Antonio Mitre
El intelectual habla de su indagación histórica en varias disciplinas.
1.Gonzalo Lema (GL): Parece preocupación reciente para los bolivianos el siglo XIX. Por supuesto que en este siglo se fundó la patria, que sucesivamente numerosos presidentes, caudillos y audaces la gobernaron, y que perdió su condición marítima. ¿Por qué la historia que aprendimos en la escuela y el colegio se concentró tanto en la narración de esos procesos políticos y tan poco en la dimensión económica? ¿Y cuáles fueron las consecuencias de esa falta de equilibrio?
Antonio Mitre (AM): Para responder a tu pregunta que alude al relativo olvido en que, durante mucho tiempo, cayó la historia económica del siglo XIX, creo que sería conveniente retomar la clásica distinción entre los términos “historia”, entendida como todo lo vivido por los hombres, vale decir, el río insondable del cual hablaba Heráclito y la “historiografía” como la labor que encauza una parte de esas aguas, la represa y allí pesca ciertos hechos, los analiza, interpreta y articula en una narrativa que se construye siempre desde un presente, permeado de ideas e ideologías, prejuicios e intenciones de las cuales no está libre el historiador. Sobre esa base, puede afirmarse, con seguridad, que los historiadores del siglo XIX y hasta muy entrado el siglo XX estuvieron más interesados en “pescar” –recordar– acontecimientos políticos sin preocuparse por elucidar el asidero material en que se sustentaban, aunque siempre hubo excepciones importantes. Esa propensión deriva, en gran parte, de los fundamentos teóricos o ideológicos en que se apoya ese tipo de historiografía, inspirada en su mayor parte en la “escuela científica”, fundada por Momsen, Niebuhr y von Ranke, y como, en muchos casos, nace de las exigencias del proceso de formación de los Estados-nación, se dedica a la penosa tarea de crear ídolos que serán luego descabezados. Ella confiere supremacía a los hechos singulares, carece de pretensiones nomológicas, es decir, no busca regularidades, sino que, al contrario, relieva lo individual antes que lo social, se concentra en los sucesos políticos y suele establecer sus marcos cronológicos a partir de la vigencia de reinados o mandatos presidenciales. Predomina en ella el afán de descubrir y describir hechos en menoscabo de la explicación de sus causas, albergando la esperanza de que, una vez desenterradas “todas” las piezas, el rompecabezas se armará solito. Bajo esa óptica, la historia del siglo XIX fue contada en Bolivia, al igual que en otras partes, como una sucesión de acontecimientos, unas veces heroicos, otras veces sórdidos, pero casi siempre rocambolescos, hilvanados bajo la trama de revoluciones, asonadas palaciegas y guerras civiles, desatadas por caudillos militares y civiles, más o menos modernizadores, en tanto el estudio de la dinámica social y económica era relegado a un segundo plano. Sucede así, por ejemplo, con la minería boliviana –columna vertebral del sistema económico decimonónico– que brilla por su ausencia o aparece en la penumbra en la historiografía de la época, lo cual no deja de sorprender habida cuenta de que durante la segunda mitad del siglo XIX la producción argentífera de Bolivia llegó a ocupar el segundo lugar en el mercado mundial y fue responsable del 70% de las exportaciones del país. Aún más, hechos cruciales de la historia nacional, como la Guerra del Pacífico, tuvieron que ver, no sólo con la trama del guano y del salitre, sino también con la explotación argentífera en Atacama, donde sobresale el auge fugaz, pero decisivo de Caracoles, cuyos yacimientos fueron explotados mayormente por chilenos en una espiral de agio y especulación bursátil que tuvo como escenario las bolsas de Santiago y Valparaíso. De hecho, el avance económico que precedió a la conquista militar del territorio donde se hallaba ese y otros yacimientos representó el inicio de un ciclo de expansión de los intereses del Mapocho que continuó muy luego en Corocoro, luego en Huanchaca hasta alcanzar, en las primeras décadas del siglo XX, el corazón mismo de la minería estañífera –malgré la academia de la lengua que no reconoce el adjetivo y exige que se diga estannífero. La ausencia de esa plataforma económica, indisociable de la esfera política, dejó sin asidero la comprensión