MITOS Y LEYENDAS ESCONDIDOS DE COCHABAMBA
NO INGRESAR A AYOPAYA SIN CONGRACIARSE CON EL TORO LAGUNA
Toro Laguna, ubicada en la provincia de Ayopaya, en el departamento de Cochabamba, guarda una leyenda histórica. La comunicadora y escritora Cecilia Romero la resume así. En el imperio incaico el cerro era solo un anillo alrededor de la tierra, hasta que, escapando de la conquista española y por orden del emperador Atahualpa, los indios incas enterraron ahí una de las más grandes riquezas del imperio: un toro hecho en entereza de oro puro. El conquistador Francisco Pizarro, al enterarse, tenía la intención de cavar hasta encontrar aquel tesoro, pero los dioses no estaban de su lado. Esa misma noche, la lluvia cubrió las espaldas del cerro y de su deshielo nació la laguna. El tesoro jamás fue encontrado. Con el tiempo, Ayopaya recibió su nombre, el cerro fue bautizado como Tunari y se fundó Cochabamba.
Romero fue parte de un programa del Centro de Comunicación y Desarrollo Andino (CENDA), donde realizó una labor pedagógica en la provincia de Ayopaya.
“Cuando llegas y observas esta laguna, este espacio de silencio profundo que tienen los lugares no urbanizados te sobrecoge. Tienes una aproximación a esa misticidad que en la vida cotidiana vamos perdiendo, y esperas de alguna forma ser el afortunado que vea el toro o el árbol”, dice la comunicadora haciendo alusión al árbol de una segunda leyenda de la zona.
Se cree que la laguna abre camino para un elegido, al cual se le aparece un árbol de oro, que le ofrece un fruto acompañado de riquezas. Sin embargo, la laguna reclama una ofrenda en agradecimiento por su fruto. Romero relata también que el toro tiene la potestad de benefactor y castigador del lugar que, en un día de privilegio, emerge y cruza con las vacas, resultando en una próspera ganadería. Para la comunicadora, Ayopaya es un destino cautivador, que también la sorprendió con su realismo mágico al despedirse.
“Salíamos de Ayopaya y cayó una niebla densa. Íbamos en camioneta, asustados, circundando el precipicio y de repente, empezaron a aparecer ojos en medio de la niebla, fue una guía. Cuando la niebla se disipó, vi que eran caballos pastando, aunque ya era tarde”, añade y dice que jamás comentó lo sucedido con sus compañeros, ya que existía un silencio respetuoso por la cualidad mágica de lo acontecido.
Lo que sí es una certeza es el misticismo que emana Toro Laguna y que podría, en cualquier momento, abrirse el agua y emerger de ella el toro de oro o el árbol con su fruto y sus riquezas. En todo caso, jamás se debe cruzar por la laguna sin congraciarse con el toro y sólo se puede temer por lo que podría pedir la laguna a cambio de su fruto.
NO CAMINAR SOLO EN “LA SAJRA HORA” DE ILLATACO
La “sajra hora” hace referencia a “la hora mala”, en la que ataca el hambre a media mañana, según Ramón Rocha Monroy, historiador cochabambino. Similar a esta versión se puede mencionar la de Sucre y La Paz. Sin embargo, en Cochabamba, en la zona de Illataco, al norte de Quillacollo, la historia es distinta.
El arquitecto Enrique Joffré, a tiempo de evocar un paisaje rural, rememora y explica: “La sajra hora es la hora maligna. Cuando acaba el día, toda la bulla de los animales empieza a calmarse. Se siente un silencio increíble y la penumbra que queda por la entrada del sol. Esta quietud se caracteriza por los paisajes teñidos de azul, inmediatamente después de la ausencia de luz solar y sus característicos colores anaranjados al atardecer. La sombra de las montañas y los árboles resaltan. La sajra hora: en la que todo se paraliza”. El espacio en el tiempo antes de la oscuridad absoluta.
