CRITICA DE DISCOS
SHAWN CARTER debutó relativamente tarde, 26 años en su primer álbum, pero hasta hoy lo considera una ventaja porque reparó en detalles que figuras más jóvenes desatendían. Se convenció de ser artista y millonario a la vez, manejando directo su carrera. Así, el rapero de Brooklyn ha concebido una trayectoria con acento empresarial. Se edi- tan libros sobre su talento para los negocios, sin olvidar el condimento político. No es un extraño en la Casa Blanca ni en la ONU. Los lanzamientos con su nombre -como ya es regla en el pop corporativo-, emulan esas películas con repartos encabezados por George Clooney.
Magna carta holy grail sigue esa tradición de su discografía, con decenas de productores e invitados donde su rol es, en parte, el de una especie de curador. De hecho, la voz que irrumpe en Holy grail, el primer tema, es la de Justin Timberlake, mucho más inspirado que en su decepcionante retorno musical de marzo. Los invitados se dividen entre recientes consagrados del rap (Frank Ocean y Rick Ross) y productores como Timbaland, Pharrell Williams, Swizz Beatz y The Dream, el alias de Terius Youngdell Nash, autor de Baby, de Justin Bieber y Single ladies (put a ring on it), de Beyoncé.
Obviamente, su famosísima esposa canta en Part II (on the run) y es aludida en algunas letras. Porque Jay-Z sigue cantando de cuánto le sucede, que a estas alturas es relatar las vicisitudes de un potentado. Sufre con los paparazis porque no puede salir con su hija, habla del buen champán, de la tontera de com- prarse tanta ropa, y cita a Tom Ford, Cobain y Picasso. Todo en plan los-ricos-también-lloran.
A pesar del batallón de participantes de primera línea y de la gracia indiscutida de su fraseo capaz de cambiar de velocidades, este duodécimo trabajo es una manera de administrar sin riesgos. No es precisamente emprendedor Jay-Z en esta mano, sino un capitalista que disfruta de amasar fortuna, con la pretensión de dejar a todos contentos mediante productos ultra probados.
Magna carta holy grail