Los Tiempos

Otra ciudad emerge de la quietud

- MICHEL ZELADA CABRERA Periodista

Las ca l l es si l enciosas y libres de motorizado­s que ha generado l a cuarentena permite cierta libertad para observar con mayor detalle ciertas virtudes y anomalías de la ciudad.

Permite, por ejemplo, ver con tristeza y nostalgia cómo varias casonas antiguas están a punto de desplomars­e en la final oeste de las calles Santiváñez, Jordán o Gral. Achá, sin que autoridad alguna se preocupe por su recuperaci­ón. Aunque también permite apreciar algunas, muy pocas, que fueron eleganteme­nte restaurada­s manteniend­o su arquitectu­ra.

Y entre muchas otras cosas permite percatarse del acelerado y caótico crecimient­o de la urbe por los cuatro puntos cardinales, de su diversa e inclasific­able arquitectu­ra, del exceso de asfalto y cemento y su falta de árboles y áreas verdes y los múltiples rostros de la indigencia y la pobreza.

Otro elemento que llama la atención en esta otra Cochabamba que emerge de la quietud y el silencio es su curiosa variedad de monumentos y esculturas emplazadas en plazas, plazuelas, rotondas y parques.

Desde espantosas esculturas con musas degolladas y ensangrent­adas hasta precarias figuras humanas en fibrocemen­to a punto de caerse; desde bellas esculturas en bronce con sus respectiva­s plaquetas de identifica­ción hasta bustos de anónimos señores sin nombre alguno. Desde figuras de políticos de la talla de Marcelo Quiroga Santa Cruz hasta “topadoras” como Humberto Coronel Rivas.

Por favor, que alguien se ocupe de ordenar y reglamenta­r qué y quién merece tener un monumento en la ciudad, además de cuidar la calidad de ese trabajo artístico y no llenar las rotondas y plazas con esperpento­s que no contribuye­n ni a la estética ni la historia de la ciudad.

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