Novedosos proyectos que sembraron esperanza en bosques de Bolivia.
Tres proyectos de regeneración y recreación de bosques marcan un contrapunto a la acelerada deforestación que castiga al país
Soyeros, madereros, cocaleros, agricultores, constructores, petroleros y ganaderos son los principales deforestadores de Bolivia. Desde hace décadas se hallan asesinando bosques íntegros en plazos mucho menores a un año. Hay tres departamentos que destacan en cuanto a este incontrolado ecocidio: Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz.
Según datos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), en Tarija se desbosca, cada año, el equivalente a 8.700 canchas de fútbol, es decir, 8.960 hectáreas. En Chuquisaca se deforestan anualmente 890 hectáreas. Mientras que en Santa Cruz, el destrozo llega a la friolera de 23 canchas de fútbol cada hora, es decir, más de 200 mil hectáreas al año. Y eso que los datos corresponden a 2016 y los analistas consideran que en el último bienio la deforestación ha aumentado.
Hasta ahí las malas noticias, por ahora. Toca destacar que, paralelamente, también en Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz han surgido quienes contravienen a la idea del exterminio de árboles. Estos símbolos vivientes crecen y se multiplican libres y fuertes a la luz de particulares proyectos. Lo hacen, por ejemplo, en San Luis, cerca del parque Amboró; en San Antonio de Aritumayu, próximos a Sucre, y en Sama, en la célebre serranía tarijeña.
EL BOSQUE O LA VIDA EN TARIJA
“El mayor éxito que tenemos es que ya alcanzamos a 10 mil plantas, todas deben ser nativas —dice Virginio Lema presidente de la Fundación Rincón de la Victoria—. Tenemos pinos del cerro, guayabos, alisos y tholas. También hemos organizado un vivero dentro del corazón de la reserva de Sama. Ello garantiza una reproducción más efectiva y la pérdida será menor porque la adaptación será masiva”.
En Sama, hace casi 14 meses se produjo una tragedia que hasta se saldó con dos vidas humanas: por catorceava vez en 25 años, un incendio forestal se ensañó con la zona. Incontrolable
durante cinco días, esta vez arrasó con 10.931 hectáreas de bosque dentro de la reserva de Sama y otras 1.744 en los alrededores. Tuvo consecuencias mayores que los anteriores fuegos porque se desató cerca de una de las principales fuentes tarijeñas de agua potable.
“Esto, en base a esas especies, funciona como una esponja, es una fábrica de agua —explica Lema—. Los árboles la acumulan durante la época de lluvias y la van soltando de a poco en la temporada seca. Sin árboles no hay agua y sin agua no hay vida. Por eso, resulta urgente reconstruir el bosque perdido”.
Lo de Sama ha sido un esfuerzo colectivo en medio de la urgencia y la amenaza. La capital tarijeña consume 400 litros de agua por segundo. Trescientos litros de ese total los aporta el Rincón de la Victoria, ubicado a los pies de la reserva de Sama. Según explicaron técnicos de la Universidad Juan Misael Saracho, en el incendio del año 2002, la reforestación se la encaró con especies ajenas. Ello, incluso, derivó en efectos contraproducentes porque algunos tipos de árboles consumen demasiada agua en relación al tipo de suelos de la zona. Paralelamente, varias de las especies nativas empezaron a correr el riesgo de extinguirse.
“Hemos trabajado con recursos propios, el único aporte extra fue la telemaratón cuando conseguimos algo más de 30 mil dólares —recuerda Lema—. Sirvieron precisamente para construir el vivero y pagar a un viverista. Faltan recursos para que las instituciones llamadas por Ley puedan proveer a la reserva de guardaparques. Hoy no hay ese factor. Tres personas para más de 120 mil hectáreas implican una desproporción absoluta”.
Ahora, en Sama sólo hay una opción. Por ello, la movilización, durante y después de los fuegos, resultó generalizada. Los plantines deberán ser cuidados por lo menos durante cuatro y hasta cinco años de peligros como el ganado y cambios en los ciclos hidrológicos debidos a los problemas globales del clima. Y claro, también, de la piromaniaca costumbre de algunos agricultores que en su última arremetida bordearon una catástrofe sin precedentes.
LOS BOSQUES ANáLOGOS CRUCEñOS
En el oriente y el norte del país las amenazas contra los bosques resultan menos accidentales y mucho más expresas. esas. Según datos de la Fundación Tierra, más de e dos millones de hectáreas, en 14 4 municipios cruceños han sido deforestadas hasta el presente nte sólo por proyectos agroingroindustriales, especialmenlmente soya. A ello se suma ma un boom inmobiliario o que ya ha arrasado con cerca de 25 mil hectáreas y proyecta abarcar otras 16 mil más. Un proceso de urbanización zación que si bien abarca menos s extensión implica mucho más impacto. mpacto.
En total, una superficie perficie de bosque amazónico similar milar al territorio de la república de El Salvador fue devastada con toda da la vida que ello implica. Desataron n consecuencias ecológicas que en este e caso implican inundaciones extraordinarias, inarias, vientos huracanados y creciente te erosión de suelos. Diversas organizaciones ciones ambientalistas nuevamente han an recordado cómo los bosques generan an el efecto esponja que infiltra el agua a hacia los acuíferos, controlan las crecidas das de los ríos y ayudan en la regulación del l clima. Pero, por ahora, la respuesta han sido do procesos empresariales contra los activistas. istas.
