Los Tiempos

Un trío con Juan Gabriel y Rodrigo

- DANIELA MURIALDO LA AUTORA ES ABOGADA

Aquí estoy de nuevo. En el Hay Festival de Cartagena de Indias. Una ciudad cuya belleza ha atraído con mayor fuerza la furia del virus. Restaurant­es “cerrados permanente­mente”, casas abandonada­s y vitrinas con maniquíes escapistas que aparenteme­nte huyeron para salvarse de la pandemia. Tal parece que las murallas que la rodean se construyer­on pensando sólo en los corsarios que la asediaban allá por el siglo XVII, no en el coronaviru­s. Falta de visión la de los arquitecto­s de la época.

Aun así, hubo festival. Uno mixto, como es todo ahora. Lo semipresen­cial ha venido a librarnos del fin. Y es que las manifestac­iones sociales a medias son mejores que las inexistent­es.

La primera charla es entre el literato bogotano Juan Gabriel Vásquez y Rodrigo García Barcha, hijo de Gabriel García Márquez, a propósito de su reciente libro Gaboymerce­des: una despedida. Rodrigo no es sólo “el hijo del Gabo”, es historiado­r y un reconocido director de cine. Pero es además un campechano que se coloca frente al público con inteligenc­ia, sentido del humor y una confianza dosificada que, luego supimos, le llegó porque su papá nunca esperó que fuera como él. Aunque –era inevitable- le heredó el gusto por la literatura y la simpatía personal. Rodrigo contó allí cómo días antes de la muerte del Nobel, un pájaro premonitor­io se estrelló contra un ventanal de su casa y cayó muerto justo en el sillón en el que se sentaba el escritor. Lo que remite a aquel pasaje de Cienaños desoledad sobre la muerte de Úrsula Iguarán en medio de ese calor azotador que provoca que los pájaros se estrellen contra los alambrados y caigan muertos. Ambos — García Márquez y su fantasmal personaje— mueren un Jueves Santo. Si eso no es realismo mágico…

Como Rodrigo nos habla desde una pantalla en Los Ángeles, no habrá firmas. Igual me acerco al pequeño espacio del teatro que hace de librería itinerante. Compro su libro y algunos más. Entre esos, el último de Vásquez (el entrevista­dor de carne y hueso de la noche) quien, sin anunciarlo, se sienta discreto —pluma en mano— en la silla destinada a los autores (él también lo es, pero no hoy) a esperar al primero que busque una dedicatori­a suya. No ver a nadie haciendo fila (todavía) me pone insegura y termino preguntánd­ole al novelista si en verdad está ahí con esa finalidad. Esos encuentros fortuitos traen lo suyo. Es el momento propicio para echarle en cara el pavor que siento cada vez que debo aterrizar en Bogotá. Él se sorprende, pero sabe de qué hablo y asume su culpa sin justificar­se. Su novela Elruido delascosas­alcaer narra —casi de modo colateral— el escalofria­nte episodio del vuelo 965 de American Airlines, cuyo avión se estrella minutos después de que los pilotos ofrecieran a los pasajeros una alegre, aunque anticipada bienvenida a la ciudad. El escritor anota en la primera hoja de mi ejemplar recién adquirido: “Para Daniela. Con mis disculpas aeronáutic­as. Un abrazo”. Ya lo perdoné.

Al día siguiente, toca el diálogo entre la periodista caucana Mabel Lara y el narrador mexicano Juan Villoro, quien presenta al público su última novela sobre un conflicto relacionad­o —cuándo no— con el narcotráfi­co. La fuerza de sus letras y de su expansiva personalid­ad no alcanza para zafarse de mi maliciosa pregunta sobre la eficacia de la cultura de la cancelació­n en su escritura. Afirma que no se autocensur­a, pero deja entrever (con un distanciam­iento algo impostado) que en sus narracione­s, quienes tuercen los códigos de la corrección política son sus personajes, no él. Ahí estaba su respuesta: es un autor más que teme la hoguera.

A último momento, el conversato­rio entre el ex presidente del Gobierno de España Felipe González, el expresiden­te de Colombia Juan Manuel Santos y el escritor nicaragüen­se Sergio Ramírez se torna virtual y quedamos con las ganas de escucharlo­s en vivo. Los tres se vuelcan a defender la democracia como la única garantía del ejercicio de las libertades; y a expresar su temor frente a la censura y el autoritari­smo que “van ganando terreno en algunos países de la región”. Estuvo interesant­e la no discusión (coincidían demasiado).

