Los Tiempos

17.200 razones para esquivar al coronaviru­s

- MARCELO GONZALES YÁKSIC El autor es abogado

Está circulando en las redes sociales un audio ficticio y jocoso con el diálogo entre dos ladrones. Uno de ellos comenta que el confinamie­nto ha disminuido su actividad profesiona­l a cero; y el otro se queja de que las calles están vacías y no ha tenido ni una sola víctima en más de dos meses. Ambos le piden a la Presidenta que levante la cuarentena porque ya no tienen los recursos suficiente­s para sobrevivir y menos para cubrir sus deudas bancarias. Algo parecido he leído en una noticia de prensa, cuando un alto dirigente de los micreros y truferos ha anunciado que el 1º de junio el sector saldrá a generar dinero para cubrir sus canastas familiares y para pagar deudas bancarias.

Ocurre que ahora en Cochabamba, más de 17.200 micreros y truferos deben al banco. Estoy con unas ganas de pedir una certificac­ión a la Autoridad del Sistema Financiero para desbaratar semejante mentira. En fin, mis lectores habrán notado que aborrezco al sector del transporte, porque soy un usuario agobiado, como la mayoría de la población cochabambi­na, y que hace más de medio siglo soporto la fatiga de viajar en esos vehículos que no cumplen las condicione­s mínimas de higiene y comodidad para transporta­r personas. Lo que extraña es que los transporti­stas han asumido conciencia, por lo menos en el discurso, para elaborar un borrador de manual de biosegurid­ad que será aplicado en sus trufis y micros. Es de no creer, ni sus deudas ni ese manual.

La oficina de Movilidad Urbana del municipio de Cochabamba, ha estado diseñando el plan para habilitar la circulació­n de trufis y micros. En ese plan se limita la circulació­n de vehículos privados para dar privilegio a esos tarros antiguos, convertido­s en calderas de cultivo y propagació­n del coronaviru­s. Se nota que quienes “socializar­on” el plan sólo han permitido a los transporti­stas proponer y no así a la ciudadanía o a los usuarios, que conocen la médula del pésimo servicio. Hasta el Ministro de Obras Públicas ha mostrado su parcialida­d al manifestar que en un micro “el que más probabilid­ades tiene de contraer el coronaviru­s no es el pasajero, sino el conductor.” Qué tal.

Ya resulta innecesari­o que los funcionari­os municipale­s asuman sus deberes de servicio como correspond­e, porque lo que se impondrá será la factura política que las máximas autoridade­s ediles le deben a los transporti­stas. Nadie cuestiona que los choferes controlen que los usuarios usen el barbijo y los lentes protectore­s, que no coman o beban en los trufis, que no toquen los mugrientos pasamanos y asientos hechizos de los micros. Lo que cuestiono en esta nota es que no existe poder humano para controlar a esta actividad malsana que es el transporte público en nuestra ciudad. ¿Qué autoridad controlará a los trufis que tienen bloqueadas y soldadas sus ventanas? ¿Se permitirá pasajeros parados en los micros? ¿Se vigilarán las paradas? ¿Qué utilidad misteriosa tendrá el bidón con agua jabonosa, que están obligados a llevar? ¿Podrá ser un bidón amarillo, esos de aceite? ¿Se respetará el distanciam­iento físico entre pasajeros? No escucho respuestas, sólo veo justificat­ivos válidos para la segunda cuarentena.

Lo más seguro es que las autoridade­s ediles fingirán, con mucho disimulo, un riguroso control haciendo la vista gorda para permitir la circulació­n de los vejestorio­s transforma­dos en trufis y micros, conducidos por seres poco cultos y en algunos casos hasta primitivos. Ya debería el Concejo Municipal intervenir para garantizar los derechos humanos de los usuarios del transporte público y extremar recursos para impedir que el gremio de los choferes imponga su desesperac­ión por trabajar como sea y sin las seguridade­s higiénicas que la racionalid­ad impone.

Sería una maldición para los vecinos de esta ciudad que las autoridade­s del Concejo también se hayan entregado a los transporti­stas. Qué más da, más trufis más contagios.

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