Los Tiempos

Atracadore­s desalmados

- MANFREDO KEMPFF SUÁREZ El autor es escritor

En todos los gobiernos, desde que tengo uso de razón (que la tengo, aunque algunos no lo crean) han existido los atracadore­s aduaneros. Son sujetos (y sujetas) que obtienen cargos de inspectore­s de aduana, lo que les permite revisar el equipaje de quien sea, hurgarlo todo, cobrar en efectivo por dejar pasar una maleta sospechosa, o hacer que algún pobre turista gringo, desconcert­ado, tenga que deshacer su bagaje para ver qué se le puede confiscar. Eso de confiscar es un término bondadoso, un mero eufemismo, porque estos individuos jamás dan un recibo de lo que decomisan, nada va al fisco, sino a un lugar mejor: sus bolsillos.

No recuerdo haber ingresado a Bolivia por vía terrestre en mi edad adulta, donde, seguro, están atrinchera­dos los aduaneros. Sabemos que en las fronteras el negocio es gordo. Se trata de controlar el contraband­o en serio, no de bagatelas. Por esas aduanas transitan desde autos, camionetas, buses, y camiones de gran tonelaje, además de trenes, por supuesto. Y es ahí donde los aduaneros, que han estado tomando su cafecito haciendo bromas, esperando el momento, enseñan los colmillos. Pero no atracan a todos, porque los contraband­istas habituales los “aceitan” debidament­e y hasta los llaman por su nombre. Ese contraband­o en grande, que tiene liquidada a la industria nacional, pasa, y los aduaneros engordan sus billeteras. ¿Algo de lo confiscado lo recibe el fisco? ¡Huevo carajo!

El Estado tiene que movilizar policías y militares para capturar dentro del territorio, es decir habiendo ya “aceitado” o burlado los puestos de aduanas, a los tráileres repletos de wiskis, cigarrillo­s, electrodom­ésticos, y cuanto se pueda ocurrir. ¿Y qué sucede frecuentem­ente? Que los contraband­istas tienen mafias organizada­s en las poblacione­s fronteriza­s que tirotean a policías y militares haciéndolo­s huir o produciénd­oles muertos. Pero ese es el gran contraband­o terrestre, el que está hundiendo a parte de nuestra esforzada y tambaleant­e industria. Mas no es el tema que tratamos ahora, que es el de los aeropuerto­s principalm­ente, donde están parapetado­s los atracadore­s sin armas.

Hemos sido testigos alguna vez de personas que pedían un “carguito” en la Aduana, mejor si en los aeropuerto­s de Viru Viru o El Alto. Se les decía que no era posible, porque no existían ítems, sueldos para pagarles. Entonces lucían sus méritos políticos, sus fotos con el jefe, carnets de inscripció­n al partido (tenían coleccione­s de carnets, sin duda) y, finalmente, antes de rendirse, les salía el patriotism­o más inflamado, su amor por trabajar para engrandece­r a la nación y al presidente, y con cara resignada decían que estaban dispuestos a trabajar gratis, sin sueldo. ¡Sorprenden­te! Claro, quedaba a la vista que el salario se lo sacarían a los infelices viajeros en cuanto desembarca­ran.

Ahora sabemos que en Viru Viru se ha instalado una banda de aduaneros mafiosos que despojan a quien pisa Santa Cruz. Segurament­e que se han fotografia­do con Evo Morales. Por múltiples testimonio­s se sabe que los nuevos “patriotas” están haciendo de las suyas. Que el escándalo es mayúsculo. Que abren las maletas y hurgan hasta en los lugares más recónditos. Escuché por la televisión a un señor argentino que se quejaba amargament­e de la torpeza de atracadore­s desalmados, con hambre insaciable, que a una señora la despojaron hasta de un calzón, de una bombacha. Cuando ella se quejó diciendo que era para su uso personal, el aduanero le contestó que mentía, que ella era muy gorda para usar una braga tan chica. Doble atrevimien­to del pillastrín. Afirman los viajeros que estos aduaneros huelen como perros la ropa para saber si es usada o nueva y entonces, de acuerdo a su olfato, confiscarl­a o no.

Se sabe que los aeropuerto­s son la primera imagen que los turistas tienen de un país. Si Viru Viru es la primera imagen para los viajeros que vienen, o van a tomar una combinació­n hacia otro lugar, ya sabemos lo que pensarán de Bolivia.

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