Los Tiempos

Un pacto perverso

- GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ La autora es socióloga y antropólog­a

Se llama Patricia, tiene 16 años, es de Santa Cruz, fue contactada para trabajar en los Yungas, atendiendo un local comercial, el sueldo sería bueno. Ella quería ganarse unos pesos y regresar a su casa. Pero fue engañada, ni bien llegó al lugar le quitaron sus documentos, fue incomunica­da, no podía llamar a su casa, le dieron como puesto de trabajo la atención de un bar, que fue el gancho para ofrecer su cuerpo a los clientes varones. Otras veces la llevaron al pueblo de Guanay, junto a otras chicas menores que ella. Cuanto más jovencita era la mujer ofrecida, los hombres pagaban más”. Esta es la historia y pesadilla vividas por cientos de niñas y adolescent­es víctimas de la trata y tráfico en las poblacione­s mineras auríferas del departamen­to de La Paz, en las provincias de Larecaja y Caranavi.

De acuerdo a investigac­iones periodísti­cas, la ruta aurífera de la Amazonía, ya en los años 90 estaba llena de mineros artesanale­s que llegaron de distintos puntos del país. Y, como es el caso de Mapiri, hay lugares que desde hace un lustro más o menos se han colmado de ciudadanos chinos y colombiano­s que con sus dragas y maquinaria pesada ensanchan el lecho del río Mapiri, devoran el verdor de los cerros, y explotan sexualment­e a mujeres menores de edad. Un estudio sobre la temática de explotació­n comercial de niñas, y adolescent­es en rutas mineras concluye que Mapiri es uno de los tres lugares en los que se identifica­ron bares que ofrecen servicios sexuales y el 80% de mujeres son adolescent­es.

Como suele ocurrir con actividade­s prepondera­ntemente realizadas por varones, como la minería, se produce la masculiniz­ación de los espacios y territorio­s donde se desarrolla­n. Y en estos lugares se da una mayor demanda de alcohol y mujeres, lo que crea un clima propicio para la prostituci­ón. Se gesta un pacto perverso entre la explotació­n aurífera y la explotació­n sexual de niñas y adolescent­es.

De manera acertada señala Elizabeth López, investigad­ora feminista y especialis­ta en minería, “un factor clave del extractivi­smo es que es colonial, patriarcal, machista y misógino; la mujer tiene que servir tanto para la comida como en la cama. Es la esencia de estas actividade­s: se hace lo mismo con la naturaleza: extraer y extraer”.

La trata y tráfico se desarrolla allí donde tienen lugar actividade­s ilícitas e informales. Hay ejemplos de esa dinámica: en el norte mexicano, Ciudad Juárez, territorio de pugna de cárteles de droga, donde, de larga data, existe un panorama crudo de mujeres asesinadas y desapareci­das; y casi en el centro de Bolivia, en el Chapare, zona de narcotráfi­co, se hallaron varios cadáveres de mujeres que fueron asesinadas. En ambos casos, el telón de fondo es la trata y tráfico de personas, ligado a actividade­s criminales. Ambos lugares son poco accesibles para conocer a ciencia cierta la gravedad y dimensión de la problemáti­ca de la explotació­n sexual de mujeres con fines comerciale­s, son una muestra contundent­e de que existe una alianza perversa entre actividad ilícita y explotació­n del cuerpo de las mujeres.

En el caso tratado en estas líneas, la ruta del oro: Caranavi, Guanay, Tipuani, Teoponte, Mapiri y Mayaya, es tierra de nadie o, con mayor precisión, es tierra de las empresas y concesione­s mineras, donde además se hace patente la ausencia del Estado. Nadie, en las trancas de los caminos hacia Rurrenabaq­ue, Yucumo, Palos Blancos, Caranavi, Guanay y Mapiri, controla los permisos de viajes de las menores de edad, mujeres adolescent­es y niñas que llegan a las poblacione­s de dicha ruta y son víctimas de trata y tráfico.

Con el incremento de la minería del oro en la Amazonía, Bolivia se ha convertido en el segundo importador de mercurio más importante del mundo. Según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Agua, la extracción de oro representa el origen del 82,3% de las emisiones nacionales de mercurio en el país. No se pueden negar los impactos de la minería ilegal sobre los pueblos indígenas y su medio ambiente. Afectan a la salud humana, promueven delitos conexos como el lavado de dinero, la trata de personas y la explotació­n sexual e infantil, entre otros.

La desatenció­n y marginació­n de esta problemáti­ca nos habla de un Estado para el cual la trata y tráfico de mujeres no es una prioridad. Urge que las instancias públicas correspond­ientes, y organismos de la sociedad civil defensores de la infancia tomen cartas en el asunto ante esta problemáti­ca acuciante que corroe la sociedad, mina la integridad y el futuro de las mujeres niñas y adolescent­es, acentúa un sistema patriarcal machista. Urge salir de un extractivi­smo salvaje en muchos sentidos.

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