La Tercera

Los detectives retratan a Bolaño

Inspiraron Por A 10 años de su muerte, Roberto Bolaño es recordado por tres amigos que la novela de poetas incendiari­os que inició su leyenda. Ilustració­n “Bolaño era el menos salvaje de todos”, recuerda Juan Esteban Harrington, el menor de los poetas inf

- Roberto Careaga C. Victor Abarca.

ENÍA el pelo largo, llevaba un morral lleno de hojas con poemas, casi siempre estaba fumando. Había vuelto corriendo a Chile para vivir la Unidad Popular, pero cuando llegó la Junta Militar estaba en La Moneda. Ya leía a Nicanor Parra. Creía que la poesía debía volver a las barricadas. Corría 1975, tenía 22 años y era uno de los cabecillas de un grupo de poetas incendiari­os que atacaban al orden cultural mexicano. Los infrarreal­istas. Era el único que no bebía alcohol ni fumaba marihuana. Observaba y escribía. “Aprendía del silencio de las madrugadas”, dice uno de los que estaba ahí, Bruno Montané. Otro, el más joven de la pandilla, Juan Esteban Harrington, lo recuerda recatado: “Roberto Bolaño era el menos salvaje de todos”.

Encendida la mecha del Infrarreal­ismo, lo abandonó. Se instaló en España en 1977 y atravesó los 80 escribiend­o cientos de poemas, cuentos y novelas en completo anonimato. No volvió a México. Allá, su mejor amigo, el poeta Mario Santiago, mantuvo vivo el Infrarreal­ismo hasta quemarse. En 1998, con 45 años, Bolaño convirtió en leyenda a sus primeros cómplices literarios en la novela Los detectives salvajes. Ganadora de los premios Herralde y el Rómulo Gallegos, tuvo el fervor de la crítica y de los escritores hispanos, hasta situarlo como el tótem de su generación. Cinco años después murió: la madrugada del

Tlunes 15 de julio se cumplirán 10 años de su partida. Como se sabe, Los detectives salvajes es una ficción hecha de puras verdades. Los Infrarreal­istas son en la novela los Realvicera­listas, Bolaño es Arturo Belano, Santiago es Ulises Lima, Octavio Paz es Octavio Paz, etc., etc. Piel Divina, Felipe Müller, las hermanas Font, Pancho Rodríguez, Laura Jáuregui, Catalina O’Hara, incluso Cesárea Tinajero están inspirados en personas con nombre y apellido. “La novela es tan cercana a la realidad, que los que estuvimos ahí nos reconocemo­s. Pero todo está tergiversa­do”, dice Harrington, que al empezar la conversaci­ón insiste en aclarar uno de los tantos mitos: “Yo no soy García Madero”.

Observaba y escribía

Creado en 1975, por Bolaño y Santiago, el Infrarreal­ismo bebía de todas las vanguardia­s posibles y se enfrentaba al imperio de Paz en la poesía mexicana. El nombre era una cita a Roberto Matta. “Déjenlo todo, nuevamente. Láncese a los caminos”, pedían los infras en su primer manifiesto. Eran marginales y temidos. Iban de fiesta en fiesta. Nunca a una organizada por la pintora Carla Rippey, que en Los detectives salvajes aparece retratada en el personaje de Catalina O’Hara, una artista famosa por sus veladas.

“Es posible que los infras salgan más interesant­es y románticos en el libro que en la vida”, dice. “Roberto tenía un don para volver cual- quier cosa interesant­e, tomaba muchas notas y sabía volver mítica la realidad. Creo que, en un principio, hizo el libro como una broma priv a da e nt r e é l y Mario”, a g r e g a Rippey.

Muchos creen que el chileno Harrington, hoy un productor audiovisua­l, inspiró a García Madero, el poeta de 17 años que narra gran parte de la novela. “Yo era el más chico”, reconoce. Un día apareciero­n por su casa Bolaño y Bruno Montané (Müller en el libro). Por su padre, se habían enterado que escribía. “Léete unos poemas, me dijeron. Roberto fumaba, Bruno miraba a cualquier parte. Leí varios. Ya, agarra tus cosas y mañana te pasas por la Casa del Lago (centro cultural de la Unam), me dijeron al terminar. Ya está. Así entré a los Infrarreal­istas”, cuenta.

Harrington se unió a la rutina de la banda. Se veían todas las semanas en cualquier café barato. “Bolaño siempre iba a expulsar a alguien. Después era readmitido”, cuenta. Y aclara: “En la novela inventa a un personaje que él nunca fue. Nunca fue el aventurero. Roberto era híper inteligent­e, pero también era desagradab­le. Además, era mojigato. Bebía cero, no fumaba mota. No hacía nada. Observaba y escribía”.

“Su ‘droga’ era estar días sin dormir, escribir y leer; aprender del silencio de las madrugadas”, dice Montané, que fue su amigo desde los 70 hasta que murió. “Era genial, lúcido y complejo. Recuerdo a Ro- berto como un tipo entrañable, con mucho humor, cariñoso, pero también podía ser muy depresivo y, dicho en mexicano, podía tener episodios en que mandaba a todo el mundo a la chingada”, agrega.

A Lisa Johnson la mandó a la chingada varias veces. Ella también a él. “Fue el gran amor de Roberto”, dice Harrington. Retratada en el personaje de Laura Jáuregui en Los detectives salvajes, rondó el grupo de los infras y fue la pareja de Bolaño. Incluso, la llevó a vivir a su casa; no funcionó. En 1979, cuando se publicó la antología Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego, Bolaño incluyó un rabioso poema sobre ella: Generación de los párpados eléctricos. Puro despecho. En mayo de 2003, le pidió a Rippey el teléfono de Lisa, pero ésta -una bióloga de respeto- prefirió no recibir llamadas del pasado.

En 1977, Bolaño viajó con Santiago a Europa y, según él, en una estación de trenes de Francia, dieron por muerto al Infrarreal­ismo. “En realidad, sólo lo integrábam­os dos personas”, dijo en una entrevista. Desde España, le escribió decenas de cartas a Mario, que éste rara vez contestó. Mientras el autor de 2666 trabajó sin cansancio para levantar una carrera literaria, Santiago puso en práctica uno de sus versos: “Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio”. Murió atropellad­o el 10 de enero de 1998, de acuerdo con Bolaño, un día después que él terminara de corregir Los detectives salvajes.

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