La Tercera

“Ya les gané a la muerte y al infierno, esto no me vencerá”

Julio Maril resultó con quemaduras en extremidad­es y rostro durante la tragedia en la que murieron siete brigadista­s en 2012. Hoy, abastece de agua a las aeronaves que combaten incendios forestales en La Araucanía.

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VOLVI A TERMINAR el compromiso que les hice a mis compañeros: finalizar por ellos la temporada de combate que dejamos inconclusa”, dice con voz segura Julio Maril Concha (32), uno de los integrante­s de la brigada de la forestal Cerda que la tarde del 5 de enero de 2012 lamentó la muerte de siete de sus integrante­s, mientras combatían un incendio forestal en el sector de Casa de Piedra, en Carahue, Región de La Araucanía.

El trabajador, que actualment­e vive en Angol, fue uno de los cuatro brigadista­s sobrevivie­ntes de la trágica jornada en que, recuerda, junto a sus compañeros quedaron atrapados en una quebrada que describió como una trampa de fuego. “Nos abrazamos. Les decía que no hablaran, para que no respiraran aire caliente. Cada segundo que pasaba miraba y buscaba una salida, pero todo era humo y fuego, y cuando logré ver una pequeña salida, dije: ‘Esta es la mía’, y no lo dudé”, narra Maril.

Los recuerdos, las pesadillas y noches sin dormir están presentes en el brigadista, que por meses necesitó de fármacos y la ayuda profesiona­l de sicólogos y siquiatras. Cuenta que “ha pasado más de un año de lo que vivimos y los recuerdos de mis compañeros están ahí. He superado varias cosas en este tiempo, pero hay otras que no he podido y seguirán el resto de mi vida”.

Ese día falleciero­n Diego Mella, Italo Vidal, Marcelo de la Vega, Carlos Pinto, Cristián Freire, Juan Carlos Cordero y Rodrigo Cifuentes. Maril, que resultó con que- maduras en sus extremidad­es y rostro, relata que uno de los conflictos internos con los que vive es pensar por qué él y no otro de sus compañeros fallecidos logró sobrevivir. “Me habría gustado que alguno de ellos, que sí tenían hijos, se hubiera salvado y no yo, porque la verdad no tenía nada. Hay personas que me dicen que si hubiese tenido una señora o un hijo, hubiera sido distinto”, dice el brigadista, quien vive junto a su madre, que enviudó hace t r es años.

Las quemaduras de su cuerpo prácticame­nte desapareci­eron y, como forma de autosanaci­ón, Maril se convenció de volver a trabajar como brigadista forestal.

A pesar de la experienci­a extrema, el trabajador dijo que siempre estuvo dispuesto a volver a realizar las mismas faenas. “Ya les gané a la muerte y al infierno, y esto no me va a vencer”, asegura.

El primer paso fue renunciar a seguir con la demanda en contra de la empresa a la que pertenecía, y el segundo, convencer a su empleador de volver a las funciones que realizó durante 12 años.

“Llegamos a un acuerdo reparatori­o, pero mi interés siempre fue volver a trabajar. Sin embargo, me dijeron desde un principio que volvería, pero a otras funciones”, dijo el brigadista.

Así fue como durante el verano pasado, Maril estuvo a cargo de abastecer de cargas de agua a los aviones y helicópter­os que apoyan las labores de combate. Durante el resto del año realiza trabajos silvícolas para la misma empresa.

“Al principio me costó un poco, pues la pista está cerca de las poblacione­s. Entonces, cuando escuchaba la alarma de un vehículo, se me paraban los pelos, porque recordaba las señales que se hacían para despachar los equipos de emergencia y el helicópte- ro”, recuerda.

Añade que con el único sobrevivie­nte que mantiene contacto es con Gonzalo Cisternas y con las familias de los brigadista­s fallecidos. Uno de los recuerdos que aún mantiene consigo es la moto que le regaló Marcelo de la Vega, uno de los líderes de la brigada, reconocido por haber participad­o en la extinción de incendios forestales en Portugal. Maril relata como anécdota que antes de que De la Vega partiera a ese país “me dejó la moto para que la cuidara, pero yo, como era un poco loco para conducirla, le pegué algunos topones, y cuando volvió me dijo: ‘Déjatela para ti nomás’”.

El caso

La investigac­ión del fiscal Luis Torres sigue abierta, y cl aves para establecer eventuales responsabi­lidades serían las conclusion­es de peritajes realizados a los equipos de comunicaci­ón radial con que contaban las víctimas y que habrían tenido problemas de conexión.

“Lo que nos falló más fue la comunicaci­ón. Tres o cuatro temporadas atrás teníamos otro sistema de radios y siempre combatíamo­s incendios por esos lados, en quebradas incluso más profundas que las que tuvimos ese día, y siempre teníamos contacto con alguien en el exterior”, dijo.

El Ministerio Público también mantiene vigente la arista referida a la intenciona­lidad del siniestro. Ante ello, Maril dice que “la muerte de mis compañeros no puede quedar en nada, porque hay siete familias sufriendo. Si bien nuestro trabajo no era algo muy conocido, corríamos mucho riesgo y no se le dio importanci­a; por eso debería ser un trabajo más protegido. Esto tiene que aclararse y espero que sea antes de que se cumplan los dos años”, puntualizó.

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