Las leyendas de la región de Illataco indican que, durante este momento de transición entre el día y la noche, la quietud abrumadora da paso a la aparición de espíritus. Joffré explica que esta zona se dedicaba principalmente a la agricultura, por lo cual la jornada de los pobladores iniciaba con la salida del sol y concluía con el crepúsculo, precisamente luego de “la sajra hora”. Durante este momento del día, primaban las actividades de reencuentro para compartir una comida previa al descanso, que usualmente era mote, queso, habas y papas. Pero este rito no sólo perseguía el objetivo de la convivencia, sino que al estar en comunidad las posibilidades de la aparición de almas con asuntos pendientes disminuyen. Por ello, evitaban a toda costa la soledad.
Al respecto, Joffré comparte su experiencia sobrenatural en “la sajra hora”. Cuenta que un día caminaba completamente solo desde la capilla de Paucarpata hasta la hacienda en Illataco, donde pasaba la noche en septiembre de 1947.
En el trayecto, cercano a los
maizales, atravesó un sendero. Mientras caminaba, notó en el extremo opuesto a dos señoras con velos negros, similar a la vestimenta de luto de las viudas. Las divisó a la distancia, pero en la velocidad de un parpadeo pudo observar cómo se le acercaban y las sintió pasar junto a él como el viento. Joffré cuenta que giró para constatar lo que acababa de vivir. Pero, nuevamente, en cuestión de segundos, ya estaban muy lejos de él. El arquitecto volvió a su casa con la camisa ensangrentada por la impresión que le generó el encuentro.
El mito recomienda estar en comunidad durante “la sajra hora”, pues la soledad puede ser una invitación para la manifestación de seres extraterrenales con intenciones impredecibles.
NO IGNORAR LA GEOGRAFÍA MÍSTICA DE COCHABAMBA
Lagos, montañas y vegetación. Andrés Laguna, docente e investigador, habla sobre la importancia de los cerros que albergan misticismo y misterio que caracterizan a Cochabamba. Lugares donde habitan figuras que forman parte del imaginario, como el jukumari o las huacas.
Laguna explica que los cerros son esta suerte de espíritus protectores que nos hacen conocer nuestro entorno y a nosotros mismos. El Tunari, la colina de San Pedro y la colina de San Sebastián albergan una misticidad que tiene que ver con el alejamiento de lo urbano que se expande cubriendo la ciudad. Este es un aspecto destacable en la idea de conocer la identidad boliviana desde Cochabamba, ya que su geografía evapora los límites entre lo urbano y lo rural. La cercanía con los valles y los cerros facilitan un camino por conocer, transgredir lo racional e introducirse a esta suerte de nostalgia sensitiva.
Por su parte, la comunicadora Cecilia Romero habla de este espacio como algo fundamental para encontrar lo místico en lo cotidiano, una ruptura de la rapidez, el estrés y el ensimismamiento del ser que provocan los cimientos que nos rodean. Comenta, además, que podemos recuperar este sentido místico indagando en los orígenes de ciertos sectores, de los espacios que concentran conjuntos de árboles con historias.
Romero recuerda que, en su barrio, Santa Ana, se decía que antes que el pavimento invada el paisaje, los molles y los sauces llorones albergaban en sus copas a brujas. Ellas llamaban a los niños desde dicha altura, y las personas mayores recuerdan haber vivido este tipo de apariciones en su infancia. Es así que, yendo más allá de lo connotativo, descriptivo o racional, la mística invita a reencontrarnos con nuestras raíces, a conocernos como seres pertenecientes a un espacio rico y diverso. “Un poco entre mito y leyenda. Un poco como nosotros. Somos la reconstrucción de lo que decimos de nosotros mismos”, añade Romero para referirse a la esencia mágica-real cochabambina. Buscamos e interactuamos constantemente con el misterio y con lo inexplicable. “Nuestra experiencia con lo que implica ser cochabambino, trasciende esta realidad, hay algo que va más allá”, comenta Laguna. Destaca además las sensaciones y el conocimiento que se hallan en estos espacios.
Nos adentramos a un camino de consciencia sobre lo que somos y lo que nos rodea. Conociendo estos mitos, ampliamos y enriquecemos nuestra experiencia como bolivianos.