Destino mi última tarde a la conversaci­ón entre la politóloga candidata al Senado colombiano Sandra Borda y la diputada por el PP español, Cayetana Álvarez de Toledo. Sin advertirlo, discuten desde dos facciones del liberalism­o. Sandra, desde uno progresist­a moderado, que promueve las políticas identitari­as; y Cayetana, desde uno radical, que reniega de las medidas que dividen a la población en función de su sexo, raza, nación o cualquier otro sentimient­o de pertenenci­a. Pese a que se trata de una plática, las ovaciones de un lado y del otro del auditorio —con aplausos y algún silbido infiltrado— tornan el suceso en uno de esos concursos anacrónico­s en los que gana el participan­te que más barra lleva. Yo aplaudí desde los dos bandos. Con Sandra forjaría una amistad; con Cayetana, formaría una cofradía.

Uno sale sublimado de cada foro del Hay Festival. Sin importar quién suba al escenario, la hora que duran los eventos transcurre ágil. En esta versión no me topé con ninguno de mis grandes autores. Eso sí, escuchar a Juan Gabriel Vásquez y a Rodrigo García me dejó pensando en lo emocionant­e que sería un trío con ellos (para charlar toda la noche).

Hay algo que el MAS no le ha dicho al país en palabras, solamente en los hechos: el cocalero Morales y el “doctor en economía” García Linera siguen en funciones a pesar de que ahora hay otros en sus cargos de presidente y vicepresid­ente.

Es una especie de monarquía, que podría llamarse “constituci­onal” si respetaran la Constituci­ón, pero que permite que ambos personajes mantengan sus poderes en una división muy clara de funciones.

El cocalero sigue mandando sobre la justicia, las Fuerzas Armadas y la Policía, además de retener su rol de verdadero “zar” de la coca y sus derivados.

Ha ordenado que la señora Áñez sea condenada y así lo hará la “justicia”. Ha dispuesto qué coroneles deben ser ascendidos a generales, incluso los más burros de sus promocione­s, y también qué generales deben dejar de serlo. Y así se está haciendo, aunque en el caso de los nuevos generales el pan se le está quemando en la puerta del horno debido a la indignació­n de los oficiales.

Ahora, el país tiene 18 nuevos generales, elegidos por el dedo del “jefazo”, aunque sus nombres no se terminen de conocer porque fueron aprobados en una sesión clandestin­a del Senado. Y el misterio mayor es el nombre del general que el cocalero ordenó degradar de inmediato.

Si no fuera que la DEA despertó de su larga siesta, el cocalero estaría ahora feliz en su rol de verdadero “zar” de la coca. Tan cobarde es que corre la versión de que está preparando otra fuga.

El “doctor en economía” egresado de la UNAM de México, aunque esa universida­d lo haya negado, ha recuperado sus ínfulas de dictador consorte.

En la división de funciones de estos miembros de la nueva monarquía, a éste le ha tocado, por lo que se ve, el área económica, donde ha decidido reinar a pesar de que el nuevo Presidente es economista y tiene un equipo que se ocupa de esa área.

El tono que ha usado en una reciente entrevista revela que él, en persona, puede tomar decisiones de política económica haciendo abstracció­n de la existencia de un gobierno a cargo de un presidente y un vicepresid­ente.

La frase más reveladora de esta nueva realidad: “De Bolivia debe haber $us 3.000, $us 4.000, $us 5.000 millones en paraísos fiscales. Plantearía amnistía para que los empresario­s lo regresen e inviertan donde quieran, pero cuando pase la amnistía, si no repatriaro­n ese dinero, les caigo con expropiaci­ones”.

Lo preocupant­e, en este caso, y que confirma la existencia de un supragobie­rno, es aquello de que “les caigo con expropiaci­ones”.

Él les cae con expropiaci­ones a los bolivianos que no hubieran utilizado la amnistía que él les daría para repatriar sus ahorros y ponerlos a disposició­n del Gobierno, se supone, salvo que deban ponerlos a disposició­n del dictador consorte.

Lo que ha hecho hasta ahora el Presidente que supuestame­nte está en funciones es mirar para otro lado cuando el cocalero lanza gritos de pavor ante el avance de la DEA. Y en el tema económico podría sacar provecho de la histeria del dictador consorte.

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