de la dinámica social del periodo. Afortunadamente, la historiografía tradicional, dominante hasta hace poco y que dejó una huella profunda en los manuales escolares y, por ende, en la memoria colectiva de varias generaciones, ha sido cuestionada y sus vacíos han sido mitigados. Hoy la producción historiográfica relativa al siglo XIX, en sus distintas facetas económicas (financiera, fiscal, agraria, comercial y minera), es abundante gracias a la labor de historiadores tanto nacionales como extranjeros. En el ámbito latinoamericano, el cambio de orientación se produjo en los años 50 y 60 bajo el influjo del marxismo, de la escuela francesa de los Annales, de la New Economic History y de las teorías del desarrollo y de la dependencia. Sin embargo, la crisis de los llamados paradigmas clásicos, que se instaló alrededor de los años 80, transformó el panorama en menoscabo de las concepciones sistémicas y totalizadoras. Respecto a la historiografía boliviana, no sabría decir si la enorme fragmentación y especialización de la producción actual representa una barrera insuperable a las pretensiones de elaborar síntesis o interpretaciones “holísticas”, al estilo de las que plasman en obras clásicas como las de Alcides Arguedas, Sergio Almaraz o René Zavaleta Mercado. En todo caso, subsiste el desafío de incorporar ese rico bagaje no sólo en el debate sobre los rumbos del quehacer historiográfico, sino también en la elaboración de los textos escolares.
2.AM: Lascuestionesquepropones son complejas. Trataré de identificar algunas coordenadas importantes que permitan esbozar, si no respuestas, al menos un camino para alcanzarlas. En primer lugar, cabe apuntar que la recuperación de la minería boliviana en el siglo XIX fue financiada inicialmente con capitales nacionales y que la primera fase de la modernización de la industria, sobre todo en el sector metalúrgico, contó con el concurso de ingenieros y técnicos extranjeros contratados por la nueva élite minera del país. Sin embargo, esos recursos no fueron suficientes para enfrentar los desafíos derivados del empobrecimiento de los minerales y de un mercado crecientemente competitivo. Era necesario inyectar nuevos capitales para profundizar la modernización del sector. Fue, entonces, que algunos mineros, que ya mantenían vínculos comerciales y sociales con empresarios chilenos, salieron en campaña para captar recursos del espacio regional organizado por las bolsas de Santiago y Valparaíso. Los capitales, reunidos a través de la venta de acciones o de préstamos, fueron aplicados fundamentalmente en la infraestructura de transporte y en la expansión de la capacidad extractiva de algunas empresas como, por ejemplo, la Compañía Huanchaca – la más importante en aquella época. Esa corriente de inversiones (chilenas, francesas y británicas, sobre todo) fue precedida por una larga lucha política cuyo corolario fue la abolición del monopolio fiscal y la eliminación y conversión de la moneda feble, en 1872 –vale decir dos sustentáculos del espacio mercantil tradicional– y por la implementación de políticas liberales en los ramos fiscal, comercial y financiero. La conclusión del ferrocarril de Antofagasta al interior minero (1889), además de reducir los gastos del transporte, posibilitólaexportaciónmasivademineral bruto, responsable por el auge argentífero de las últimas décadas del siglo, pero, al mismo tiempo, desestimuló las operaciones en las plantas de beneficio. El comercio ultramarino, que tradicionalmente se canalizaba por el puerto de Arica y secundariamente por el de Buenos Aires, se trasladó al puerto de Antofagasta y una variada gama de productos agrícolas e industriales importados consiguió competir con ventaja sobre la producción local, la cual, sin incentivos fiscales, se vio gravemente afectada en varios rubros. Las consecuencias de ese proceso fueron profundas y ambivalentes. Cualitativamente, se fortaleció el circuito mina-puerto GL: Retomando el tema de la economía minera, ¿qué papel tuvieron en el auge argentífero del siglo XIX el capital extranjero y la introducción de nuevas tecnologías? ¿Y cuál fue el impacto de ese proceso sobre el espacio articulado en torno a Potosí? ¿Es posible, estimado Antonio, que tú nos narres lo que sucedió y en qué condiciones llegamos al siglo XX?