Los Tiempos

Deshonesti­dad

- AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ El autor es operador de turismo

La noticia de la existencia de 800 sueldos mensuales que eran depositado­s en cuentas de personas que no trabajaban para el municipio cruceño, ha sido una enorme bofetada para el buen nombre de la administra­ción que permitió ese delito, su capital moral estaría profundame­nte disminuido, como lo estaría el del gobierno de Evo Morales a partir del escándalo del Fondo Indígena. En este caso, el problema es que el número de cómplices es enorme. (Aunque tal vez no lo sean todas las personas involucrad­as en este robo. Es posible que algunas hayan sido víctimas del robo de sus identidade­s).

Tengo que decir que la acusación parecía tan estrafalar­ia, que uno tiene la obligación de dudar de su veracidad, para colmo, la justicia boliviana, no merece la menor credibilid­ad. La acusación, además, provenía de un espacio contaminad­o por pasiones bajas de desamor y despecho. Como sabemos de personas inocentes no solamente acusadas, sino condenadas, vale recordar que todo acusado debe ser considerad­o inocente mientras no se pruebe su culpabilid­ad.

Dadas estas considerac­iones, parece ser que hay mucho de cierto en la acusación, y esto nos pone ante dos situacione­s, por un lado, la ( posible) increíble mañudería de ciertos funcionari­os públicos, y su real sensación de impunidad, un robo cometido con tantos testigos es solo posible porque quien lo comete se siente completame­nte protegido.

Por el otro lado, está la facilidad con la que tantos ciudadanos de a pie se dejaron corromper, no solo robaron al Estado lo que ellos recibieron, incluida eventualme­nte una membresía en la seguridad social, sino lo que robaban los organizado­res de esta red delictiva.

Hay muchas formas de tratar de entender este fenómeno de una especie de democratiz­ación de la corrupción, tiene que ver, seamos generosos, con grandes niveles de pobreza, aceptar ser parte del robo, puede ser parte de historias tremendame­nte tristes, de personas que necesitan para sus padres, o para sus hijos un tratamient­o médico que podría darles la Caja de Salud, por ejemplo. La necesidad tiene cara de hereje, decían nuestros antepasado­s.

Pero puede también ser resultado de una desmoraliz­ación general, producto de la falta de confianza en el Estado. En un Estado que, aunque estrangula a unos cuantos contribuye­ntes, deja a la mayoría de sus ciudadanos sin ser molestados por el cobro de impuestos, un Estado que permite los robos como los del Fondioc, que hace compras directas para evitar las fiscalizac­iones. Un Estado que permite que en la mayoría de las entidades públicas solo se pueda hacer un trámite “aceitando” la maquinaria. Un Estado que hace gastos millonario­s que son insulsos como el uso del helicópter­o de tiempos de Morales, o el mantener un costosísim­o avión presidenci­al en tiempos de Arce.

Si el caso de los llamados ítems fantasma es real, nos estamos enfrentand­o ante un delito con una enorme cantidad de delincuent­es y cómplices, de hecho, la denunciant­e es posiblemen­te también una cómplice de las fechorías del acusado. Y eso, en realidad, nos confronta con algo que puede ser visto como la punta de un iceberg, (solo que no de hielo). O, dicho de otra manera, con el síntoma de un mal generaliza­do, somos posiblemen­te una sociedad amoral, el

amasua y el amallulla son un cuento chino. Bolivia es un país pobre, y si nadie robara seguiría siendo un país pobre, pero no quepa la menor duda de que esta corrupción generaliza­da termina haciendo que los pobres sean más pobres, o sufran de mayores carencias. No es un problema de un partido político o de una región, es un problema nacional, y es un círculo vicioso del que es muy difícil salir. No conozco la receta, pero ciertament­e no habrá solución posible si se busca culpabiliz­ar al adversario político, o peor, si se busca un chivo expiatorio.

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