Sin embargo, a contra ontra pelo, han surgido emprendimientos singulares ngulares como el de los “bosques análogos”. “Los os bosques no son sólo madera —dice Miguel Crespo, respo, ejecutivo de la Sociedad Probiotec—. Contienen enen una gran biodiversidad de plantas y animales de alto valor genético para la alimentación, la medicina, icina, la farmacología, la cosmetología, la producción n de fibra y aceites, etc. Frente a la deforestación y destrucción estrucción de bosques, la foresta-
ríaría análoga busca restaurar los bosques tal como eran. Toma un modelo que pueda existir en el reducto, busca reproducirlo, en un área cercana, hacer que madure y añadirle especies que puedan generar recursos económicos”.
En este caso, los biotecnólogos proceden a un meticuloso estudio de suelos. Estudian las especies que existen, los microorganismos y sus correspondientes simbiosis hasta que se pueda emular y enriquecer el modelo. Hasta el presente se han iniciado proyectos de forestería análoga en Santiago de Chiquitos, La Guardia, Roboré, la Angostura y la Bélgica. Se calcula que cerca de 500 hectáreas de bosque se han empezado a recuperar bajo esta novedosa metodología.
“Lo interesante es que mucha gente que tiene, así sea, una pequeña cantidad de hec hectáreas de bosque advierte el potencial que tienen estos es proyectos —dice Crespo—. Depende además mucho much de la creatividad de los propietarios propietar para enriquecerlos con la incorporación in de otras especies. Pasa Pa así con las cotizadas frutas silvestres si que existen en nuestropa nuestro país que en varios casos están en proc proceso de desaparición. Muchas de ellas ell son recursos valiosos para la a alimentación en general, co como el copuazú, el motoié, toié el asaí, etc., tienen un gran gra valor genético, industrial du y económico”.
CENTRO C DE CAPACITACIóN P INTERNACIONAL IN
Lo Los bosques análogos emp empezaron a desarrollars llarse en Santa Cruz desde el año 2012. Tardan en conso consolidarse entre cinco y 15 años años. Este método de recuperaci cuperación de la naturaleza se originó origin a fines de los años 80 en Sr Sri Lanka e Indonesia. En Sant Santa Cruz se encuentra uno de los cuatro centros de capacitación acreditados in internacionalmente: el Probioma, allí en la zona de Sa San Luis, en el límite de los parques Amboró y Parabanó Parabanó.
La guerra para recuperar los bo bosques bolivianos va de la mano con la paciencia. En Sama hoy se trabaja angustiosamente a la espera de ver el éxito del bosque recuperado de su agonía de dentro de algo más de tres años. En Santa Cruz empiez empiezan a consolidarse los bosques análogos, pero aún res restan varios años para su plena madurez. Sin embargo, cerca de Sucre se halla un lugar de victoria completa completa.
Se trata de San Antonio de Aritumayu. Ar Se halla a 18 kilómetros de la capital boli boliviana. Allí, en 1980, el agrónomo José Andrade Arias Aria se hizo el propósi- to de reconstruir un bosque que había sido arrasado durante décadas, sino siglos. Para ello, ensayó cuidadosamente la posibilidad de adaptar una especie foránea, el pino radiata, en armonía con las nativas. Tras 35 años de tozuda labor, junto a su esposa y sus hijos, Aritumayu hoy constituye un centro ecológico de cada vez mayor fama.
Paulatinamente, a lo largo de los años, hacia las 79 hectáreas de este bosque, al recrear un microclima, retornaron decenas de especies de flora y fauna. Las convirtieron en un vistoso oasis surcado por un río cristalino y pozas naturales. Andrade Arias, un experto entrenado en Israel, atribuye este éxito también a las iniciativas que por entonces tuvo la extinta Corporación de Desarrollo de Chuquisaca. Recuerda que hubo precursores que se preocuparon en formar personal y lanzaron proyectos que llegan hasta los emblemáticos cerros citadinos Churuquella y Sica Sica.
La consolidación de Aritumayu ha permitido el desarrollo paralelo de emprendimientos turísticos y productos que benefician a los comunarios del entorno. En 1997, Andrade, que por entonces alternaba su dedicación al proyecto con la cátedra universitaria y otros emprendimientos, tomó una determinación. “En 1997, la economía del país cayó en una fuerte recesión —recuerda—. Asumí esa vez la decisión de vivir del bosque y el paisaje”.
Pero queda claro que es aún otro de los botones de la esperanza. Al ritmo que Bolivia liquida hoy sus bosques y trata de reponerlos, el debe y el haber forestal señalan que en el año 2100 se habrá arrasado con todo. Porque, claro, Bolivia hoy por hoy es uno de los países que más deforesta en el planeta. Según la fundación alemana Friedrich Ebert Stiftung (FES), el país pierde anualmente 350.000 hectáreas de bosques debido a actividades tanto legales como clandestinas. Esas 350.000 hectáreas implican unos 320 metros cuadrados por persona de pérdida de bosque al año, una de las más altas del mundo. Representa, según la FES, unas 20 veces más que el promedio mundial, que es de 16 metros cuadrados por persona.
Y, en medio de aquella incomprendida tragedia cotidiana, han surgido algunos sacrificados espacios de esperanza.