Europa: entre la aspirina y el antibiótico
espués de un primer trimestre auspicioso, Europa vuelve a los titulares. El economista Martin Wolf en su columna del diario británico Financial Times del martes pasado sostuvo que “Europa ha sido salvada, no curada” y que “la convalecencia va a ser difícil y con riesgos de más ataques”.
Sin embargo, para mal o bien, con mayor o menor dificultad y sufrimiento, el mundo entero sería capaz de sobrevivir a esta crisis, en parte gracias a la decisión del Banco Central Europeo de proveer la liquidez necesaria para evitar un evento financiero catastrófico.
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, trata de “complacer a todos”, sosteniendo que el estímulo (salvataje) vía una “pared” de liquidez en el mercado va a seguir vigente, pero que también se va a prestar máxima atención al surgimiento de presiones inflacionarias.
A pesar del respiro de liquidez que da Draghi, se hacen cada vez más evidentes en los datos “duros”, que algunos de los “grandes” de Europa, como Italia y España, van a sufrir fuertes consecuencias de la crisis de deuda y de los excesos de las últimas décadas. Además, países como Francia muestran datos de actividad desilusionantes y un ruido político preocupante. Aunque la economía alemana sigue mostrando una fortaleza destacable, hay países sanos, como Holanda, que no han logrado resistir y ya entraron en recesión.
Pero esta no es la primera vez en la historia mundial que algo así sucede. Como escribí en esta columna en noviembre pasado, uno de los ejemplos es el “ocaso” de Japón, que pasó de representar el 20% de la economía mundial a principios de los 90 a alrededor de 9% hoy. América Latina tuvo su “década perdida” en los 80. Como lo dijo George Soros, tam- bién en su columna del Financial Times del martes pasado, ambos sobrevivieron.
En el caso japonés, el mundo siguió avanzando, otras economías fueron surgiendo y los nipones vivieron en solitario su recesión de 20 años (sin colapsar gracias a medidas paliativas de corto plazo, pero que no solucionan los problemas de fondo). No parece tan poco probable que, al igual que Japón, la crisis europea termine “encapsulada” y para el resto del mundo “la vida continúe”, a pesar de lo triste que sería otro “desperdicio”. En el caso de América Latina, los diferentes países por muy variadas razones realizaron positivas reformas estructurales durante los 90 y la inflación y devaluación de las monedas llevó a terribles ajustes que con el tiempo fueron dando frutos satisfactorios.
La diferencia en contra en el caso europeo es que existe la probabilidad que como “unión mo- netaria” de países con realidades tan divergentes y sin la maniobrabilidad que da tener monedas distintas, si no se logran acuerdos de unión fiscal y no se plantean medidas para equilibrar la competitividad entre sus miembros, es difícil imaginar la sustentabilidad de dicha unión en el largo plazo. Las decisiones deben ser en conjunto y dependen de factores predominantemente políticos, lo que hace prácticamente imposible asignar probabilidades a posibles escenarios futuros.
Por el momento hay voluntad de proveer la liquidez necesaria para evitar un desenlace traumático en el corto -y quizás- mediano plazo; una “aspirina” que puede mantener la “fiebre” controlada. Pero tarde o temprano, si el paciente quiere sobrevivir, tendrá que tomar el “antibiótico” de ajustes profundos en la periferia y un sacrifico por parte de Alemania en favor de los países más débiles.