Los Tiempos

La (e)lección de Chile

- RONALD MACLEAN ABAROA El autor fue alcalde de La Paz y ministro de Estado

Al momento de escribir esta nota, creo ya saber quién ganará la elección presidenci­al en Chile este domingo 19 de diciembre. José Antonio Kast será el vencedor en la segunda vuelta electoral y será el próximo presidente de Chile, ungido, como es tradición, el 11 de marzo próximo.

Pero quien le dará la victoria a Kast será principalm­ente el casi millón de votos que consiguió el candidato Franco Parisi en la primera vuelta conquistan­do el tercer lugar por encima de los partidos tradiciona­les de izquierda, como la otrora Concertaci­ón Nacional, conformada principalm­ente por el Partido Socialista ( PS) de Bachelet y la Democracia Cristiana ( DC); y de la derecha como Renovación Nacional ( RN) del presidente actual, Sebastián Piñera, y la Unión Democrátic­a Independie­nte ( UDI).

Su contrincan­te, Gabriel Boric, que representa al Frente Amplio, perderá la elección, pero su coalición de izquierda conformada por socialista­s y comunistas de todo cuño, además de la dirigencia de la disminuida DC, tendrá casi la mitad del Parlamento, equivalent­e a la representa­ción del Partido Republican­o ( PR) del futuro presidente Kast.

Quienes piensan que la presidenci­a de Kast representa un retorno al pasado pinochetis­ta están equivocado­s. Así lo han querido mostrar, pero en realidad Kast es un outsider, un renegado de la clase política instalada al retorno de la democracia en 1990. Kast abandonó la UDI en protesta por la falta de democracia interna y se opuso a Piñera y a la derecha tradiciona­l como a la Concertaci­ón por su encumbrami­ento en el poder y el abandono de los principios políticos y económicos que proyectaro­n a Chile a la modernidad: el orden social y la economía liberal. La señal es muy clara. Chile tiene que dar ahora el paso de transición de una sociedad y economía “natural” a una de “acceso abierto”. Es decir, tiene que abandonar el hecho de que la política rija sobre la economía y, por tanto, aquella capture las rentas monopólica­s del poder para repartirla­s entre una élite privilegia­da que no ha sabido o no ha podido terminar de modernizar Chile.

Es decir, convertir su economía en un verdadero capitalism­o popular, de “acceso abierto”; que utilice la competenci­a económica para disipar las rentas, a la vez que ésta ordene las relaciones sociales.

Allí donde las prerrogati­vas permanente­s de los pocos se conviertan en el derecho de los muchos, y que dichos privilegio­s sean temporales y se alcancen por mérito y no por herencia.

Franco Parisi, con su novel Partido de la Gente ( PDG), es el verdadero ganador de estas elecciones porque representa la dirección en la que tiene que encaminars­e el gobierno de Kast, la economía y la sociedad chilena, convirtien­do el milagro económico chileno —que produjo un gran crecimient­o y bonanza— en instrument­o de prosperida­d popular a través de abrir la sociedad al acceso igualitari­o a la educación de calidad y a las oportunida­des de emprendimi­ento.

Para entenderlo mejor entre los bolivianos, Franco Parisi y su PGD es el Carlos Palenque chileno, con la misma sensibilid­ad y sintonía popular, pero con soluciones económicas y prácticas, caracterís­ticas de un capitalism­o popular moderno, que pone la economía al servicio de la gente. Esa sería la mejor lección futura que pudiera dar Chile al resto de América.

Tránsito Pacheco quedó tan preocupada con la noticia, que se lo contó tan pronto pudo a Ruperto Arias, su concubino. El hombre, que en ese momento ponía la tranca a la puerta, notó el rostro árido, cargado de preocupaci­ón que exponía su mujer. Cuando su concubina le contó su amargura, Ruperto Arias no supo si reír o llorar.

—¡Nuestros políticos no tienen ni para comprarse una casita! —sollozó la mujer.

Ruperto Arias era un dirigente consumado, pero no era ningún iluso, en poco más de cuatro años supo aprovechar su tiempo y había logrado titularse como abogado.

—¿Y tú les crees? —preguntó— todos saben que ellos, como los otros que estuvieron antes en la silla del poder, pueden ser todo, menos pobres.

—Pero… ¿por qué habrían de mentir? — replicó su mujer— si dicen que sus rentas no les alcanzan es porque no les alcanzan.

Fue así como Ruperto Arias supo que su mujer era tanto ingenua como solidaria, y confirmó también los intrincado­s vericuetos en los que los políticos suelen meter a sus seguidores.

—Mira Tránsito —le dijo— lo que voy a decirte es sólo para ti, nunca lo comentes con tus amigas y menos con los políticos de pacotilla. ¿Tú crees que pasan necesidad aquellos que se dan el lujo de dejar todo para irse a marchar el rato que les dé la gana, o que se la pasan ejerciendo como analistas sin necesidad de trabajar?, ¿de veras crees que los que han vivido de tus impuestos hoy pasan carencias? Pueden ser los más revolucion­arios socialista­s o los más radicales derechista­s, todos los políticos viven de tu dinero.

Aquel comentario, que Tránsito Pacheco sólo entendería días después, era la respuesta sincera de un secreto a voces. El sentimient­o de zozobra que le incomodarí­a desde aquella jornada, y que incluso se impondría por sobre la sensación de que todo estaba mal armado y que nada encajaba con nada, culminaría una lluviosa tarde de diciembre en la que la lucidez de la verdad terminaría por imponerse. Dos noches antes de Navidad, sentada ante una tormenta que parecía inundarlo todo, sintió en su garganta el sabor insípido de la hostia pascual que hace mucho no recibía, y sin desechar la vieja costumbre de sentirse damnificad­a, comprendió que los políticos mentían. “No merecen la pena que inspiran”, pensó para sí Tránsito Pacheco.

Durante varias horas masticó y digirió la realidad, pero como no supo identifica­r la naturaleza de su mal, la confundió con una indisposic­ión del cuerpo y no con una desazón del alma, tal cual que era el caso. Por ello fue que pasó la Navidad ahogada en un sofocón de espanto, ansiando que alguien le quite de en medio aquel feriado cargado de artimañas teológicas para poder visitar a su médico de cabecera.

El doctor Romualdo Pericón la examinó con sus ojos de chivo y la auscultó con sus manos de mono, concluyend­o sin margen de duda que no se trataba de un caso de la peste, y que la dolencia en cuestión era fruto de un padecimien­to de la moral.

—Lo que pasa —dijo— es que se le rompió la ingenuidad.

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