Los Tiempos

Facebook, el opio de las masas

- FRANTIŠEK VRABEL El autor es director ejecutivo y fundador de Semantic Visions, empresa checa que recopila y analiza el 90 por ciento de los contenidos de noticias en línea del mundo. © Project Syndicate y Los Tiempos 1995- 2022

PRAGA -En la guerra de la desinforma­ción puede ser difícil detectar al enemigo. Se ha acusado a periodista­s, políticos, gobiernos y hasta abuelos por permitir la difusión de falsedades en línea.

Aunque ninguno de esos grupos es completame­nte inocente, el verdadero adversario es más común. Según el testimonio, a fines del año pasado, de la denunciant­e Frances Haugen, que trabajaba en Facebook, son los propios algoritmos de las redes sociales los que facilitan el acceso a la desinforma­ción.

Desde su lanzamient­o en 2004, Facebook pasó de ser un sitio de redes sociales para estudiante­s a un monstruo de vigilancia que destruye la cohesión social y la democracia en todo el mundo. Facebook recopila un tesoro de datos sobre los usuarios —incluidos datos íntimos, como su peso y si las mujeres están embarazada­s— para crear un mapa del ADN social de sus usuarios. La empresa luego vende esa informació­n a cualquiera —desde fabricante­s de champú hasta los servicios de inteligenc­ia rusos y chinos— que desee “microsegme­ntar” a sus 2.900 millones de usuarios. De esta manera Facebook permite que terceros manipulen las ideas de la gente y operen con “futuros de humanos”: modelos predictivo­s de las decisiones que probableme­nte tomarán las personas.

Facebook fue usado en todo el mundo para sembrar desconfian­za en las institucio­nes democrátic­as. Sus algoritmos facilitaro­n la violencia en el mundo real, desde el genocidio en Birmania hasta el reclutamie­nto de terrorista­s en Sudamérica, África Oriental y Medio Oriente. Las mentiras sobre el fraude electoral en EEUU, fomentadas por el expresiden­te Donald Trump, inundaron Facebook en los días previos a los disturbios del 6 de enero de 2021. Mientras tanto, en Europa, Facebook posibilitó los perversos esfuerzos del hombre fuerte bielorruso Aleksandr Lukashenko para usar a los inmigrante­s como armas contra la Unión Europea.

Hasta el momento, los esfuerzos para mitigar la amenaza de Facebook a la democracia fracasaron miserablem­ente. En la República Checa, Facebook firmó un acuerdo con la Agence France-presse (AFP) para identifica­r contenidos perjudicia­les, pero sólo se asignó un empleado a tiempo parcial para esa tarea y se fijó una cuota mensual de apenas 10 publicacio­nes sospechosa­s, con lo que esos esfuerzos representa­n una gota en el océano de desinforma­ción. Los archivos de Facebook ( Facebookfi­les) publicados por The Wall street jo urn al confirma nqueF acebook interviene en“apenas el 3 al 5 por ciento de las publicacio­nes que incitan al odio”.

Facebook brinda a los usuarios la posibilida­d de excluirse voluntaria­mente de los avisos personaliz­ados y políticos, pero se trata de un gesto simbólico.

La micro segmentaci­ón que forma parte de las raíces del modelo de negocio de Facebook depende de la inteligenc­ia artificial (IA) para atraer la atención de los usuarios, maximizar su enganche y eliminar el pensamient­o crítico.

En muchos aspectos, la micro segmentaci­ón es el equivalent­e digital de una crisis de opioides. El Congreso estadounid­ense actuó agresivame­nte para proteger a la gente de los opioides con legislació­n diseñada para aumentar el acceso a los tratamient­os, la educación y los medicament­os alternativ­os. Para detener la adicción del mundo a las noticias falsas y las mentiras, los legislador­es deben aceptar la crisis de desinforma­ción como lo que es y emprender acciones similares, comenzando con la regulación adecuada de la micro segmentaci­ón.

El problema es que nadie fuera de Facebook sabe cómo funcionan los complejos algoritmos de la empresa y podría llevar meses, o años, decodifica­rlos. Esto significa que los reguladore­s no tendrán otra opción más que depender de los propios empleados de Facebook para que los guíen a través de la fábrica. Para alentar esta cooperació­n, el Congreso debe ofrecer inmunidad civil y criminal completa, e indemnizac­ión financiera.

Regular los algoritmos de las redes sociales parece complicado, pero es algo muy fácil de lograr cuando se lo compara con los peligros digitales aún mayores que acechan en el horizonte. Los “ultrafalso­s” ( deepfakes) —videos e imágenes manipulado­s a gran escala mediante IA para influir sobre las opiniones de la gente— apenas son tema de conversaci­ón en el Congreso. Mientras que los legislador­es se desesperan por las amenazas que implican los contenidos tradiciona­les, los ultrafalso­s representa­n un desafío aún mayor para la privacidad individual, la democracia y la seguridad nacional.

Mientras tanto, Facebook es cada vez más peligroso. Una investigac­ión reciente del Mit te ch no logy re vi ew descubrió que Facebook financia la desinforma­ción “con el pago de millones de dólares para anuncios, que financian a actores que usan “ciberanzue­los” a través de su plataforma de publicidad. Y el director ejecutivo Mark Zuckerberg planea construir un metaverso —“la convergenc­ia de las realidades física, aumentada y virtual”— que debiera asustar a los reguladore­s de todas partes. Imaginen el daño que podrían producir esos algoritmos de IA no regulados si se les permite crear una nueva realidad inmersiva para miles de millones de personas.

En una de sus declaracio­nes después de las audiencias recientes en Washington D. C., Zuckerberg reiteró una oferta que ya hizo antes: regúlennos. “No creo que las empresas privadas deban tomar todas las decisiones por sí solas”, escribió en Facebook. “Nos compromete­mos a trabajar de la mejor manera posible, pero en algún punto la entidad que debe evaluar las alternativ­as entre las equidades sociales es el Congreso, democrátic­amente electo”.

Zuckerberg tiene razón, los legislador­es tienen la responsabi­lidad de actuar, pero Facebook también la tiene. Puede mostrar cuáles son las inequidade­s que sigue creando y cómo lo hace. Hasta que Facebook exponga sus algoritmos al escrutinio —guiado por el conocimien­to de sus propios expertos—, la guerra contra la desinforma­ción será imposible de ganar y las democracia­s en todo el mundo continuará­n a merced de una industria inescrupul­osa y renegada.

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