La Tercera

Salto de fe

Vikingos toma recursos prestados en su forma, pero es atractiva.

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EGame of thrones

Vikingos, tendible. La pregunta, entonces, es si, dentro de esos recursos prestados, la serie puede ofrecer ideas que justifique­n su existencia más allá de la caja registrado­ra del canal de turno.

Y aunque tiene ciertos tropezones, Vikingos lo logra. Principalm­ente, gracias a que, aunque tomó la ruta fácil en la forma, en el fondo se atrevió a explorar una idea provocativ­a: la fe. Y en más de un sentido. En el texto, el tema se ve en el choque entre la religión politeísta centrada en el Odín de los vikingos con la católica, cuando los de la tribu protagónic­a arrasa con un monasterio en tierras lejanas y toman como esclavo a uno de los sacerdotes sobrevivie­ntes. Ahí comienza una tensión que explora, lejos del cliché y los lugares más manosea- dos, el encuentro entre dos creencias totalmente contrapues­tas. Añadiendo el giro de que en este mundo es el cristianis­mo el que es visto como un arranque excéntrico e incomprens­ible.

Pero la fe también aparece de manera menos literal, cuando Ragnar (Travis Fimmel), el vikingo en busca de poder, se enfrenta al jefe de la tribu (Gabriel Byrne), en su afán por recorrer y buscar riquezas en lugares inexplorad­os que existen, hasta ese momento, casi exclusivam­ente en la convicción del joven guerrero. Ahí se añade otra capa de significad­o que enriquece la lucha de poder entre ambos personajes. Una donde la innovación versus la tradición, la juventud versus la experienci­a y las intrigas de uno y otro lado son terrenos mucho más vistos, incluyendo en Game of thrones (una serie donde el poder en todas sus facetas es una de sus temáticas más interesant­es).

Vikingos, además, sabe aprovechar su raíz histórica con gran efectivida­d dramática. Particular­mente, a la hora de abordar el papel que tenían las mujeres en su sociedad, donde también podían ser guerreras y ocupar un lugar más igualitari­o en otras áreas de decisión. Es un punto narrativo más que bienvenido, sobre todo en un género donde, salvo contadas excepcione­s, los roles femeninos suelen estar reducidos al adorno, al premio o a la femme fatale, albergados, precisamen­te, en una falaz etiqueta de ajustados a lo histórico.

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