Que el amor hable más fuerte que el miedo en tu vida
Existen acontecimientos y también personas que controlan nuestras propias emociones, especialmente cuando las circunstancias son extremas (divorcios, accidentes, muertes, malos entendidos, crisis, etc.). Se ven reacciones desproporcionadas en uno o en los otros, se escuchan palabras impensables de uno o de los otros, se confunden los sentimientos en uno o en los otros, se turban los pensamientos propios o los ajenos y se engendran miedos inexplicables en todos. En la mayoría de los casos, antes de cualquier suceso traumático, la imaginación impulsa a volar hacia el salario merecido, la familia idónea, la realización del viaje esperado o simplemente hacia la continuación de una vida estable y armoniosa… se quiere vivir con alegría; pero, luego, todo se desvanece cuando nuestras propias emociones son controladas por lo sucedido o por los otros. Entonces, invade el miedo y desconocemos cómo pelear contra él, ignoramos que se lo combate con fe y amor, son los mejores antídotos aunque cueste creerlo y cuando están juntos generan alegría. Uno de mis escritores favoritos dijo que “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn. 4:18). Con estas palabras, pienso que Juan anhelaba que entendamos que sólo hay un espacio para ser ocupado en nuestro corazón, el miedo o el amor, no hay cabida para los dos de manera simultánea; pues uno echa fuera al otro, en este caso, el amor al temor; pero ese amor para que sea realmente fuerte no proviene de nosotros, definitivamente no, porque humanos somos, falibles y no tan buenos como quisiéramos, el amor perfecto sólo proviene de Dios hacia nosotros y no viceversa.
Cuando experimentamos ese amor, sentimos seguridad plena, nos sentimos cobijados bajo un manto de protección y vivimos alegres, a diferencia de cuando sentimos temor, lo único que percibimos es incertidumbre, inseguridad y tristeza. Tal vez quienes entiendan mejor esto sean los niños, porque ellos buscan su mantita de colores para ir a dormir, cuando la tienen al lado sienten tranquilidad, paz y felicidad; sin ella están intranquilos, inseguros, temerosos y tristes.
El virus, el futuro, la ruptura de relaciones, las injusticias o cualquier pérdida de trabajo o peor aún de quienes amábamos, nos desequilibran, nos genera caos interno y eso provoca convulsión, miedo, inseguridad e incertidumbre; justamente aquí es donde debe entrar la fe en acción, haciéndonos entender que ella es “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”, porque simplemente en Dios todo es posible, la fe nos genera certidumbre de que se firmará el contrato de trabajo, la familia fraccionada se restaurará, lo que parecía imperdonable se perdona o la enfermedad que invadió el cuerpo desaparece. Cuando damos espacio a la fe en nuestras vidas, constatamos que el amor cubre multitud de pecados, pues por amor se perdona lo imperdonable —nosotros por nosotros mismos no podríamos hacerlo—, por amor se deja el pasado en el pasado y volvemos a soñar con el futuro sintiéndonos más seguros, valorando mucho más el presente y comprendiendo que él es un regalo que abrimos cada día y que no vale la pena vivirlo sin alegría.
Sé que no es fácil, pero sí sé que es posible hacer que el amor hable más fuerte que el miedo en mi vida y espero que en la tuya también.