OH! - Los Tiempos

Los conventos franciscan­os, tesoros escondidos en el centro de la ciudad.

- Texto: Norman Chinchilla Fotos: Carlos López y Daniel James

Cuatro conventos, e iglesias, franciscan­os tiene la ciudad de Cochabamba: San Carlos, San Pedro, el Hospicio y San Francisco. El más antiguo de todos, fundado hace 437 años, está en pleno centro, a una cuadra de la plaza 14 de Septiembre, en una de las más bulliciosa­s áreas de la ciudad. Una pequeña puerta —sobre la calle 25 de Mayo, al lado de la iglesia de San Francisco— da acceso a un pequeño vestíbulo. Desde allí, por otra puerta, grande ésta, se entra al claustro del convento: a la paz de un claustro franciscan­o, tal como lo quiso Francisco, el santo de Asís.

Paz. Silencio y calma impactan el espíritu apenas se cierra aquella puerta. Es un espacio casi cuadrado de más de

26 metros de lado,un jardín rodeado de corredores bordeados de columnas, de cedro al este, de piedra revocada con yeso al norte, sur y oeste. Césped, plantas, árboles y dos fuentes: una al centro, donde se encuentran los dos senderos empedrados que cruzan en el jardín, y otra en un cuadrante próximo al templo, con una escultura del santo más famoso del mundo, acompañado de unos animalitos a los que tanto amaba. “Ésta es la casa madre de los franciscan­os en Cochabamba”, dice el padre Carlos, profeso solemne, es decir fraile franciscan­o, desde hace 31 años y guardián del templo y del convento de San Francisco de Cochabamba.

“Los franciscan­os siempre construyen una iglesia y un convento juntos”, explica el fraile, sonriente y sereno mientras nos conduce hacia la entrada de la sacristía: el acceso al templo desde el claustro.

Una mesa larga de añeja madera oscura ocupa el centro de esta habitación casi cuadrada donde los curas y sus acólitos se visten para celebrar misa. La luz brillante de la mañana entra por un inmenso ventanal. Enormes óleos antiguos próximos al techo, de madera, dan color a uno de los muros,blanco como todos los muros de este sereno recinto. Hay otros muebles: reclinator­io, mesa pequeña donde reposan los hisopos para el agua bendita y una silla antigua, casi descomunal, en un esquina. “Es la silla del obispo”, comenta nuestro guía, justo antes de introducir­nos a la iglesia.

Silenciosa y solemne, la única nave del templo parece enorme sin gente. Detrás de la mesa del altar, el retablo se extiende a todo el ancho y casi todo el alto del lugar. De madera y cubierto por brillante pan de oro alberga seis imágenes “y el Padre en la cabeza”.

“Éste es san Pedro de Alcántara, está ahí porque es un santo muy importante en nuestra orden. Él ha hecho una renovación en el carisma del que nos estábamos apartando. Ésa es santa Clara. Y aquél es san Pascual Bailón. Bailón porque bailaba delante del Santísimo para darle gracias… No sabía qué decirle. Sabía hablar, pero se ponía a bailar porque le gustaba. Y ése, santo Domingo, no era franciscan­o, era dominico. Él y Francisco se encontraro­n cuando la Iglesia amenazaba con derrumbars­e, y dijeron ‘vamos a renovar la Iglesia’. Y Francisco dijo ‘no, tú vas por tu lado, yo voy por el mío. Por eso el caris- ma nuestro es la pobreza y la sencillez. Y el de los dominicos: estudiar el Evangelio a profundida­d. Ellos eran los más inquisidor­es, porque ellos tenían la sabiduría de las escrituras. Francisco se dio por misión evangeliza­r desde el testimonio de su vida”, cuenta el Guardián.

“Y la Virgen, antes era la Inmaculada y pusieron a la de Copacabana porque es la patrona de nuestra patria”, completa.

“Creo que uno de los rasgos siempre presentes en las edificacio­nes franciscan­as de la Colonia es el retablo. Es muy franciscan­o”, afirma fray Juan Carlos.

Media docena de ventanales casi pegados al techo dejan entrar la luz del día que ilumina toda la iglesia. En el lado opuesto al retablo, encima de las puertas para el ingreso de los fieles, está el coro cuyo ingreso es por el primer piso del claustro. Sus tres paredes la sillería de cedro, tan antigua como toda la iglesia, tiene espacio para una treintena de sacerdotes sentados, “conserva su piso de madera original, que cruje bajo los pasos (…) sólo se ha sacado el ostensorio, donde se exhibía el texto de las oraciones en letras grandes y los frailes rezaban a dos coros”.

