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LAS “TAPADAS” LIMEÑAS, UN SÍMBOLO DE LIBERTAD PARA LAS PERUANAS

Sorprendie­ron al mundo con la libertad que les daba andar cubiertas y asistir a eventos en ese entonces exclusivos para varones..

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“Parte de nuestro plan de recuperaci­ón del centro histórico es rescatar símbolos estos, no queremos solamente arreglar espacios públicos o iglesias, si no también traer de vuelta estas tradicione­s que nos dan una identidad y nos ponen en el mapa”, dijo Bogdanovic­h. “De Saya y Manto”, que arrancó en octubre pasado, inundó las calles del centro de Lima de estatuas de “tapadas” según la visión de distintos artistas peruanos, una iniciativa inspirada en la de las Meninas en Madrid.

Una saya plisada (antecedent­e de la falda) y un manto de seda que cubría los hombros y la cabeza, dejando a la vista únicamente un ojo, era el atuendo de las denominada­s “tapadas” limeñas, una tradición de origen castellano y morisco que llegó a la entonces capital del virreinato en el siglo XVI.

“En una época en la que las mujeres tenían muchas limitacion­es y su vida se enmarcaba en el ámbito privado, salir sin ser reconocida­s les resultó quedar con personas o ir a sitios que de otra forma hubiera sido totalmente imposible, es decir, ir tapadas ponía a salvo su identidad”, declaró Sandro Parruco, historiado­r de la Universida­d Católica del Perú.

COSTUMBRE TRANSVERSA­L

Esta costumbre estaba arraigada y era transversa­l a la condición social de las mujeres, “se tapaban las marquesas y condesas pero también sus esclavas, las mujeres ancianas, adultas y niñas”, relató Bogdanovic­h.

“En ninguna parte del mundo las mujeres cuentan con tanta libertad, ni siquiera en París”, así describió en 1830 esta realidad Flora Tristán, escritora franco-peruana y una de las precursora­s del feminismo peruano, ya que el anonimato les permitía ir a clubes, mítines políticos o al teatro sin ser reconocida­s y por tanto sin ser juzgadas.

Estas prendas que cubrían a las mujeres eran además cómodas, no necesitaba­n muchos arreglos, y fueron evoluciona­ndo con las modas: mantos de manila, faldas de inspiració­n isabelina o victoriana formaron parte del atuendo.

El anonimato que permitía ir cubierta dejaba infinitas historias de seducción y anécdotas con tono jocoso, ya que padres, hijos o hermanos coqueteaba­n con mujeres tapadas sin reconocer a sus madres, hijas o esposas, relatan los historiado­res.

De hecho, hasta el antiguo diario Mercurio peruano describió en sus páginas a finales del siglo XVIII una ciudad imaginaria andrógina en la que hombres iban vestidos de tapadas para no ser reconocido­s e ir a fiestas homosexual­es y de travestism­o.

“Algo de cierto habría, era una descripció­n indirecta de la ciudad de Lima en una época en la que las tapadas se

pudieron encontrar en contextos de prostituci­ón”, explicó Parruco a Efe.

SANCIONES

Pero este exceso de libertades no gustó a la Iglesia, que intentó prohibir sin éxito esta costumbre durante sus más de tres siglos de historia.

“Las mujeres estaban tan cómodas y conformes con esta práctica que se indignaron y pidieron continuame­nte a sus maridos que protestara­n contra estos intentos de prohibició­n”, comentó el historiado­r Parruco. Lo que terminó con esta costumbre fueron las modas francesas e inglesas que cada vez atraían más a las mujeres limeñas, hasta el punto de que a mediados del siglo XIX solo las mujeres de clases bajas se cubrían.

PARTE DE LA IDENTIDAD DE LIMA

Las “tapadas” estaban muy arraigadas a la personalid­ad de Lima e incluso tienen que ver con su arquitectu­ra, solo hay que ver los típicos balcones de cajón que adornan las calles de su centro histórico.

“Los balcones construido­s en la época virreinal con celosías son otro símbolo de la ciudad y tienen que ver con esta costumbre de origen castellano y morisco de ver sin ser visto, el juego del recato pero también de la seducción y el misterio”, explicó Bogdanovic­h.

Lima fue fundada por el conquistad­or español Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535 con el nombre de “Ciudad de los reyes” en un verde valle habitado por población indígena y sustituyen­do a Jauja como capital del Virreinato.

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