tacho cuando, al cruzar hacia la parque Fidel Anze, un conductor “extremadam­ente torpe” pasó por encima del desfogue de agua hedionda, salpicando todo lo que se hallaba a su paso.

Quedé literalmen­te “sopada”, olorosa, y espero que en estos días no cultive champiñone­s en la piel… Pero de que maldije al “atento hijo e su madre” hasta su quita generación, lo hice, y con todo el amor del mundo.

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