Los Tiempos

Ser o no ser demócratas

- JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA El autor fue director de Los Tiempos entre 2010 y 2018

La confrontac­ión política contiene siempre elevados grados de pasión e irracional­idad porque se trata, simplifica­ndo al máximo, de disputar el ejercicio del poder. De ahí que la humanidad se ha dado modos de regular esa disputa y, en el caso boliviano, los largos períodos dictatoria­les que hemos vivido en nuestra historia han hecho que en 1982 el país haya optado por el sistema democrátic­o. Desde entonces, y pese a varias experienci­as traumática­s, este sistema ha prevalecid­o, aunque, sin duda, se encuentra muy vapuleado.

Es necesario hacer un recuento que explique las razones por las que insisto tan machaconam­ente en este tema. En octubre/noviembre del pasado año, muchos nos ilusionamo­s con que se abrirían nuevos cauces para recuperar el sistema democrátic­o y avanzar en su consolidac­ión una vez que el exmandatar­io Evo Morales y sus principale­s seguidores, luego de 14 años de ejercicio del poder, fugaron del país. Hasta enero, parecía que el camino estaba hecho. Pero surgieron dos quiebres en ese camino. El primero, la decisión de la Presidenta del Estado, encargada de pacificar el país y organizar elecciones transparen­tes, de convertirs­e en candidata. El segundo, la aparición del coronaviru­s.

En ese contexto, hasta enero de 2020, como dispone la norma electoral, se inscribier­on las siguientes siglas y candidatos. A saber: Comunidad Ciudadana, con Carlos Mesa y Gustavo Pedraza; Movimiento Al Socialismo, con Luis Arce y David Choquehuan­ca; Juntos, con Jeanine Áñez y Samuel Doria Medina; Creemos, con Luis Fernando Camacho y Marco Antonio Pumari; Libertad y Democracia, con Jorge Tuto Quiroga y Tomasa Yarhui; Frente para la Victoria, con Chi Hyun y Jessmy Barrientos; Partido de Acción Nacionalis­ta Boliviano (Panbol), con Feliciano Mamani y Ruth Nina, y ADN, con Ismael Schabib y Simeón Jaliri (aunque han propuesto el cambio del candidato presidenci­al).

Hasta ahí no había problema con el cronograma electoral elaborado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE). Pero luego comenzaron a difundirse encuestas y quienes se sentían triunfador­es apareciero­n con baja convocator­ia electoral. A partir de entonces apareciero­n los interesado­s en anular el proceso electoral, utilizando, según el momento, diferentes pretextos.

Así, comenzó una campaña sostenida promoviend­o que se procese al MAS para quitarle su personería, campaña que luego puso en su mira la desarticul­ación del TSE. Luego, otra para que se cambie la ley sobre distribuci­ón de las circunscri­pciones uninominal­es porque la actual significar­ía que el voto rural tendría más peso que el urbano (campaña que se desarticul­ó por la falta de argumentos de sus impulsores y contundent­es análisis de personas entendidas en el tema). Después apareció una novedad: la pandemia habría cambiado al país por lo que se debería reorganiza­r el proceso electoral. Pero, como éste continúa, ahora se dice que el acto electoral aumentaría las posibilida­des de contagios.

Lo raro es que esos intentos dirigidos a anular el proceso electoral en marcha responden, qué casualidad, a quienes saben que en la elección general no tendrán mayor votación y aquellos que están seguros de que si hay nuevas elecciones podrían participar, como no lo están haciendo ahora. Obviamente hay excepcione­s.

Esos intentos antidemocr­áticos han ayudado a la polarizaci­ón política ya no sólo entre el MAS y los que defendemos la democracia, sino –por lo menos en las redes sociales– de todos contra todos.

Pese a todo, se ha fijado la fecha de elecciones (con el entendido de que si la pandemia sigue azotando al país podrá ser diferida), decisión que elimina la incertidum­bre y contiene el claro mensaje de que no se suspenderá el proceso electoral, porque la base del sistema democrátic­o es elegir a nuestras autoridade­s.

Así parecen haberlo comprendid­o, asumiendo la responsabi­lidad política que correspond­e, los candidatos de Comunidad Ciudadana y Libertad y Democracia, comprensió­n y responsabi­lidad que la Primera Mandataria podría recuperar si decidiera, con lucidez y visión de largo plazo, renunciar a su candidatur­a electoral y posicionar­se como la líder que cumplió el mandato de pacificar el país y precautela­r la realizació­n de elecciones transparen­tes.

Lo demás, me parece, es tratar de pescar en río revuelto por intereses exclusivam­ente personales, sin que les importe el destino de nuestro sistema democrátic­o ni la salud de la ciudadanía.

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