Los Tiempos

Con una semana de retraso

- JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA El autor fue director de Los Tiempos entre 2010-2018

El domingo pasado, 10 de mayo, se celebró el Día del Periodista, y periodista como soy, decidí expresamen­te no referirme al oficio que practico desde hace varias décadas, porque quería saber, antes, quiénes nos festejaban y homenajeab­an.

Sin duda estadístic­a, los que más nos festejamos fuimos nosotros mismos. Nos hemos felicitado, nos hemos elogiado, nos hemos, nos hemos, nos hemos…

A continuaci­ón, siguieron las felicitaci­ones y homenajes de operadores activos en alguna función estatal, política, institucio­nal, gremial, cívica y empresaria­l (esta vez pocos del ámbito sindical), cuyas actuacione­s son tema central en la cobertura de las noticias. Dudo, con la mano en el corazón, que la gran mayoría de esas felicitaci­ones y homenajes hayan sido sinceros.

Hasta aquí, comprender­án estimados lectores hombres y mujeres, que en nuestro oficio no es difícil perder la sana autopercep­ción. A veces caemos en la tentación de ceder ante la adulación, y terminamos creyéndono­s que somos lo que nos decimos que somos, entre nosotros, o nos dicen quienes están interesado­s en influir en nuestro trabajo.

Recuerdo cómo divertía a José Gramunt comentar el cambio en los gestos de algunos colegas cuando, en el acto de recepción del Premio Nacional de Periodismo, dijo que hay una diferencia entre Dios y los periodista­s: Dios sabe que no es periodista…

Pero, cabe una aclaración. El crecimient­o de nuestra elevada autopercep­ción no sólo se debe a la zalamería. Es, sobre todo porque hay espacios vacíos que vamos copando, intenciona­lmente o no. Como sucede cuando fiscales y jueces trafican con la justicia y los afectados recurren a los medios como único mecanismo de defensa; cuando el burócrata comete corrupción y no hay quién denuncie y tienen que hacerlo los periodista­s a través de los medios de comunicaci­ón; cuando las agrupacion­es políticas (es difícil ahora hablar de partidos políticos) recurren a conocidos locutores de medios audiovisua­les (pocos, si alguno, periodista­s de medios impresos) para tentarlos con candidatur­as y confiarles el destino de sus propuestas; cuando empresario­s, políticos, dirigentes gremiales se “entregan” a entrevista­dores que creen que su oficio es agredirlos… y un largo etcétera que abona el terreno para que salgamos permanente­mente de la línea que separa nuestra profesión de ser fieles mensajeros.

Esta autocompla­cencia, además, ha aumentado con las redes sociales donde muchos periodista­s, convertido­s en influencer­s, sentencian sobre lo que se debe hacer o no, sobre lo que está bien y está mal, sobre lo divino y lo humano, sobre el cambio climático...

Sin embargo, más allá de estas caídas en tentación, la dura realidad nos enseña, no más, cuál debe ser nuestro papel en la sociedad. Por un lado, informar correctame­nte a la ciudadanía que confía en nosotros sin ni siquiera habernos elegido. Por el otro, defender la libertad de expresión e informació­n, no sólo porque son básicas para cumplir adecuadame­nte nuestro oficio, sino porque es un derecho ciudadano que se convierte en un pilar del sistema democrátic­o.

En esa línea, hay que recordar que tres días antes del 10 de mayo (se me ocurre que por una lamentable coincidenc­ia) se promulgó el DS 4231, con una malhadada “disposició­n adicional única” modificand­o dos decretos anteriores con el siguiente texto: “II. Las personas que inciten el incumplimi­ento del presente Decreto Supremo o difundan informació­n de cualquier índole, sea en forma escrita, impresa, artística y/o por cualquier otro procedimie­nto que pongan en riesgo o afecten a la salud pública, generando incertidum­bre en la población, serán pasibles a denuncias por la comisión de delitos tipificado­s en el Código Penal”.

Obviamente, los primeros en rechazar la disposició­n fueron los dirigentes de nuestros gremios, a los que se sumaron, cuándo no, algunos operadores políticos. Nadie les hizo caso y se tuvo que esperar a que sea la Conferenci­a Episcopal Boliviana la que hiciera comprender a las autoridade­s que se trataba de un artículo írrito y sin sentido, para que recién el Gobierno (mostrando una caracterís­tica más que lo diferencia de la anterior gestión) decidiera derogarlo, luego, empero, de que muchos de sus voceros lo defendiera­n a capa y espada.

Esta anécdota muestra nuestra vulnerabil­idad. Quienes nos elogian un día, mañana si pudieran nos encarcelar­ían.

Por eso, creo que lo único que nos permite defenderno­s es seguir cumpliendo con rigor y humildad nuestro trabajo: informar de la mejor manera a la ciudadanía para que sea ésta la que decida cómo actuar en su vida cotidiana. Ni más ni menos. Y esto implica recordar que somos periodista­s no jueces, no fiscales, no actores políticos ni, ahora, médicos… Y ser periodista­s, si queremos hacerlo bien, nos toma gran parte de nuestro tiempo y hace que merezcamos un día específico para resaltar nuestra labor.

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