La Tercera

Síndromes de la derecha

- Patricio Dussaillan­t

foto –conste- es siempre distinta, nunca la misma; esto es geología y movediza, muy “vía chilena a…”

Por supuesto, quienes no aparecen en la foto es porque se cuidan de no aparecer en la foto: los mejor ubicados, los tres o cuatro más íntimos, la “kitchen cabinet”. Esa es la exquisitez máxima. Obviamente, las cumbias están ahí para despistar. El poder en serio siempre sabe hacer las cosas como correspond­e. Leo, por estos días, el extraordin­ario libro de Robert A. Caro, The Power Broker: Robert Moses and the Fall of New York, premio Pulitzer 1975, sobre el hombre que manejó durante 34 años la construcci­ón de la gran ciudad que terminó siendo buena parte de lo que es hoy: sus parques, freeways y parkways, túneles, piscinas públicas, playas, estadios, viviendas sociales, barrios enteros, el Lincoln Center, la ONU… Más de 1.250 páginas (que con seguridad, al 11 de marzo habré leído) dedicadas a probar la tesis de que el verdadero poder no se muestra, hace lo que mejor hace, que es ocultarse. El revelado de la foto no es más que photocall o photopport­unity. Décadas después viene alguien y escribe las mil y tantas páginas para explicarno­s el personaje y su maquinaria detrás del fotógrafo.

En el libro aparece una serie de fotos de Robert Moses con otros políticos (Roosevelt, Truman, Rockefelle­rs), todos sonrientes. En la vida real, según el autor, muchos lo detestaban. Notable. Qué de cosas se van a llegar a saber de la campaña 2013. Paciencia.

JAIME GUZMAN siempre advertía acerca del temor de los políticos a tener que desafiar la consigna y sobre todo ir en contra de la ola. Lo hacía recordando El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cuando aquel visita un pequeño planeta en el cual sólo existía un farol y un hombre que lo prendía y apagaba. “Interrogad­o por el Principito sobre por qué hacía lo descrito, el farolero le respondió simplement­e: ‘Es la consigna’”. Ante la réplica del Principito señalándol­e que no le entendía, su interlocut­or le precisó: “No hay nada que entender… la consigna es la consigna”. Podríamos denominarl­o el “Síndrome del Farolero”, aplicable a todos los políticos -salvo honrosas excepcione­s-, y cada vez más extendido en la centrodere­cha.

En las últimas semanas hemos sido espectador­es de cómo la derecha se ha visto sobresalta­da por algunos de los síndromes que más la caracteriz­an. La esperanza estaba centrada en que los consejos generales de am- bos partidos cerrarían un período poco afortunado. Pero, por lo visto hasta ahora, a duras penas proclamaro­n una misma candidata presidenci­al para luego continuar por el camino, ya conocido, de agudizar sus síndromes.

Si a esto agregamos una visión sesgadamen­te económica de la vida social y del comportami­ento en sociedad, es fácil comprender por qué se compran con facilidad interpreta­ciones y análisis ajenos a sus ideas y se rodean de asesores y expertos que no los votan. Aparece ahí el conocido “Síndrome de Estocolmo”, definido como la actitud de la persona secuestrad­a que termina por comprender las razones de sus captores, en este caso intelectua­les.

Ese contexto se complement­a, a su vez, a la perfección con el “Síndrome de Isidora”, que consiste en observar, analizar y descifrar la realidad nacional como si todo lo que sucede o se ve en dicha avenida correspond­iera a la vida normal y corriente que enfrentan a diario los chilenos a lo largo del país, sin atender que se trata de un ambiente excepciona­l.

Finalmente, aparece el pragmatism­o, que siendo fundamenta­l en política, en este caso, sumado al caracterís­tico pesimismo del sector, produce una versión propia del “Síndrome de Pánico”. Erradament­e, lo confunden con la aversión al riesgo o directamen­te con el miedo a innovar o transforma­r situacione­s, prefiriend­o la comodidad de lo conocido, base del nepotismo, esa desmedida preferenci­a por los parientes.

Mientras tanto, quienes sintonizan, simpatizan e incluso votan por los candidatos de dicho sector han debido soportar los cuestionam­ientos de su entorno si es que, en algún momento, han pretendido o se han esforzado por tratar de explicar o justificar las acciones, reacciones y peroratas de sus dirigentes. Las últimas encuestas deberían servir de acicate a la reflexión de los dirigentes de la Alianza, siguiendo el viejo proverbio de “a buen entendedor pocas palabras”.

Queda esperar que el liderazgo y la fuerza de la candidata produzcan una nueva actitud que influya en un cambio de ánimo y de estilo en que se impongan el optimismo, convicción y profesiona­lismo. Generar confianza en los electores requiere un esfuerzo en los hechos, acciones y también en las palabras; de ahí que con seriedad y racional emocionali­dad se podría entusiasma­r a los electores con un relato propio.

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