Las chicharroneras del valle mantienen vivo el sabor de la Llajta.
LA MAESTRA DEL SABOR COCHABAMBINO
La chicharronera es otro de los personajes emblemáticos de la identidad cochabambina. Ella es quien hace posible la celebración semanal de ese rito tan local que es ir a comer un chicharrón, el domingo. Desde Sacaba hasta Tiquipaya, desde Cochabamba hasta Sipe Sipe o hacia el valle alto, cada domingo están allí, de trecho en trecho, las grandes pailas, expuestas a todos, con los sabrosos trozos de chancho cocido, principalmente en su propia grasa. Desde cerca del mediodía hasta media tarde, las chicharronerías se llenan de comensales: familias, parejas, grupos de amigos, habitantes de Cochabamba o visitantes de otras latitudes, que se sientan para disfrutar de esa deliciosa carne preparada desde muy temprano en la mañana, cocida, al fuego de leña, lentamente en peroles gigantescos de plancha de hierro la mayor parte de bronce fundido de una sola pieza en otros lugares.
Difícil saber cuántas chicharronerías hay en Cochabamba, deben ser centenares. Y en cada una: una mujer, una chicharronera, que prepara ese plato tan cochabambino, o que supervisa su preparación, con sus secretos, aplicando un saber aprendido de otra mujer, o a solas, un saber perfeccionado durante años…
En Cochabamba, hay una famosa entre las famosas: doña Pola, todo un nombre y un prestigio. En Punata, otra, que reina en “Los amorcitos”.
Ambas construyeron su vida y las de sus familias al borde del perol, al calor del fogón, sirviendo sus ricos chicharrones a sus clientes fieles, o casuales, con la misma dedicación, y durante décadas.