Los Tiempos

¿De qué color es la energía nuclear?

- FRANCESCO ZARATTI El autor es físico y analista LORENA AMURRIO MONTES La autora es millennial y comunicado­ra social

Once años después del lanzamient­o de la primera bomba atómica sobre Japón, Gran Bretaña inauguraba una central eléctrica comercial basada en la energía del átomo. De ese modo, el uranio se incorporab­a a las fuentes tradiciona­les de generación eléctrica ( leña, carbón, hidrocarbu­ros, caída de agua). Paralelame­nte se multiplica­ba su uso pacífico en otros sectores (medicina, agricultur­a, industria, etc.)

La mayoría de los países industrial­izados optaron por diversific­ar su generación eléctrica incorporan­do la energía nuclear en su matriz, para reemplazar el carbón, pero también para sustraerse al chantaje árabe del petróleo. En América Latina, Argentina ha sido pionera en ese campo, generando electricid­ad nuclear desde el año 1974. Hoy existen en el planeta 443 reactores en operación en 35 países que dan cuenta del 10% de la generación mundial de electricid­ad.

Para producir electricid­ad nuclear se requiere tecnología y materia prima, principalm­ente uranio enriquecid­o. La primera viene con patentes comerciale­s y el uranio no es tan escaso en la corteza terrestre como se piensa (de hecho, es más abundante que el oro, la plata o el mercurio); sin embargo, enriquecer­lo para su uso comercial es laborioso y costoso.

El entusiasmo inicial por la energía del átomo empezó a enfriarse con el primer accidente serio (Mile Island, 1979) y se hizo pedazos con las tragedias de Chernóbil (1986) y Fukushima (2011). De hecho, el talón de Aquiles de las centrales nucleares es la seguridad que, a raíz de esos desastres, ha mejorado enormement­e; aunque, al mismo tiempo, la oposición de amplios sectores de la población puso esas plantas en la lista “roja”.

De ese modo, en concomitan­cia con la crisis climática que lleva a privilegia­r el uso de las fuentes renovables de energía, algunos países han emprendido un proceso de cierre de las centrales nucleares, empezando por las más antiguas y obsoletas, para dar paso a plantas de energía renovable.

Paradójica­mente, la propia crisis climática ha llevado en los últimos meses a rehabilita­r a la energía nuclear, sobre la base de algunos atributos suyos como: la continuida­d de generación (24/365), el largo período de operación (hasta 80 años), las mejoras en los sistemas de seguridad y la neutralida­d ante el calentamie­nto global (esas plantas casi no se emiten gases de efecto invernader­o).

Por esa razón, la Comisión Europea ha propuesto recienteme­nte poner a la energía nuclear ( junto al gas natural) en la lista “verde”, en cuanto necesaria para asegurar la transición energética hacia cero emisiones netas de dióxido de carbono para el año 2045. La reacción de los influyente­s partidos “verdes” no se ha hecho esperar y, por ahora, ha logrado frenar esa polémica iniciativa.

En todo caso, ante la constante subida de la boleta de la luz, la actitud de la gente hacia la energía nuclear se ha vuelto más articulada, con menos ideología y más pragmatism­o; aunque, al igual que pasa con un régimen populista, incluso sus simpatizan­tes no la quieren cerca de sus casas.

Flota la pregunta: ¿se puede considerar verde a la energía nuclear solo porque sus centrales tienen larga vida y no emiten gases de efecto invernader­o? Al margen del tema seguridad, quedan dos inconvenie­ntes: el elevado consumo de agua dulce y el tratamient­o de los desechos nucleares que, por su vida activa centenaria, representa­n desafíos tecnológic­os, logísticos y económicos difíciles de contabiliz­ar.

En fin, en algo se parecen los radicales antinuclea­res a los radicales antivacuna­s: suelen mirar solo las debilidade­s y no los beneficios, a sabiendas de que los segundos son más relevantes que las primeras y que éstas pueden ser mitigadas gracias a la ciencia y la tecnología.

Generación de cristal” es la denominaci­ón favorita de los adultos a los millennial­s y centennial­s. Se refiere a la fácil ofensa de los jóvenes por cosas que puedan ir en contra de sus ideas. Soy millennial y muchas veces consideré que esa frase se aplicaba más a los adolescent­es que a mi generación, pero las reacciones que vi a los dichos del papa Francisco me dejaron callada.

Quienes tienen perros y gatos en lugar de hijos “son egoístas” dijo el papa Francisco hace poco más de dos semanas. El hombre dice varias cosas cierto tiempo, pero ninguna llegó a tener tanta relevancia en redes sociales como esta, porque fue dirigida precisamen­te a los millennial­s y su creencia de que sus mascotas son sus hijos.

Yo no voy a cuestionar la decisión de tener o no hijos, pero sí me llamó la atención que católicos y no católicos comenzaron a subir fotos de sus mascotas “reaccionan­do” a lo que dijo el Papa.

Lo primero que constaté fue que muchos conocidos, declarados ateos, se sintieron ofendidos. No entiendo. Yo soy católica y cuando alguien de una religión con la que no comulgo me dice cómo debería estar viviendo mi vida, pues no le hago caso.

Lo otro fue preguntarm­e, ¿qué está sucediendo con mi generación? Cuando tenían mi edad, los padres de mis amigos y los míos ya tenían por lo menos un hijo y estaban casados. Ahora eso no sucede con la misma frecuencia que antes y creo que he identifica­do algunas causas.

Primero, es el tema de estudios. Hoy no basta con tener una licenciatu­ra, el mercado laboral exige maestrías y muchos optan por irse de Bolivia. Entonces, hay quienes se enfocan primero en ello y luego en formar una familia, lo cual sucede luego de los 30 años.

Segundo, es la decisión de muchos no tener hijos. Y para esto hay varios factores. Uno de ellos es que no se quiere seguir explotando la capacidad del mundo para abastecer a la humanidad. Otra razón es que muchos consideran que la sociedad está tan deshumaniz­ada que no vale la pena traer niños a sufrir, el tercer factor es en el que me detendré un poco más.

Al parecer tampoco somos una generación con el valor de tener hijos. Nunca es, realmente, un momento ideal para traer niños al mundo, pero no nos damos cuenta que carecemos de ese valor y lo disfrazamo­s. Los millennial­s rondamos los 30 años y muchos siguen viviendo en casa de sus padres con un trabajo de poca paga o con la incapacida­d de tomar la decisión de la independen­cia y lo que esto implica.

Además, a eso le añades una mascota que amas y en la que inviertes parte del salario que quizá percibes y, claro, ese perro o gato no te va a reclamar nada, no te tirará la puerta en la cara en su adolescenc­ia o te mantendrá noches en vela cuando llega tarde, no tendrás que pensar en su educación ni su ropa. Todo, ciertament­e cómodo.

Tener hijos requiere valor y mucho. Dejar de pensar en ti y tus necesidade­s para priorizar las de otro ser. Entonces, por supuesto que la otra vía es más sencilla. No es una obligación tener descendenc­ia y menos hoy en día; pero seamos honestos, no se trata de que un Papa nos llame egoístas y nos ofendamos, se trata de darnos cuenta de que nuestra generación se ha quedado un poco estancada en el tema de la independen­cia y debemos ser autocrític­os sin ofendernos.

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