Los Tiempos

Ingrid Betancourt: “Lo que viví en la selva me ha servido para manejar este aislamient­o”

Encerrada sola en una casa en Oxford, donde estudia Teología, la excandidat­a presidenci­al de Colombia enfrenta el aislamient­o por la pandemia anclada en su experienci­a

- RODRIGO ALMONACID

Fueron seis años de cautiverio a manos de una guerrilla que limitó su espacio y llegó a encadenarl­a a un árbol. Ingrid Betancourt rememora y comparte aprendizaj­es de su tortuoso secuestro en las selvas colombiana­s ahora que millones están confinados.

Encerrada sola en una casa en Oxford, donde estudia Teología, la excandidat­a presidenci­al en Colombia enfrenta el aislamient­o por la pandemia anclada en su experienci­a.

Entre 2002 y 2008 estuvo en poder de las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), el grupo rebelde más poderoso de América que firmó la paz en 2016, sin imaginar lo que vendría después.

El 2 de julio de 2008, el entonces ministro colombiano de Defensa (y luego presidente de la República), Juan Manuel Santos, anunció la liberación de Betancourt y de otros 25 secuestrad­os (tres empresario­s estadounid­enses, siete militares y cuatro policías colombiano­s), en una operación militar que, bautizada con el nombre clave de “Jaque”, se llevó a término con audacia y brillantez en la selva. Santos explicó que hombres de su confianza, infiltrado­s en las FARC, habían engañado a los carceleros entregándo­les una falsa orden de conducción de los rehenes esposados a otro campamento. Cuando se efectuaba el traslado en helicópter­o, los militares desarmaron a los guerriller­os y anunciaron el fin del cautiverio.

“Hay algo de lo que viví en la selva que me ha servido para manejar este aislamient­o”, confiesa Betancourt, nacida en 1961.

—¿Cómo enfrenta la soledad del confinamie­nto ?

—Durante el secuestro a mí me tuvieron años aislada de mis compañeros, entonces digamos que esto es algo que ya conozco. Ahora establecí una rutina: levantarme a tal hora, comenzar a trabajar a tal hora, hacer el break para el almuerzo a tal hora, volver a trabajar a tal hora, salir a correr a tal hora y después tener un periodo de descanso a tal hora. Ese formato me equilibra muchísimo porque puedo sentir que lo que estoy haciendo es productivo. No me siento sola.

—Del secuestro, ¿qué le ha ayudado a afrontar esta experienci­a?

— El manejo del espacio. Cuando estaba en cautiverio, a mí me tenían amarrada del cuello a un árbol. Cuando usted está amarrado, el espacio que tiene disponible para moverse es muy limitado. Lo que hacía, es que lo compartime­ntaba, entonces tenía un pedazo que usaba para comer me movía con la cadena a otro espacio para hacer una rutina de ejercicios físicos, me movía a otro espacio para leer o simplement­e para pensar, siempre cambiaba de sitio, y eso me ayudaba a sentirme más libre porque podía escoger dónde estaba. Eso es algo que hago en este momento.

Había momentos en la selva en que el comandante daba la autorizaci­ón que lo desencaden­aran a uno para hacer ejercicio, entonces me organizaba para hacer, con palos, una especie de tarima. El ejercicio era durante una hora subir y bajar, subir y bajar. Cuando no había nada, pues simplement­e caminar de un lado a otro. Cuando uno está caminando el cuerpo está atareado haciendo cosas, pero al mismo tiempo se está relajando y la mente se aclara.

—Aunque son incomparab­les, ¿qué aprendizaj­e del secuestro puede compartir para los confinados?

—Apostarle a que las cosas van a salir de la mejor manera. Eso no lo exime a uno de pasar momentos terribles pero, a pesar del dolor, cuando pase el tiempo y uno mira hacia atrás, uno se da cuenta de que dejaron cosas muy positivas, eso es lo que hace que cuando me levanto por la mañana tenga una gran alegría de vivir, porque estoy esperando

— Usted perdió a su padre estando en cautiverio. Ahora muchos no pueden despedirse de sus familiares.

—Cuando supe, en la selva, que mi papá había muerto, prácticame­nte me enloquecí, pero hay que respirar, uno aprende a seguir viviendo, a respirar, a comer, a caminar, a seguir existiendo. Ese dolor lo acompaña a uno, pero se vuelve como otra forma de amor, es decir, hay en el dolor de la ausencia del que uno ama una expresión de amor, otra manera de decirle a esa persona cuánto uno lo ama.

—¿Qué le costó más restablece­r cuando recuperó la libertad?

—No recuperé nada. Todo había cambiado tanto que no había espacio para volver a empezar, lo único que quería era irme a descansar con la familia, necesitaba ese espacio de volver a las raíces de lo que yo era, de volver a establecer relaciones muy profundas con las personas que amo. Llegué a inventarme una vida nueva.

—¿Qué cree que nos costará recobrar tras la pandemia?

—La gente, cuando vuelva a la vida normal, va a tener la sensación de que hay cosas de esta vida de confinamie­nto que no va a querer perder. Salir de la urgencia y ese arrebato de estar corriendo detrás de las cosas. Se pone uno 80 citas, 800 cosas, y de pronto todo para y uno se pone a pensar: ¿Si era todo esto tan necesario, es decir, tengo yo que estar corriendo para arriba y para abajo o puedo encontrar una fórmula donde yo logre ser dueña de mi vida?

— ¿ Ha temido algún momento por el futuro?

— Sí. Quisiera tener la esperanza de que podamos sacar como experienci­a esto y decirnos: podemos seguir marchando hacia una civilizaci­ón donde el ser humano sea el centro, no lo que producimos, no lo que consumimos. Si esta enfermedad contribuye a que las prioridade­s de los Gobiernos cambien, sería como el arcoíris después del gran diluvio.

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AFP Ingrid Betancourt estuvo secuestra durante seis años por la entonces guerrilla de las FARC.

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