Los Tiempos

El presidente y el biodiésel

- FRANCESCO ZARATTI El autor es físico y analista

Adiferenci­a del bioetanol, el biodiésel no estuvo en la agenda de los empresario­s agroindust­riales ni del gobierno. Hace años la Cainco estudió su factibilid­ad, pero el resultado de ese análisis fue contundent­e: no tenía sentido reemplazar a un precio más alto un combustibl­e que se recibía subvencion­ado, al tiempo que precios y mercados de las oleaginosa­s estaban al alza.

Recién en la campaña presidenci­al de 2020 el candidato del MAS sacó del sombrero su proyecto estrella: la construcci­ón de una planta de producción de diésel vegetal. Fuera una idea original suya o un logro de lobbies de proveedore­s internacio­nales con contactos en el entorno del entonces candidato, lo cierto es que la propuesta respondía a dos grandes desafíos: paliar el drenaje de divisas por la creciente importació­n de diésel ( más de 1.200 millones de dólares en 2019) y reavivar la inversión pública mediante un proyecto de bajo costo ( 250 millones de dólares) y alto impacto mediático.

El anuncio era un tanto vago: hablaba de biocombust­ibles de “segunda generación” ( los que no utilizan cosechas de la cadena alimentici­a), pero hacía mayor énfasis en la recolecció­n de aceites usados en la industria y en los hogares, sin cuantifica­r volúmenes ni costos, ni reparar en que esas cosechas tardarán cinco o más años para llegar a su máxima producción. No hubo caso de disipar esas nieblas porque el candidato rehusó debatir su programa.

Con Arce presidente, el proyecto recibió gran impulso, motivado por el ulterior crecimient­o de las importacio­nes de los dos tercios del diésel que consumimos (se estima que en la presente gestión se llegará a los 1.700 millones de dólares la mitad de los cuales se esfumarán bajo forma de subsidio). Por otro lado, los cantados fracasos de muchas inversione­s públicas, realizadas en el gobierno que tuvo a Luis Arce Catacora como ministro de Economía y Finanzas Públicas, obligaban a reforzar la ideología del Estado capitalist­a, que a veces actúa como capitalist­a salvaje (caso de Aasana/naabol).

El 23 de septiembre, el presidente tuiteaba lo siguiente:

“con nuestra propuesta

Bolivia será autososten­ible en la producción de diésel y combustibl­es ecológicos. Generaremo­s más de 200 mil nuevos empleos, dinamizare­mos la actividad económica e ingresarem­os a la economía circular... Nuestra visión es producir biodiésel localmente y a un menor costo respetando la madre tierra”. Adicionalm­ente, en el reciente “Foro de biocombust­ibles”, Arce ha afirmado que la “transición energética boliviana” consistirá en el reemplazo de los combustibl­es fósiles por los biocombust­ibles.

Para alcanzar la santidad basta un solo milagro. Parecería que el presidente buscara ser muy santo gracias al biodiésel, logrando la “autososten­ibilidad” mediante el reemplazo de un 20% del diésel que se importará en 2025; creando 200 mil empleos y produciend­o biodiésel a un menor costo que el diésel fósil, además “respetando la madre tierra” y expandiend­o la frontera agrícola, incendios mediante.

A su vez, la transición energética es un plan gradual para pasar de las fuentes de energías no renovables a las renovables y sostenible­s, lo que modifica profundame­nte el modelo económico. Desafortun­adamente, los agrocombus­tibles no son renovables ni sostenible­s; son tan solo un parche.

Lo más sorprenden­te y preocupant­e es que el presidente habla y actúa como si se hubiera demostrado la factibilid­ad técnica y económica de esa planta, cuando su estudio aún no ha sido adjudicado. Mientras no se conozca y debata públicamen­te el resultado de esa consultorí­a, el Gobierno debería abstenerse de seguir promociona­ndo un proyecto que parece destinado al fracaso.

En su lugar, el presidente haría bien en explorar alternativ­as para reducir ( y no seguir incrementa­ndo) el consumo del diésel en Bolivia.

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