Los Tiempos

Ya no podemos tomar 50–50: sincretism­o de normalidad­es

- LORENA AMURRIO MONTES La autora es periodista

Aunas horas de que la gente salga como gacelas en una selva de asfalto y edificios es inevitable preguntars­e: y ahora ¿cómo será todo? ¿Cómo será la nueva “normalidad”? Nunca volveremos a lo que éramos hace tres meses, nunca.

Usted se acuerda cuando corría por la ciudad en ese transporte público siempre lleno de gente, con el paisano respirando a 10 centímetro­s y agarrado de esas barras de las que mil manos se colgaron. Los días de mercado, con las “cases”, siempre amorosas diciéndote “papito” y “mamita”, que les compres, mientras observabas la forma en la que te servía el producto y cobraba con la misma mano.

La ciudad con gente chocándote en la calle, las noches de juerga diciendo “salud, 50–50” señalando la mitad del vaso que compartirí­an los dos, más deli si no es vaso y se trata de una tutuma con chicha friecita.

Qué vida la que llevábamos. Llegando a casa casi sólo para dormir. Dando una palmada al perro cumpliendo con el deber de cariño, besando a la pareja que no se vio en todo el día y arropando a los hijos si se tiene la suerte de verlos despiertos.

Hace tres meses eso era normal. Correr, acelerar, chocar, compartir, abrazarse y, ¡caramba que somos cariñosos los cochalas!

Hoy, lo normal es el silencio, las calles semivacías. Estar con los hijos o con los padres todo el día, que la mascota se acostumbre a nuestra presencia en casa. No es la misma “normalidad” para todos, pero existen algunas similitude­s.

Luego de tres meses de vivir con el freno de mano puesto, de pronto, la vida así es lo normal. Quienes trabajan desde casa, seguro que hace tiempo no se colocan ese traje de calle, sino el de casa para sentarse con comodidad frente a la computador­a y una serie de insumos alrededor, que no podrían tener en la oficina.

Hace unos días, salí a una conferenci­a de prensa a las 19:00. La ciudad parecía detenida en el tiempo. Los maniquíes de las tiendas de ropa seguían con el mismo atuendo de hace meses, y los letreros de oferta que no se cambiaron.

Todo en silencio, algunos perros vagabundos me acompañaro­n un trecho del trayecto. En otras calles caminaban personas en situación de calle, dueñas de la ciudad sin esquivar a los, en otro tiempo, miles de cochalas absortos en su realidad.

Eran las 19:00, hora pico hace tres meses. Un desierto hace dos semanas.

¿ Qué pasará el lunes? No va a volver a ser lo normal. Este virus ya nos cambió todo. Ya no podremos abrazar al cuate y tomar mitad-mitad de esa cerveza. Cuidado con el transporte público. Ojo, se debe respetar la distancia social.

En el maletín, la mochila o la cartera puede faltar lo que sea, menos el alcohol en gel y el barbijo. Y aunque algunos retornen a la oficina, no va a ser igual. Esos correteos de la jornada serán diferentes. El estadio todavía no se va a abrir, tenemos que seguir guardando las ganas de ver al rojito de vuelta. Los enamorados aún no pueden ir al cine ni a tomar helados.

Nos tocará volver a empezar en primera. Con calma, cuidando lo más valioso, que es la salud. Porque cuidarse uno mismo es cuidar al ser querido. No seamos impulsivos, puede tener consecuenc­ias negativas.

Durante tres meses escuchamos hasta el cansancio las medidas de seguridad. Sigámoslas, no seamos necios, nos puede costar caro. Dejemos de esperar que el policía o militar nos regañe. Nuestra vida está en juego.

Tengo muchas ganas de volver a la oficina, reír con algunas bromas de los colegas. Tomar el café de la tarde para acelerar la redacción de las notas. Pero ahora también me gusta estar con mi ropa de casa, frente a la computador­a de mi sala y con muchos vasos alrededor, porque se me olvida devolverlo­s a la cocina.

Es una mezcla de “normalidad­es” que, seguro, resultarán en una nueva y muy diferente, pero nada volverá a ser como antes. El río que fluye jamás es el mismo y eso nos sucederá ahora.

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