Ahora ya no rezan ahí. Lo hacen en la capilla privada en el primer piso del ala norte del claustro.

“Aquí, en esta casa, vivimos 20: los 15 estudiante­s, tres formadores, más el provincial y su secretario. Ocupamos casi la mitad de esta casa, hay campo porque las vocaciones han disminuido mucho”.

“Tenemos que decir con dolor, ahora hay 92 franciscan­os en todo Bolivia, cuando yo entré éramos 220. Pero no tenemos que quejarnos, según lo que nos dice uno de nuestros hermanos que enseña en la universida­d (Católica), donde se preparan los sacerdotes, somos los que más estudiante­s tenemos: 15 estudiante­s que están preparándo­se para el sacerdocio, y los de otras órdenes son pocos”, señala.

“Este templo y el convento han sido construido­s en una parte alta, fuera de lo que era el centro de la población, era alejado de la ciudad, que era donde ahora es la plazuela Osorio. Igual que en La Paz. Los franciscan­os se han ido a lo más apartado y la ciudad se ha venido a nosotros. En todas partes ha sido así”, explica este casi sexagenari­o franciscan­o, cuyos recuerdo del convento de San Francisco de Cochabamba remontan a su infancia.

“Antes era planta baja y primer piso; ahora, con la restauraci­ón —

realizada entre 1982 y 1986— son tres niveles. En el segundo piso están los cuartos. Podemos albergar aquí entre 50 y 60 personas. Alguna vez se llena esta casa, cuando tenemos un encuentro de todos los franciscan­os de Bolivia, entonces tenemos que usar también el Hospicio, San Pedro y San Carlos”.

Y en 1988, este convento, albergó al Papa. Era Juan Pablo II, el único Sumo Pontífice que visitó Bolivia, y ocupa una especia de suite en el ángulo noreste del claustro. Donde ahora reside el Guardián.

Detrás del claustro “había un cementerio antes. Cuando yo era pequeño todavía, he visto, tenía este convento su huerta y su piscina, para bañarse, y ahora ese espacio es una cancha de fulbito, para que los jóvenes no sólo están pensando en la teología y la filosofía, sino también tengan diversión los viernes, que tienen deporte, también hay un gimnasio, y una carpinterí­a, y la ‘cuerería’ donde se producen forros para libros. Los jóvenes producen para no ser sólo los que reciben, porque nosotros vivimos de lo que Alemania nos da. Y lo que nosotros ganamos es para la alimentaci­ón y el cuidado de los jóvenes. Muchas veces la gente dice, los padres cobran en la misa… pero nosotros no nos quedamos con nada de lo que aportan. Por eso yo digo la gente que aporta a esta iglesia, pone su limosna, está ayudando a que haya un nuevo sacerdote para Bolivia”.

“Ser pobres, humildes y sencillos como él (Francisco de Asís) quiso”, es el carisma franciscan­o. La paz que emana de sus conventos completa sus virtuosas aspiracion­es.

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 ?? JAMES DANIEL ?? CLAUSTROEl plácido jardín del convento de San Francisco de Cochabamba. En la foto circular, las puertas del ostensorio, detrás del retablo del altar mayor del templo del Hospicio.
JAMES DANIEL CLAUSTROEl plácido jardín del convento de San Francisco de Cochabamba. En la foto circular, las puertas del ostensorio, detrás del retablo del altar mayor del templo del Hospicio.
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 ?? LóPEZ CARLOS ?? SACRISTíAA­l lado del presbiteri­o, la sacristía de San Francisco conserva muebles centenario­s.
LóPEZ CARLOS SACRISTíAA­l lado del presbiteri­o, la sacristía de San Francisco conserva muebles centenario­s.
 ?? CARLOS LóPEZ ?? PIEDRA Y MADERA Columnas de piedra revocadas con yeso y pilares de cedro sobre podio de mamposterí­a rodean el claustro de San Francisco.
CARLOS LóPEZ PIEDRA Y MADERA Columnas de piedra revocadas con yeso y pilares de cedro sobre podio de mamposterí­a rodean el claustro de San Francisco.
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DANIEL JAMES EL HOSPICIOCo­nsagrado en 1875, el templo del Hospicio, en la plaza Colón, es de sobria belleza.

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