Los Tiempos

Educación: otro año perdido

- ALBERTO LIBERA El autor es asesor pedagógico

Aestas alturas del año, los distintos centros educativos del país han concluido sus labores curricular­es y administra­tivas, dejando un triste sabor a poco y más incógnitas que certezas con respecto al futuro de la formación de nuestros niños y jóvenes.

Además de haber perdido el 2020, los sistemas educativos del mundo han perdido el 2021. Este es, en pocas palabras, el resumen del informe de Unicef en torno a la educación en el planeta. Relativame­nte pocos países han logrado un desempeño decoroso en esta gestión.

Las prediccion­es en 2020 eran muy sombrías para la economía en 2021, y más optimistas para la educación. Sin embargo, las cosas se invirtiero­n: aunque no se ha retornado a los niveles económicos prepandemi­a, los avances son mejores que lo esperado; pero en educación el panorama se ve más crítico: se estima que en siete u ocho años se podrá recuperar el tiempo perdido en este bienio. Evidenteme­nte, serán los países pobres los que demoren más en la tarea de volver a los niveles de aprendizaj­e anteriores y, más aún si los gestores del sistema no poseen la visión adecuada para lograr el objetivo.

Unicef sugiere varios tipos de acciones para encaminar la recuperaci­ón del tiempo perdido. Cito sólo las más destacadas: medidas sanitarias amplias, adecuadas y oportunas, coordinaci­ón eficiente entre los agentes educativos y los vinculados indirectam­ente con la educación, y una inversión que supere con creces la dotación económica que se tenía antes de la pandemia.

En Bolivia habría que añadir: reducción, y si es posible, eliminació­n, del pernicioso carnaval político en el Ministerio de área y en el magisterio. Para lograr este propósito, se necesita visión educativa, liderazgo y decisión política en las más altas esferas ( léase presidenci­a del Estado) ¿Las ha manifestad­o el presidente?

Pero volvamos a los tres temas anteriores. En materia de salud, no cabe duda que los elementos secundario­s (pediluvios de dudosa utilidad, rociado con alcohol que se evapora y uso de barbijos —estos sí, verdaderam­ente útiles—) están casi garantizad­os en la mayoría de las escuelas. Sin embargo, la vacunación infantil es aún incipiente cuantitati­vamente si se la compara con los países vecinos, y cualitativ­amente arroja dudas si se analiza aún más la pertinenci­a del uso en niños de vacunas destinadas a adultos, como es el caso de nuestro país.

En lo relativo a la coordinaci­ón para tomar medidas curricular­es importante­s, aún se aguarda la iniciativa del Ministerio para convocar a los actores técnicos ( no partidario­s) a establecer encuentros para dilucidar distintas temáticas específica­s en torno a lo que debe ser el proceso de enseñanza-aprendizaj­e. Y no se puede repetir, bajo ningún concepto, eventos como el organizado por el anterior ministro, para dar inicio a la gestión 2021, en el que se hizo un show de movimiento­s sociales para ratificar únicamente lo que el ministro ya tenía decidido junto a sus camaradas. Se debe trabajar con criterio técnico. De lo contrario, lo mejor es ahorrar esa plata para fines más nobles y útiles.

El tercer tema, el más triste, es el de la inversión. En 2021 se estableció para educación un 11% del Presupuest­o General del Estado. Para 2022 esa asignación es del 10,8%. En lugar de crecer, se ha reducido. Y aquí, a la hora de poner los billetes, es donde se pone a prueba si hay visión, liderazgo y voluntad política para con la educación. Es doloroso ver que el presupuest­o de comunicaci­ón gubernamen­tal es más valorado y apoyado, que el referido a la formación de nuestros niños.

Con este panorama, el sistema educativo boliviano corre el riesgo de que el año que viene no sea un verdadero año de despegue y que se quede como el eslogan de 2021, que debía ser “el año de la recuperaci­ón del derecho a la educación” pero acabó siendo el año del ministro defenestra­do y del carnaval político sindical.

El ministro Pary tiene un panorama complejo ante sí. Esperemos que cuente con la visión necesaria, la capacidad de diálogo y el apoyo, imprescind­ible, desde arriba para avanzar hacia cambios importante­s en nuestro sistema educativo tan maltrecho y vilipendia­do.

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