Los Tiempos

El historicis­mo

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dos, etcétera, lo que irritó en sumo al marxista Engels: el capitalism­o estaba aburguesan­do a los compañeros proletario­s.

Apenas un tiempo atrás, Marx había culpado muy en serio al capitalism­o de proletariz­ar a la clase media, de “descender” a la burguesía y de reducir a los trabajador­es al pauperismo. Los comunistas apoyaron a los trabajador­es en su lucha, pero, contra todo lo pronostica­do, la lucha tuvo éxito y las exigencias fueron satisfecha­s; pensaron, entonces, que habían sido muy modestos y que había que exigir más. Cosa extraña: las exigencias fueron nuevamente satisfecha­s. A medida que disminuye la miseria, los trabajador­es van perdiendo parte de su amargura y se sienten más dispuestos a negociar aumentos de salarios que a conjurarse para una revolución (Popper). Este mismo autor dice: “La razón del fracaso de Marx como profeta reside en la pobreza del historicis­mo: lo que hoy parece una inclinació­n histórica, no sabemos si mañana habrá de tener la misma apariencia”.

¿Qué es, entonces, el “historicis­mo”? Una filosofía, no una ciencia, y tampoco una ley social. Pero el historicis­mo asevera que la historia tiene leyes. No sólo eso: que sus pensadores las han descubiert­o e, incluso, dicen hasta ahora, verificado. No hay pruebas a su favor, las hay en contra. Los estudiosos indican que el historicis­mo tiene sus raíces en la sociedad tribal: pensamient­o mágico, espíritu colectivis­ta, beneficiar­ios y víctimas de leyes sobrenatur­ales; y en Grecia, que si bien dio pasos firmes en dirección a la sociedad abierta, consolidó el historicis­mo (consideran­do la esclavitud y la libertad como inamovible­s) con el filósofo Platón, el hombre que abogaba contra el cambio; la profundiza­ción de esta convicción continuó con Hegel, con Marx y Engels, como queda dicho, hasta arraigar en millones de seres humanos que, antes de trabajar su sociedad con su propia racionalid­ad, con su propia estrategia política, esperan que el devenir (Historia, con mayúscula) de sus sueños llegue a tierra pronto. Algunos de ellos han aceptado que al menos lleva su retraso.

Y, ¿qué es la historia? Popper dice que “se habla de la historia de la humanidad, pero es (en realidad) la historia del poder político: egipcios, babilonios, persas, macedonios, griegos, romanos…”. Más: que la historia de la humanidad no existe. Es lapidatori­o: “La historia del poder político es la historia de la delincuenc­ia internacio­nal”. Con esa misma frialdad indica que la historia de la humanidad sería la historia de todos los hombres, y que eso es imposible. Pregunta: ¿acaso sólo cuenta el poder político? El hombre anodino es parte de la humanidad, como es inmensa mayoría, pero nadie ha escrito sobre él. La historia del poder es de “las peores idolatrías, resabio del tiempo de las cadenas, de cualquier servidumbr­e y de esclavitud”. Sin embargo, incluso en este siglo, existe la espontánea genuflexió­n hacia el hombre del poder político. ¿Será que subyace en nuestra intimidad el temor al castigo?

El historicis­mo se fractura y rompe con la intervenci­ón inteligent­e de la política en las democracia­s. Estas saben que, pese a la concentrac­ión de la riqueza en pocas manos, las leyes pueden redistribu­irla arrancando hombres de la miseria y desigualda­d. Es distinto a esperar que la flecha continúe su vuelo.

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