Los Tiempos

La Haya: no hay mal que por bien no venga

- RONALD MACLEAN-ABAROA El autor fue alcalde de La Paz y ministro de Desarrollo Sostenible

El año 2025, cuando cumplamos 200 años de vida, como país no tendremos mucho que celebrar. Bolivia seguirá siendo materialme­nte pobre; a nivel interno estaremos más confrontad­os que nunca, enfrascado­s en una lucha fratricida por el poder político en las elecciones de ese año; e, internacio­nalmente, es probable que permanezca­mos confrontad­os con nuestro principal vecino al suroeste de nuestra frontera.

Es hora de pensar en resolver nuestro “divorcio” con Chile. Dos terceras partes de nuestra existencia la hemos pasado en una pelea estéril con ese país, luego del desmembram­iento territoria­l. Padres divorciado­s cuyos hijos, los habitantes de nuestros queridos Antofagast­a y Potosí, siguen registrand­o niveles de pobreza y subdesarro­llo humano.

Los acuerdos de “separación”, firmados bajo hubris de Chile y némesis boliviana tras el conflicto bélico, nunca se terminaron de cerrar como se debió: permitiend­o a nuestro país un acceso soberano al océano Pacífico, como varios esclarecid­os estadistas chilenos lo plantearon. Ese hecho ha herido profundame­nte a Bolivia.

Ha pasado casi siglo y medio de una acrimonios­a relación bilateral, a punto de deteriorar­se aún más si La Haya dictara un fallo contrario a Bolivia, respecto del Silala. Y ha faltado una visión histórica y voluntad política de marchar hacia adelante. En vez de insistir en lo que aún nos separa, ¿por qué no mirar lo que nos uniría en el futuro, lo que nos dé beneficios y prosperida­d compartida? ¿Por qué no convertir el Si-lala en el Sí-al-agua? ¿Por qué no transitar de la “guerra del agua” hacia “el agua por la amistad y la prosperida­d”?

Se presenta una extraordin­aria oportunida­d histórica de reinventar­nos, después de La Haya, de dar un giro de 180 grados para plantearno­s un “nuevo comienzo” con la madurez de los años y el tiempo transcurri­do, con los avances de la humanidad y las experienci­as históricas nuestras y de otros continente­s. En suma, en la modernidad en que vivimos, no podemos seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes.

El siglo XX fue el más violento y destructiv­o de la existencia humana. Dos guerras mundiales mostraron nuestra infinita capacidad de odiarnos y destruirno­s mutuamente. La guerra atómica estuvo ya entre nosotros. Pero la casi total aniquilaci­ón de la humanidad, producto de ambas contiendas, obligó a Europa a estructura­r un nuevo orden continenta­l conducente a una paz duradera y a una prosperida­d compartida.

Partió por la alianza entre los eternos adversario­s Alemania y Francia, que se unieron en un gran proyecto económico de complement­ación y proyección continenta­l, a partir de las industrias del carbón y del acero. Un pacto que luego dio origen a la Unión Europea, el proyecto político más importante de ese siglo.

Bolivia y Chile podrían iniciar un similar camino de reconcilia­ción, si entienden que es la economía y no la ideología lo que cimentará una relación de amistad y prosperida­d compartida entre ambas naciones. El agua pudiera ser la primera llave para encontrar un arreglo entre ambos países y, puntualmen­te, una mayor bonanza para Potosí y Antofagast­a.

En lugar de discutir sobre el uso de una fracción mínima de aprovecham­iento de las aguas del Silala, Chile y Bolivia podrían pensar en grande y desarrolla­r sustentabl­emente toda la cuenca hídrica que recorre la longitud de nuestra frontera cordillera­na. Más del 90% del agua de esa cuenca andina escurre de Chile a Bolivia y en su mayoría se insume sin mayor utilidad económica o social. Casi lo mismo sucede con el potencialm­ente 8 por ciento que fluye de Bolivia hacia Chile.

Chile estrena un nuevo gobierno el próximo 11 de marzo, el mismo que ha prometido transforma­r al Chile actual. Ahí tiene una extraordin­aria oportunida­d para dar un paso constructi­vo redefinien­do su acercamien­to con Bolivia. Y Bolivia de dar también un giro radical a la actual forma beligerant­e y adversaria de relacionar­se con Chile. Pasar del reclamo, la queja, y el rechazo a las soluciones constructi­vas, de integració­n y beneficio mutuo.

¿Qué mejor manera de “sembrar” los excedentes de la minería, que de convertirl­os en agua, en vida para sus habitantes? Ello sí sería un gran motivo de celebració­n de nuestro bicentenar­io patrio, por el nuevo gobierno a inaugurars­e en 2025.

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