Síndromes de la derecha
foto –conste- es siempre distinta, nunca la misma; esto es geología y movediza, muy “vía chilena a…”
Por supuesto, quienes no aparecen en la foto es porque se cuidan de no aparecer en la foto: los mejor ubicados, los tres o cuatro más íntimos, la “kitchen cabinet”. Esa es la exquisitez máxima. Obviamente, las cumbias están ahí para despistar. El poder en serio siempre sabe hacer las cosas como corresponde. Leo, por estos días, el extraordinario libro de Robert A. Caro, The Power Broker: Robert Moses and the Fall of New York, premio Pulitzer 1975, sobre el hombre que manejó durante 34 años la construcción de la gran ciudad que terminó siendo buena parte de lo que es hoy: sus parques, freeways y parkways, túneles, piscinas públicas, playas, estadios, viviendas sociales, barrios enteros, el Lincoln Center, la ONU… Más de 1.250 páginas (que con seguridad, al 11 de marzo habré leído) dedicadas a probar la tesis de que el verdadero poder no se muestra, hace lo que mejor hace, que es ocultarse. El revelado de la foto no es más que photocall o photopportunity. Décadas después viene alguien y escribe las mil y tantas páginas para explicarnos el personaje y su maquinaria detrás del fotógrafo.
En el libro aparece una serie de fotos de Robert Moses con otros políticos (Roosevelt, Truman, Rockefellers), todos sonrientes. En la vida real, según el autor, muchos lo detestaban. Notable. Qué de cosas se van a llegar a saber de la campaña 2013. Paciencia.
JAIME GUZMAN siempre advertía acerca del temor de los políticos a tener que desafiar la consigna y sobre todo ir en contra de la ola. Lo hacía recordando El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cuando aquel visita un pequeño planeta en el cual sólo existía un farol y un hombre que lo prendía y apagaba. “Interrogado por el Principito sobre por qué hacía lo descrito, el farolero le respondió simplemente: ‘Es la consigna’”. Ante la réplica del Principito señalándole que no le entendía, su interlocutor le precisó: “No hay nada que entender… la consigna es la consigna”. Podríamos denominarlo el “Síndrome del Farolero”, aplicable a todos los políticos -salvo honrosas excepciones-, y cada vez más extendido en la centroderecha.
En las últimas semanas hemos sido espectadores de cómo la derecha se ha visto sobresaltada por algunos de los síndromes que más la caracterizan. La esperanza estaba centrada en que los consejos generales de am- bos partidos cerrarían un período poco afortunado. Pero, por lo visto hasta ahora, a duras penas proclamaron una misma candidata presidencial para luego continuar por el camino, ya conocido, de agudizar sus síndromes.
Si a esto agregamos una visión sesgadamente económica de la vida social y del comportamiento en sociedad, es fácil comprender por qué se compran con facilidad interpretaciones y análisis ajenos a sus ideas y se rodean de asesores y expertos que no los votan. Aparece ahí el conocido “Síndrome de Estocolmo”, definido como la actitud de la persona secuestrada que termina por comprender las razones de sus captores, en este caso intelectuales.
Ese contexto se complementa, a su vez, a la perfección con el “Síndrome de Isidora”, que consiste en observar, analizar y descifrar la realidad nacional como si todo lo que sucede o se ve en dicha avenida correspondiera a la vida normal y corriente que enfrentan a diario los chilenos a lo largo del país, sin atender que se trata de un ambiente excepcional.
Finalmente, aparece el pragmatismo, que siendo fundamental en política, en este caso, sumado al característico pesimismo del sector, produce una versión propia del “Síndrome de Pánico”. Erradamente, lo confunden con la aversión al riesgo o directamente con el miedo a innovar o transformar situaciones, prefiriendo la comodidad de lo conocido, base del nepotismo, esa desmedida preferencia por los parientes.
Mientras tanto, quienes sintonizan, simpatizan e incluso votan por los candidatos de dicho sector han debido soportar los cuestionamientos de su entorno si es que, en algún momento, han pretendido o se han esforzado por tratar de explicar o justificar las acciones, reacciones y peroratas de sus dirigentes. Las últimas encuestas deberían servir de acicate a la reflexión de los dirigentes de la Alianza, siguiendo el viejo proverbio de “a buen entendedor pocas palabras”.
Queda esperar que el liderazgo y la fuerza de la candidata produzcan una nueva actitud que influya en un cambio de ánimo y de estilo en que se impongan el optimismo, convicción y profesionalismo. Generar confianza en los electores requiere un esfuerzo en los hechos, acciones y también en las palabras; de ahí que con seriedad y racional emocionalidad se podría entusiasmar a los electores con un relato propio.