Los Tiempos

El Estado, en terapia intensiva

- CAYO SALINAS El autor es abogado

En el país, se ha introducid­o un estilo de gobierno en el relacionam­iento Estado–sociedad –con variantes según el régimen– donde están empoderado­s el sobrepreci­o y la dádiva como métodos de conducta en la compra y adjudicaci­ón de bienes y servicios. Ese estilo llegó a reproducir­se en niveles subnaciona­les cuando la Participac­ión Popular tomó brío, lo que en definitiva configuró un escenario donde se estructuró una suerte de prisión en la que pagabas, o pagabas.

En la actualidad, probableme­nte ese resabio y los hechos que se sucedieron desde la asunción de la señora Áñez hayan contribuid­o a que las encuestas no la favorezcan en este momento. Quizá, y solo quizá, si así no hubiera sucedido (me refiero a “los hechos”), los efectos políticos y electorale­s de la Covid-19 no le habrían sido tan perjudicia­les.

Pero más allá de esas considerac­iones, cuando el Gobierno asume el control del Estado, lo hace frente a un escenario poco deseado y abruptamen­te polarizado a partir de la pandemia. No solo fue el desafío de asumir la construcci­ón de un sistema de salud esquelétic­o, sino que la base masista construida desde el Estado y sus Órganos, durante los últimos 14 años, activó una estratagem­a de desestabil­ización que ha colocado al Estado en situación de terapia intensiva.

Me explico. La Asamblea Legislativ­a, a través de los 2/3, ha desatado un boicot de tal envergadur­a, que se ha priorizado la conducta vengativa del exrégimen por la pérdida de poder y privilegio­s, a la aprobación de créditos que hoy hacen falta para la salud. El TSE ha asumido, a través de su presidente, una postura pusilánime ante hechos que requerían la fuerza de la institucio­nalidad recuperada. Me refiero al inaceptabl­e financiami­ento para campañas; a la aparición de “votantes” en Argentina y a la tibieza en afrontar acciones penales fruto del fraude.

Por si fuera poco, el TSJ ha exterioriz­ado una crisis interna, al punto que hoy surgen una serie de dudas sobre la idoneidad de su presidente, a raíz de un pasado que lo vincularía –se denunció– directamen­te con el exrégimen; aquél, más allá de no cuidar las formas a tiempo de juramentar –dato no menor en escenarios como el judicial– deja un sabor a poco si acaso lo que se busca es una administra­ción de justicia imparcial.

Esa, la consecuenc­ia, sin duda, del inaceptabl­e voto en urnas establecid­o en la CPE para la elección de magistrado­s. Termino aquí. La forma de sortear todo este laberinto de intereses políticos y personales pasa por generar un gran acuerdo nacional que privilegie la institucio­nalidad, el Estado de derecho, la lucha contra la corrupción, la atracción de inversión privada nacional y extranjera, la seguridad jurídica, la cualificac­ión de una educación que mire al mundo y no a nuestros tobillos creyendo que al hacerlo somos revolucion­arios en la materia, la construcci­ón de un sistema de salud con capacidad de respuesta inmediata y el fortalecim­iento de la lucha contra el narcotráfi­co.

Lo demás es discurso que busca ocultar una deleznable forma de evitar la construcci­ón de un Estado capaz de ser sostenible en el tiempo.

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