17.200 razones para esquivar al coronavirus
Está circulando en las redes sociales un audio ficticio y jocoso con el diálogo entre dos ladrones. Uno de ellos comenta que el confinamiento ha disminuido su actividad profesional a cero; y el otro se queja de que las calles están vacías y no ha tenido ni una sola víctima en más de dos meses. Ambos le piden a la Presidenta que levante la cuarentena porque ya no tienen los recursos suficientes para sobrevivir y menos para cubrir sus deudas bancarias. Algo parecido he leído en una noticia de prensa, cuando un alto dirigente de los micreros y truferos ha anunciado que el 1º de junio el sector saldrá a generar dinero para cubrir sus canastas familiares y para pagar deudas bancarias.
Ocurre que ahora en Cochabamba, más de 17.200 micreros y truferos deben al banco. Estoy con unas ganas de pedir una certificación a la Autoridad del Sistema Financiero para desbaratar semejante mentira. En fin, mis lectores habrán notado que aborrezco al sector del transporte, porque soy un usuario agobiado, como la mayoría de la población cochabambina, y que hace más de medio siglo soporto la fatiga de viajar en esos vehículos que no cumplen las condiciones mínimas de higiene y comodidad para transportar personas. Lo que extraña es que los transportistas han asumido conciencia, por lo menos en el discurso, para elaborar un borrador de manual de bioseguridad que será aplicado en sus trufis y micros. Es de no creer, ni sus deudas ni ese manual.
La oficina de Movilidad Urbana del municipio de Cochabamba, ha estado diseñando el plan para habilitar la circulación de trufis y micros. En ese plan se limita la circulación de vehículos privados para dar privilegio a esos tarros antiguos, convertidos en calderas de cultivo y propagación del coronavirus. Se nota que quienes “socializaron” el plan sólo han permitido a los transportistas proponer y no así a la ciudadanía o a los usuarios, que conocen la médula del pésimo servicio. Hasta el Ministro de Obras Públicas ha mostrado su parcialidad al manifestar que en un micro “el que más probabilidades tiene de contraer el coronavirus no es el pasajero, sino el conductor.” Qué tal.
Ya resulta innecesario que los funcionarios municipales asuman sus deberes de servicio como corresponde, porque lo que se impondrá será la factura política que las máximas autoridades ediles le deben a los transportistas. Nadie cuestiona que los choferes controlen que los usuarios usen el barbijo y los lentes protectores, que no coman o beban en los trufis, que no toquen los mugrientos pasamanos y asientos hechizos de los micros. Lo que cuestiono en esta nota es que no existe poder humano para controlar a esta actividad malsana que es el transporte público en nuestra ciudad. ¿Qué autoridad controlará a los trufis que tienen bloqueadas y soldadas sus ventanas? ¿Se permitirá pasajeros parados en los micros? ¿Se vigilarán las paradas? ¿Qué utilidad misteriosa tendrá el bidón con agua jabonosa, que están obligados a llevar? ¿Podrá ser un bidón amarillo, esos de aceite? ¿Se respetará el distanciamiento físico entre pasajeros? No escucho respuestas, sólo veo justificativos válidos para la segunda cuarentena.
Lo más seguro es que las autoridades ediles fingirán, con mucho disimulo, un riguroso control haciendo la vista gorda para permitir la circulación de los vejestorios transformados en trufis y micros, conducidos por seres poco cultos y en algunos casos hasta primitivos. Ya debería el Concejo Municipal intervenir para garantizar los derechos humanos de los usuarios del transporte público y extremar recursos para impedir que el gremio de los choferes imponga su desesperación por trabajar como sea y sin las seguridades higiénicas que la racionalidad impone.
Sería una maldición para los vecinos de esta ciudad que las autoridades del Concejo también se hayan entregado a los transportistas. Qué más da, más trufis más contagios.