Intelectuales, política y ceguera
Las pajas de los mundos paralelos, o fantasiosos, que inventa la (o cierta) teoría política. Aquí tienen, por ejemplo, una cita del respetado James Dunkerley, el celebrado autor de Lainterrupcióndelsubalterno, que incluso llegó a editarse en Bolivia, como la gran cosa: “¿Cómo pensar la posibilidad de una forma de hegemonía entendida, según Gramsci, como ‘el liderazgo intelectual y moral’ de la nación (incluyendo así una nueva visión del Estado y sus posibilidades de negociación y transformación) desde lo subalterno?”.
Sobre los resultados de la “nueva visión” del Estado, y sobre el “liderazgo intelectual y moral”, que imagina Dunkerley, véase el caso del MAS, partido que reclama para sí las compensaciones de un supuesto subalterno, y es liderado por un cocalero que, aparte de hacer fraude, se pretende indio discriminado y perora ante masas de ofendidos, mientras el MAS, quisieran creer, sería la expresión neta de lo ‘nacional popular’, la reivindicación de los olvidados, etc… cuando sabemos perfectamente, más bien, que todo lo que hicieron desde su llegada al poder se redujo a: la mayor corrupción de la historia, la total destrucción del aparato judicial ahora rebosante de seres despreciables, muchos millones dilapidados estúpidamente, el estrangulamiento de la empresa privada, la aniquilación institucional de la diplomacia y la cultura, decenas de onerosos elefantes blancos y megatoneladas de basura plástica (las canchas de Evo) y no menos toneladas de idiotez altisonante, la desinstitucionalización generalizada, la destrucción del casco histórico de La Paz, la definitiva pérdida diplomática del mar, la aniquilación de la “cosa pública”, la total incapacidad de responder con presteza e inteligencia a la pandemia, la entronización de los incapaces, la violencia de hordas masistas (acaban de quemar ya también la casa de Damián Condori, atacan a pobladores de las tierras bajas, como en Roboré), el crecimiento exponencial del complejo coca/cocaína, la mentira sistemática como política de Estado, guerra a las poblaciones indígenas amazónicas, alianzas internacionales con dictaduras criminales, rifa de los recursos naturales, destrucción ecológica, incendios en los bosques amazónicos etc. Sin hablar de que el mismo concepto de “subalterno” no es fácil; ¿a quién y cuándo se aplica, ante quién? Dunkerley podría preguntarle eso a Carlos Toranzo, el incomparable articulista, economista y escritor nacional, de abuelas de pollera, como él mismo lo cuenta y gran conocedor de micropolíticas y enredos, niveles, superposiciones, multiplicidades, rotaciones, encimas y debajos que se intercambian, modificándose constantemente desde hace mucho tiempo, entre burguesías cholas y blancas, sectores emergentes, decadentes, de todos los colores y con sus propios y nuevos subalternos, desplazamientos, racismos laterales, mezclas y más mezclas, sin que hayan identidades fijas como EL subalterno, EL subalternador, EL blanco malo, El indio explotado, etc., y sí más bien, lo que hay es un exceso de clichés y pegatinas.
Pero ahí están, los “intelectuales”. Enrique Dussel dándose palmaditas con Nicolás Maduro, todo un criminal de lesa humanidad — pero de “izquierda”, aparte de ser uno de los hombres más brutos de la tierra—. O estaba nada menos que la Sociedad Psicoanalítica de Buenos Aires, dando su apoyo explícito a Evo después del fraude, es decir al mismo aspirante a tirano de sórdidos deseos y al que reiteradamente se acusa de “pedófilo” por casos muy publicitados. Es loable el descreimiento del filósofo francés Jacques Bouverese (recientemente desaparecido), él mismo a contracorriente de la más conocida filosofía francesa, cuando dice, simplemente, que a las grandes luminarias filosóficas galas no hay por qué creerles que lo suyo sea entender los asuntos políticos y sociales, tal como ellos mismos lo suponen de hecho, atribuyéndose “el monopolio de la lucidez crítica”. Un concepto que hizo (y hace) furor fue, por ejemplo, el de biopolítica. Para comentar e ilustrar la famosa biopolítica se recurre a cosas muy abstractas y, por supuesto, que la biopolítica es, y era, una consecuencia del capitalismo, etc. Pero jamás se les ocurrió aplicar el concepto a la realidad que estaba al frente y donde ese mismo concepto adquiría todo su sentido: por ejemplo, en las cárceles, asesinatos, órdenes y racionamientos de la Cuba castrista. Lo mismo con el concepto de “sociedades de control”. (Menos mal estaban Castoriadis, Morin, Lefort, entre los pocos que mantuvieron la cabeza en su sitio).
Decididamente, así como no hay título para ser presidente, tampoco lo hay para entender nada de política. Ninguno sirve.
Esto no quiere decir, sin embargo, que uno abandone los rigores de ninguna teoría compleja a favor de la simpleza narrativa. ¿Pero cómo se deben entender las cosas?
Recuerdo a ese lord inglés al que le preguntaron cómo tomaron la decisión de ir a la Segunda Guerra y respondió fue que ocurrió igual a cuando uno abre la puerta de casa para salir, olfatea el aire, saca la mano, y decide si va a sacar paraguas o no. Lo cual no es decir nada, por supuesto, pero mejor ahí lo dejaremos: en casi nada.
Antes de acabar, sin embargo, señalemos que para olfatear el aire y evaluar la atmósfera política de un país hay tres indicadores básicos muy simples, absolutamente indiscutibles: los niveles de corrupción, la situación de los derechos humanos y la libertad de prensa.
Mal estamos.