OH! - Los Tiempos

El talento de Ch’ila Jatun y el sabor de Flor de Caña se sienten en una noche

- Fotos: Hernán Andia

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Su imagen se hizo conocida a nivel nacional al verla en batallas legales como los casos de la niña Patricia Flores, Andrea Aramayo o del bebé Alexander. Ya ha atendido más de cien causas similares, pero, aun así, al recordarla­s, suele emocionars­e notoriamen­te. La abogada Paola Barriga Machicao habló con OH! sobre la tragedia de los feminicidi­os y los infanticid­ios en Bolivia.

- ¿Qué razones la impulsaron a trabajar en un área tan llena de adversidad­es?

-La sensibilid­ad por el sufrimient­o de las familias. Para ellas, estas desgracias implican un peregrinar sin límites. Entonces, mi especialid­ad como abogada penalista ha generado que pueda servir en este espacio. En el caso de la niña Patricia Flores, que ha sido uno de los más emblemátic­os y con el que inicié mi carrera, pude advertir todo lo que conllevaba este drama.

Era un caso que había quedado en la impunidad, prácticame­nte ya estaba cerrado. Tuve que reabrirlo y reencausar­lo. Así hoy tenemos una sentencia condenator­ia contra Odón Mendoza, el regente de la escuela, y contra la directora, quien hoy se encuentra prófuga. Sumamos más de 20 años de proceso.

- ¿Cuántos casos de esta clase ya ha atendido?

- Entre infanticid­ios y feminicidi­os ya contamos más de un centenar de casos.

- ¿Cuáles le conmoviero­n más?

- Todos tienen un dolor impresiona­nte. Lo que más me llama hoy la atención es la falta de sensibilid­ad no sólo de las autoridade­s, sino también de la sociedad. Recordemos como cuando sucedió el caso de la niña Patricia Flores, cuando se realizó la misa de cuerpo presente, la plaza Murillo se llenó. Estaba repleta, parecía que toda la población se había acercado hasta ese lugar en demanda de justicia.

Ahora seguimos lamentando casos parecidos, pero ya no existe la sensibilid­ad de la sociedad ni de las autoridade­s. Las cifras aumentan todos los días. Podemos advertir la muerte de muchas mujeres que enluta a nuestra sociedad, pero la sensibilid­ad pareciera perdida. Eso no deberíamos tolerar.

- ¿Cuáles han sido sus más importante­s victorias y cuáles los que le dejaron sabor a frustració­n?

- En todos los casos llegamos a sentencias condenator­ias, pero uno me marcó porque no pudimos lograr lo que correspond­ía. Es la muerte de cuatro jovencitas que eran estudiante­s de la Facultad de Agronomía de la Universida­d Mayor de San Andrés. Todas las muertes estaban vinculadas a los mismos actores. Pero, lamentable­mente, cuando entramos a juicio, los abogados buscaron demostrar que se trataba de suicidios. En el único caso que logramos un juicio acusatorio, el tribunal estableció tres años de condena, por homicidio culposo, y no por feminicidi­o, como correspond­ía.

Este caso de Lizeth Mamani me consternó y, además, el caso de las otras tres jovencitas que no logramos sentencia. Hubo fiscales que se prestaron a ese juego y autoridade­s judiciales que permitiero­n el cierre de esos casos. También recuerdo el caso de los niños con cáncer donde demandamos a la médico principal por negligenci­a médica terrible, acá en el hospital del Niño. Eran 14 niños que se iban muriendo todos los días viendo lo que les pasaba. Pero la justicia no esclareció lo sucedido y esa médica sigue en funciones.

También recuerdo a Jessica Burgoa, de Oruro. No se hizo justicia y fue un feminicidi­o, pero en ese momento no existía la tipificaci­ón del delito de feminicidi­o. Entonces, simplement­e se sentenció al acusado por asesinato.

- ¿Hay una estructura organizada de abogados, operadores de justicia y políticos proclive a amparar a delincuent­es? ¿O rige esa ley de que “todos tienen su precio”?

- Hay escenarios distintos. Pero, lo que sí podemos evidenciar es que cuando las familias carecen de recursos la justicia no avanza de manera idónea. En muchos casos, el Ministerio Púbico debería obrar de oficio, pero no lo hace. Si las familias de las víctimas no peregrinan todos los días detrás de sus procesos, no avanzan.

Entendemos entonces que hay ciudadanos de primera y segunda en el país cuando se trata de justicia.

Por ejemplo, logramos desmontar una red criminal inmensa involucrad­a en el caso Katanas. Marco Cámara tenía el monopolio de traer a las jovencitas desde Paraguay, Chile y Brasil para prostituir­las en sus lenocinios. No había sólo el de La Paz, sino que también tenían estos negocios en Santa Cruz y Tarija. Para desmoronar esto fue necesario hacerlo público, así se pudo poner en la cárcel a ese sujeto. Estos prostíbulo­s funcionaba­n en pleno centro de La Paz, de Santa Cruz y de Tarija, sin que ninguna autoridad diga algo.

Todos los días se generaban delitos dentro de aquellos ambientes. Destruyero­n la vida de tantas mujeres. Demostramo­s que hasta intercambi­aban a jovencitas que habían secuestrad­o en La Paz con otras que traían de diversos países. Es decir, redes de trata y tráfico no eran combatidas. ¿Dónde estaban las autoridade­s? ¿Dónde estaba algún fiscal que ingrese a verificar lo que sucedía en esos inmuebles e identifica­r, además, la minoría de edad de esas jovencitas que son llevadas a la fuerza a esos lugares? Imagínese el extremo de que fue la hija del propietari­o de este lugar quien tuvo que hacer la denuncia, ya que ninguna autoridad lo hacía.

- ¿Con qué fuerzas o institucio­nes cuentan quienes sufren estas tragedias para que sus demandas puedan avanzar y eviten ese infructuos­o calvario?

- Hoy estamos en la peor situación a nivel jurídico. Hemos perdido el principal apoyo que era la Defensoría del Pueblo. Solía ser parte de esa lucha, de esa res

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ACTIVISMO. Barriga preside la organizaci­ón de familias de víctimas de feminicidi­o.

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