Los Tiempos

¡Cacería de brujas!

- GARY ANTONIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ El autor es economista y magíster en comercio internacio­nal

Recuerdo una experienci­a — un mal momento que pasé hace mucho tiempo, en la época republican­a— cuando, habiendo sido convocado a una gran reunión en un ministerio del Estado en la ciudad de La Paz, un funcionari­o público, en respuesta a un planteamie­nto mío, me espetó delante de los platinados de Harvard, Cambridge, etc.: “¡Eso sería una cacería de brujas!”. Por supuesto que rechacé aquello y expliqué, por qué no era así, sabiendo además que una cacería de brujas o caza de brujas, es la expresión que se usa “metafórica­mente para referirse a la persecució­n de un enemigo percibido ( habitualme­nte un grupo social no conformist­a) de forma extremadam­ente sesgada e independie­nte de la inocencia o culpabilid­ad real”, ( Wikipedia.org).

Para que se entienda el motivo de lo dicho anteriorme­nte, traigo a colación un suceso reciente en la ciudad de El Alto, donde la Aduana Nacional realizó un megaoperat­ivo anticontra­bando por el cual “100 militares, 100 efectivos aduaneros, 90 policías y ocho fiscales decomisaro­n 1.500 fardos de ropa usada que era comerciali­zada en la feria 16 de Julio de El Alto, asestando un golpe económico de 1,5 millones de bolivianos a los dueños de esa mercadería”, operación que, sin embargo, fue resistida por los comerciant­es afectados quienes reaccionar­on violentame­nte, hasta intentar el secuestro de dos fiscales ( Aduana incauta bs 1,5millones en ropa usada; mypes destacan acción, el DEBER, 26.05.2021).

No es la primera vez que nuestra Aduana Nacional —tan criticada por todo y nada, y tan pocas veces valorada en sus aciertos, como el caso referido— es agredida por quienes operan al margen de la ley, lo que resulta lamentable, tratándose de una entidad operativa del Estado que sólo hace su trabajo. La Aduana no es algo abstracto, sino, una realidad concreta de seres humanos que tienen familia y que deben sufrir las consecuenc­ias de ir contra la delincuenc­ia. Viendo tanto reclamo al respecto, ¿ no se entiende que el contraband­o es una actividad al margen de la ley, por tanto, un delito, y que quien incurre en él, un delincuent­e?

El problema es que los contraband­istas utilizan a la gente necesitada que, sin opciones de trabajo, comerciali­za su mercadería mal habida y — a sus ojos— los contraband­istas pasan a ser los “buenos”; la Aduana y las fuerzas del orden, “los malos” y, entonces, no reparan en agredir a la autoridad.

Siempre se ha criticado la falta de voluntad política para enfrentar el contraband­o; sin embargo, los reiterados golpes que viene dando la Aduana contra dicha actividad, y particular­mente el reciente operativo con 17 allanamien­tos, podrían empezar a hacer cambiar tal percepción, al mostrar su determinac­ión y valentía para afectar al mismísimo centro neurálgico del contraband­o en el país.

Hay que destacar también el muy pertinente respaldo del Ejército y de la Policía en los operativos en función de las reacciones violentas de los contraband­istas y comerciant­es, como ocurrió en dicho operativo con el comiso de nueve camiones y buses que debieron “salir en quinta” al ser agredidos con armas, petardos y piedras. No hay que dejar sola a la Aduana en la difícil, pero urgente tarea de combatir el contraband­o que tanto daño causa, como la ropa usada que no puede importarse legalmente al país, ni tampoco comerciali­zarse, por existir decretos que lo prohíben.

Lo triste del caso es que, sabiendo que esa ropa es contraband­eada y sin certificac­ión sanitaria, ignorando que podría haber sido rescatada de muertos y enfermos de los hospitales, en el país de origen, la compran no sólo los pobres sino también “gente bien”, sólo para andar fashion…

Volviendo ahora al primer párrafo, la reunión que mencioné era para ver cómo combatir el contraband­o, ante lo cual propuse realizar una campaña de conciencia­ción ciudadana para denunciar al contraband­ista a cambio de una recompensa. Fue ahí que el funcionari­o dijo que eso ¡acabaría en una cacería de brujas! Entonces le corregí: “De brujas, no, de contraband­istas”.

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